martes, enero 25, 2011

Una tarde

Esperaba en la puerta.
Sólo se conocían por alguna foto y muchas charlas.
No estaba nervioso, pero si expectante. De repente, ella apareció, las fotos no mentían, tenía una mirada clara y una sonrisa alegre..
Se dieron los dos besos de rigor.
- "Bueno ya era hora que nos conocieramos"- dijo ella.
- "Si la verdad tenía ganas de poder charlar contigo cara a cara, está bien poder hacerlo por el ordenador, pero es demasiado frío. ¿Te parece que entremos aquí?.

La cervecería era un lugar tranquilo, el aire acondicionado estaba puesto, y se agradecía en comparación con el calor de la tarde. el local estaba dividido en dos partes, una baja con la barra a la izquierda de la puerta de entrada, un espacio mediano en el cual se diponían varias mesas, y una zona superior alargada con dos sofás de varias plazas y algunos butacones.
En las mesas había algunos chicos y chicas que se entretenían con juegos de mesa.
Decidieron pasar a la parte de arriba, en uno de los sofas había una pareja muy acaramelada. Ellos se sentaron en el rincón mas alejado.
Al momento subió el camarero y pidieron de beber.
Hubo un momento de silecio, en el cual se miraban como si esperasen a ver quién se decidía a dar el primer paso.
Ella rompió el hielo.
- "No había estado nunca aquí, se está bien"
- "Es un lugar tranquilo, quizás esperases otro sitio, pero creí que lo mejor sería un sitio donde pudieramos charlar sin tener que gritar por la música"
- "Sí es mejor, además es muy cómodo".

Se recorrían con la mirada, buscando cada detalle, con la duda de si aquella cita sería la primera o la última.
LLegó el camarero con la bebida, la dejó en la mesa con un plato de patatas fritas y el ticket de la consumición.
Empezaron a conversar sobre banalidades, "como te ha ido el ida" "que tal en el trabajo" "has quedado muchas veces" y poco a poco se fueron sintiendo más cómodos. La timidez fué desapareciendo, dejando paso a palabras más íntimas.
Ella le habló de su familia, de su última relación y de lo desengañada que estaba con los hombres.
Él le habló de sus ilusiones, de esos sueños que se tienen de pequeño y que con el paso de los años se van quedando atrás.
Había momentos de silencio, pero no era un silencio incómodo, al contrario, sus miradas hablaban por ellos.
Él pensaba si por fin sería la persona por la que tanto tiempo había esperado.
Ella se sentía cómoda a su lado, pero aún dudaba si valdría la pena lanzarse y jugarse los trozos de su corazón roto, sin embargo las palabras se derramaban de sus labios como una presa que deja abierta sus compuertas.

La vida a veces juega con las casualidades, y los dos se inclinaron a la vez a coger sus vasos, sus labios quedaron cerca el uno del otro, él sintió el suave perfume de su piel, ella rozó su mano. Sólo fué un breve instante, pero el suficiente como para que el cuerpo de él se estremeciera, hacía demasiado tiempo que no sentía.
Ella sonrio, dió un ligero sorbo y continuó hablando.
El miraba como sus labios danzaban con la música de sus palabras, se fijó en sus brazos, salpicado de peca, sus manos que acompasaban con gestos lo que ella iba diciendo.

Cerró los ojos.

El aroma de ella lo invadía. Se acercó, y posó sus labios sobre los suyos. El beso se fué haciendo más intenso, rozó con la punta de su lengua la comisura de sus labios, ella se estremeció ligeramente, abrió su boca y participó de aquel beso.
La pasión del primer beso, dejó paso a la ternura de él, la besó los párpados, los pómulos, deslizo su boca por su cuello inspirando la fragancia de su perfume. Jugó con el lóbulo de su oreja, ella se dejaba llevar, le gustaba la combinación de pasíon y ternura que él dibujaba sobre su piel con su boca.
-"Para, me haces cosquillas".
El se separa de su cuello y le mira a los ojos, brillan.
-"¿No vas a seguir?"- le dice ella
- "Si me has dicho que pare..."
- "Me haces cosquillas, pero me encanta"
Ella tomó su cara en sus manos acercó sus labios y le besó introduciendo su lengua en la boca de él.
Poco a poco se inclinó hasta sentir el peso de él sobre ella, sus manos acariciaban su espalda por encima de la ropa, mientras él le daba pequeños mordiscos en su hombro.
Sentía un calor que nacía desde dentro, jadeaba.
Él bajó el tirante de su camiseta, ella alzó los brazos, entendió el gesto y le quitó la prenda.
Fue como si hubieran dado el pistoletazo de salida de una carrera, los dos se desvistieron uno al otro, sus cuerpos se unieron, piel con piel.
Él la tumbo boca abajo describiendo con la yema de sus dedos el camino de su columna, ascendiendo y descendiendo en suaves caricias.
Ella había cerrado los ojos y se dejaba hacer, besó su nuca y recorrió con sus labios su espalda. Saltó de lunar en lunar, como en aquellos dibujos en los que había que unir los puntos con una línea. Sentía que el cuerpo de ella respondía a sus caricias, moviéndose al compás de sus dedos.
Descendió.
Suavemente acarició el interior de sus piernas, ella gimió cuando sintió el contacto de sus manos en su sexo.
Buscó su boca, y prolongó el beso hasta que necesitó volver a respirar.
No dijo nada. le miró, sus ojos tenían un brillo pícaro y provocativo.


-"Yo también quiero participar..." - Susurró ella.
-"No, ahora no, quiero verte sentir, que te dejes llevar, ciérrate al mundo exterior, ahora es ahora, tú y yo. Solos los dos".


Ella se incorporó, se sentó encima de él, cerrando las piernas en su cintura.
Acercó sus labios a él y un leve susurro, como una brisa voló hasta sus oídos.
- "Hazme el amor".


Abrió los ojos. Sentía que había pasado mucho tiempo, sin embargo todo aquello había sucedido en el breve espacio de un parpadeo.
Ella estaba allí, mirándole, hablándole.
Él se ruborizó.
¿Había pasado de verdad? ... había sido tan real.


Sin embargo se encontraban el bar, estaban sentados más cerca, pegados el uno al otro.


-"Ya es muy tarde, tengo que coger el último autobús"
-"Llamo al camarero"


Pagaron la cuenta, bajaron las escaleras y salieron.
Dos figuras en una esquina, un silencio.
Hay miradas que se encuentran mientas las estrellas son mudas invitadas.
- "Me ha encantado pasar la tarde contigo"
- "A mi también"


Algo queda suspendido en el aire, pendiente de unas palabras.
La voz tiembla.
-"¿Quieres que volvamos a quedar"
-"Si"


Y una sonrisa prende en su rostro.
Cuando ella se va, él cierra los ojos, y vuelve a pensar qué ha sido real y qué ha sido un ensueño.
Quizás, se dice, un día...

martes, enero 18, 2011

El Manzano

Era un pueblo pequeño, de esos en los que la vida se detiene en la plaza, y la plaza, al caer la tarde, bulle de vida.

Era una plaza circular, con su fuente de tres caños,, que antiguamente era el abrevadero de ovejas y vacas, hasta que el pueblo creció y el alcalde se cansó de mandarla limpiar de los excrementos del ganado y transformó el abrevadero en fuente.
A su lado un gran manzano, nadie sabía cuanto llevaba alli, los más ancianos decían que cuando ellos nacieron ya estaba en la plaza.

A principio de septiembre el árbol empezaba a dar sus frutos, unas grandes manzanas de color rojo intenso, de carne jugosa y muy dulce. El alcalde había establecido un dia festivo en el pueblo, la recogida de las manzanas, lo llamaba.

Todo el pueblo se congregaba en la plaza y cada año elegían a un habitante que tenía el honor de recolectar, una a una, ayudado por una escalera, mientras la banda del pueblo tocaba chirigotas y en varias mesas se repartía vino y comida.
Una vez que había recogido todas las manzanas, estas se repartían equitativamente entre sus habitantes.

La fiesta solía durar hasta medianoche, en ese momento, cuando sonaban las doce campanadas en la iglesia, se descorchaban unas botellas de sidra y se brindaba por el manzano.

En cuanto llegaba el buen tiempo, y la plaza se llenaba de gente, el árbol daba cobijo con su sombra a los niños, que correteaban alrededor de el, otros intentaban trepar hasta las ramas más bajas, hasta que llegaba el alguacil del pueblo corriendo y los ahuyentaba, pero en cuanto se daba la vuelta los chiquillos volvían a intentarlo. Las ancianas sacaban las sillas y se ponian a tejer, y siempre había una o dos mesas donde se jugaba al dominó y al cinquillo.

Alguna vez en la corteza aparecía un corazon dibujado con un navaja y dos iniciales, siempre eran falsas puesto que estaba prohibido dañar al manzano, sin embargo nunca nadie fue reprendido, nunca nadie borró aquellas señales.

En invierno el árbol servía de cobijo a los pájaros que no podian volar a zonas más cálidas, y un ancianito cada mañana, lloviera o nevara, llevaba migas de pan, él mismo habia hecho con unas tablas unas casitas que habian colocado en las ramas más altas.

Así era aquel árbol, daba vida a la plaza, daba vida a los habitantes de aquel pueblo, y a su vez, se llenaba de vida con los canticos y juegos de los niños, con los besos robados bajo sus ramas a la luz de la luna, recuerdos de viejecitos, cotilleos y alguna que otra pelea por celos.

Un día, una rama se partió y cayó sobre el empedrado de la plaza, nadie le dió importancia, sólo el ancianito la recogio, miró al manzano con preocupación y se llevó la rama a su casa.
La gente empezó a alejarse del árbol, los niños ya no corrían a su alredor, trasladaron las mesas de sitio, sólo el anciano se acercaba, ponía la mano sobre la corteza y cerraba los ojos.
Ese fué el principio, sus hojas empezaron a amarillear, sus ramas se volvieron quebradizas, el árbol se estaba secando. Nadie encontraba un motivo, el alcalde llamó a los expertos y ninguno supo dar una respuesta.

El anciano dijo:
- El árbol se está muriendo de tristeza, lo habeis abandonado.

Todos echaron a reir, "¿Un árbol morirse de pena?", "Anciano, estas loco"...

Pronto olvidaron los días bajo la sombra del árbol, los corazones dibujados en su corteza. El manzano se iba secando poco a poco, ya no le quedaban hojas y las ramas se partían con fácilidad en cuanto algún pájaro se posaba en ellas.

Una tarde el alcalde reunió a la gente.

- "Hemos de tomar una decisión, el manzano está seco, es hora de pensar en sustituirlo, pero antes quiero saber vuestra opinión"


La gente apoyó al alcalde, en una semana el manzano sería arracando y sustituido por otro.

Esa misma noche, el anciano se acercó al árbol y empezó a susurrarle.

- "No me queda otra opción, no dejaré que te arranquen sin más, la gente olvida facilmente, han olvidado los días que nos dabas tu sombra, las risas que provocabas cuando alguien intentaba subirse a tus ramas, tus frutos dulces y jugosos, los trinos de los pájaros que con tu verdor atraías aquí. Ahora todos ellos sólo piensan en el nuevo árbol, les da igual lo que han vivido bajo tus ramas, los besos, los sueños, la tranquilidad de leer un buen libro apoyado contra ti. Parece mentira qué rápido se olvida todo, dirán que la vida pasa, contínua, pero se olvidan que la vida se hace mirando hacía delante pero sin olvidar lo vivido. Ahora tengo que hacer lo que debo hacer."


De una bolsa sacó un hacha, y empezó a cortar el árbol, las ramas y el tronco, lo que iba cayendo lo metía en una carretilla, cuando estaba llena, paraba, la cogía y llevaba a casa lo cortado.

Tardó toda la noche en cortar el manzano, cuando la luz del alba vistió de colores la plaza, sólo quedaba un hueco en la tierra.

Nunca nadie supo que pasó con el manzano, nunca nadie quiso saber que fué de el.
A los pocos dias plantaron un nuevo árbol, y nadie más lo recordó .

El anciano desapareció del pueblo unos meses, aunque nunca se fué de allí.
Con la madera de aquel manzano hizo figuras, algún que otro mueble sencillo, talló pájaros y niños, no dejó ni una astilla sin labrar.

Cuando miraba todo aquello, sonreía.

- "Ahora viejo manzano nadie te olvidará"

viernes, enero 14, 2011

La carta

Estaba allí.
Sobre la barandilla de aquel lago.
En sus ojos un mar se debatía, provocando olas que rompían en sus pestañas.
Una rosa.
La rosa que unos momentos antes vivía en sus manos, yacía ahora en un cementerio de agua, cuya losa eran unas pequeñas olas.
Una carta.
Un sobre cerrado que había viajado con ella en el bolso, a la espera de llegar a ese rincón, el rincón de los dos.
Allí, con sumo cuidado rasgó el sobre, con suavidad.
Sacó la hoja de papel, y las palabras se fueron deslizando entre sus labios.
Recuerdos, sentimientos que revoloteaban como mariposas, mientras su mirada se posaba en cada palabra, en cada línea, en cada párrafo.
Le hablaba del desierto, de miradas pérdidas, de sueños rotos por las balas, por el radicalismo de las religiones, por la ambición de quién sabe quién, o de qué poderes fácticos.
La letras dibujaban noches de insomnio iluminadas por las granadas y el fuego de artilleria, del calor de una tierra que hace muchos años fué berjel y esplendor.
De mujeres y niños que perdían la vida en una cuneta.
De hombres que empuñaban sus armas sin saber el motivo de por que tenían que hacerlo.
Matar para sobrevivir. Sobrevivir matando.

Le costaba leer aquella hoja, el dolor de su ausencia se bañaba en sus lágrimas.

Terminó de leerla, y la apretó contra su pecho.
Cerró los ojos y dejó caer la rosa.
La rosa que ahora moría en el agua.

Recogió sus recuerdos, guardó la carta en su bolsillo, envolvió sus lágrimas en una sonrisa triste, y dió la espalda a aquel lago.
Había leido su última carta.