miércoles, octubre 03, 2007

Vivir

Había decidido retirarse, alejarse del bullicioso alfalto. Ya nada le retenía en aquella ciudad.
El silencio de la montaña, esa sería su nueva compañera.. y aquel pueblo de gente extraña y lejano.

Nadie le había enseñado, ni siquiera explicado cuanto dolor puede causar el amor, la pérdida de un amor, la lejanía de un amor, el silencio de un amor.

Y con ese dolor, se refugió en aquel pueblo de gentes extrañas y lejanas.
Intentaba dulcificar aquellos sentimientos entre las copas de los árboles, entre caminos polvorientos y olvidados, en noches durmiendo al raso, pero cuando llegaba de nuevo a su casa, sentía que había muerto un poco más.

Por el camino que le había llevado hasta donde ahora estaba, se había dejado su sonrisa, su orgullo, y parte de su alma.
Ahora entre aquellas montañas y en aquel pueblo, sólo vagaba una sombra de lo que él había sido.

Muchos de los que recordaba, le habían increpado aquel cambio, ¿por que quejarse? ¿por que seguir sintiendose así?. Cuando uno esta vivo, debería bastar, incluso él se hacia la misma pregunta, pero entonces, de dónde provenía aquel mar inmenso de nostalgia, de pena .. de querer volver a sentir...

Cerraba los ojos, queriéndose sentir lejos de todo aquello que le manaba de dentro y le empapaba hasta calarle el alma, hasta hacerle tiritar de frío, hasta robarle sus sueños. Y era cuando entre las sombras, aparecía el dolor, y la mordida de la soledad se le clavaba profundo, muy profundo.

Aquella mañana sonaron las campanas de aquel pueblo de gente extraña y lejana. el sonido lo llevó hasta un cementerio, allí entre azaleas y marmoles, encontró a una anciana que bailaba y cantaba, no había nadie más, sólo ella, delante de una tumba, y sobre la tumba un ramito de rosas.

Se acercó, la anciana lo miró, pero no paró de cantar y bailar. Pasaba el tiempo, y la anciana seguía cantando y bailando delante de la tumba y sobre la tumba un ramito de rosas. Él la miraba absorto, como si el mundo se hubiera detenido en ese instante y solo quedasen él, la anciana, la tumba y aquel ramito de rosas.

De pronto la anciana paró su baile, paró de cantar, tomó el ramito de rosas y lo esparció sobre la tumba guardándose dos rosas.

Al pasar por delante de él, le entregó una, poniéndose la otra en el hojal de su rebeca.

- Vamos - le dijo - tengo que contarte algo.

Y él la siguió, sin preguntarse porqué, dejó que aquella anciana se agarrase a su brazo y le guiase hacia el pueblo.

- ¿Extrañado, no?, bueno casi todos piensan así, ahí va la pobre loca, con su ramito de rosas a cantar y bailar en el cementerio...
Pero no siempre fué así, al principio yo también lloraba y sentía el dolor por haberle perdido, como creo que te ocurre ahora a ti. Y entonces, justo en el lugar donde me arrodillaba a llorarle creció un rosal, y fué cuando entendí, fué cuando comprendí que entre aquel inmenso dolor, siempre hay un atisbo de alegría y felicidad, de esperanza. Por que me preguntaba ¿que hubiera sido de mi, sino le llego a conocer?, sino se hubiera cruzado en mi camino, sino hubiera vivido tantas y tantas cosas con él, y ahora ya no lloro, solo puedo cantarle y bailar para él, por el gozo de haber vivido, de haber tenido la suerte de conocerle.

Al día siguiente, aquel hombre cargado de sus recuerdos y esperanzas, volvió a su ciudad, y nunca más regresó al pueblo.

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