martes, enero 29, 2013

El tren de las 7:30

Un día más, como el de ayer presumiblemente como el de mañana.
Fría mañana la de este enero que ya agoniza.
La estación de Atocha abre su boca y como cada día me engulle, me digieren en las oficinas de un banco, donde se quedaron colgadas las ilusiones de un trabajo entre proyectos que nunca llegaron a existir y compañeros que te dicen hola y adios, sólo me sostiene un ingreso a fin de mes, simplemente soy una puta más, que odia cuando la gente le dice ".. y suerte que tienes trabajo..."
Por las tardes esa misma estación me escupe allá sobre las 7 de la tarde a las cuatro paredes que conforman mi caja de cerillas.

Una tarde cuando caminaba ya por jardín de la estación, la ví.
Estaba sentada frente al marcador luminoso que indica la llegada de los trenes.
Su pelo gris, largo para su edad, caia sobre los hombros, como lo hace la lluvia en primavera, generoso y suelto.
calcule que rondaria los 70, en sus manos de largos dedos bien cuidados, reposaba un libro, que mecia levemente como si fuera un bebe, pasaba las hojas no como se suele hacer normalmente forzandolas de la esquina inferior derecha, ella deslizaba sus dedos por la página hasta alcanzar la esquina superior suavemente como si estuviera rozando un pétalo, atrapaba la página y la deslizaba en un lento aleteo.

Su espalda recta, su mirada perdida entre las líneas de aquel libro, ascendia ritmicamente cada cierto tiempo al panel de los horarios.

La dejé atrás mientras alcanzaba las puertas corredizas de la salida, pensando que no
la volvería a ver.

Sin embargo la volví a ver al siguiente día, durante toda la semana, durante todo el mes.
Con la misma porte, leyendo y mirando los horarios, mirando los horarios y leyendo.

Una tarde, intrigado por la presencia de aquella mujer, me acerqué a una señora de información.
- Perdona, - le dije - ya sé que no es parte de tu trabajo y quizás no sepas la respuesta, pero estoy intrigado, ¿sabes quien es esa mujer?

Ella miro en la dirección que yo le indicaba, allí en el asiento, la mujer leía tranquila su libro.

- ¡Ah! Es Asunción, antes se sentaba en el interior, pero con las obras ahora está aquí.
- ¿Es que lleva más tiempo? - Le pregunté totalmente sorprendido.
- Bueno, Asunción lleva que yo sepa muchos años viniendo todas las tardes, llega sobre las 5, y se va cuando ha salido todo el pasaje del tren de Barcelona de las 7.30

Puse cara de incrédulo y ella, que en esos momentos no tenía que hacer nada, se acomodó en su silla y se dispuso a contarme una historia.

- Me han contado que Asunción estaba casada, enviudó joven, y se trasladó a un pequeño apartamento cerca de la Glorieta de Atocha. Alli conoció a Alfonso, conductor de Talgo por aquella época.
Entre viaje y viaje a Barcelona lo que en un principio fue amistad se convirtió para Asunción en la tirita que  cubrió la herida de su corazón hasta que cicatrizó. Sin embargo nunca supo que Alfonso estaba casado en Barcelona, quizás no lo dijo al principio para no perderla pero aquella mentira se fue convirtiendose en una bola de nieve que crecía más y más con el paso del tiempo.
Hasta que un día ella vino a despedirle a la estación, él conduciría la nueva locomotora Renfe 316, apodada Marylin que alcanzaba la nada despreciable velocidad de 120 km/h. "Volveré en dos días" le dijo mientras acariciaba levenmente sus labios con los suyos.
Asunción se quedó mirando en el andén como subía a la locomotora como la saludaba con le guante puesto, aquel monstruo de color plata y librea verde arrancó lentamente, como las lágrimas  que caían en el rostro de Asunción.
A los dos días vino a esperarle a la estación, pero no bajó de aquel tren, como tampoco lo hizo en los meses siguientes, desde aquel día Asunción viene a esperar la llegada del tren de las 7.30
Yo creo que sabe que nunca volverá, pero en el fondo es lo único que la mantiene con vida.

Miré a Asunción, su porte, la elegancia con la que pasaba las hojas. Decidí quedarme hasta las 7.30.
Justo en ese momento cuando en el panel de información indican la vía por la que llega el tren de Barcelona, ella cierra el libro se pone de pie y mira uno a uno a las personas que van saliendo por la puerta de desembarque. Cuando ya no queda nadie, mete el libro en el bolso, se quita las gafas las guarda en una pequeña carterita y las introduce en el bolsillo de su abrigo color ceniza.
Se da la vuelta cruza por el jardín botánico de la estación, sube por la rampa hasta la glorieta
y lleva sus pasos a la calle Delicias. Alli la pierdo de vista, emocionado aún por la historia que acabo de oir, que acabo de presenciar, atravesado como lo huberia hecho una bala disparada directamente a mi corazón, por el amor de una mujer, y no pude dejar de pensar en el paralelismo de esas historias de algunos perros que cuando mueren sus amos no se despegan del cementerio, como si esperasen que alguna vez volvieran del más allá.

Aquella noche no pude dormir, oía el traqueteo de la locomotora, las silenciosas lágrimas de Asunción, la mano enguantada de Alfonso. ¿Cuando decidió no volver, se despediría ya sabiendo que era su último beso, o fueron aquellos dos dias una tortura para él sin saber que hacer?. Nunca lo podría saber, sólo
quedaba la presencia de una anciana que cada día espera la llegada del tren procedente de Barcelona.

De pronto en la oscuridad de mis cuatro paredes se encendió una luz, Don Antonio, el vecino del 2 E, su mujer había muerto de cáncer haría 3 años, yo le había visto vagar por las escaleras de la corrala,
pasear con la mirada pérdida por la calle de Santa María de la Cabeza, incluso llegué a pensar que
algún día cerraria la puerta de su casa para no volver.

Me costó convencerle para que se dejara invitar a unas cervezas en el bar "la Barrila" de la estación, nunca había hecho de celestino, pero tenía un plan premeditado, en mi mochila guardaba el mismo
libro que Asunción estaba leyendo, el problema seria como hacer que Don Antonio se sentase al lado de ella.

Llegamos a la estación Don Antonio andaba despacio, perdido, como si ya no perteneciese a este mundo, cuando llegamos a la altura del banco donde se hallaba Asunción, cogi mi móvil como si me hubieran llamado.

- Hola, si, estoy en la estación de Atocha, aqui tengo el trabajo, ¿que ya llegas?, vale dame 5 minutos.

Le indiqué a Don Antonio que debia acercarme a la parada del cercanías a entregar un trabajo sería cuestión de unos minutos, mientras él podia esperarme sentado y para que no se aburriese le entregué el libro.
Miré de reojo a Asunción que de soslayo nos estaba mirando.

Don Antonio, se sentó y para sorpresa mía se dirigió a Asunción:

- NO le molesta que me siente aquí a su lado  ¿verdad?
- NO, por favor, hágalo.

Asunción reparó en el libro que tenía en sus manos, pero yo debía irme a cumplir con mi cita fantasma.

Volví a las 7 minutos exactos, y allí estaban los dos charlando animadamente, Asunción tenia las dos manos puestas sobre el libro cerrado, ¡¡ y las gafas guardadas en el bolsillo !!

Me acerqué.

- Don Antonio, siento tener que decirle que debo anular nuestra cerveza, he de volver a casa a terminar un trabajo, pero si me permite puedo dejarle pagado...

- Nicolás no te preocupes, no debes dejar nada pagado ya volveré yo a casa, no te preocupes.
- Me siento mal Don Antonio, déjeme al menos que...

Y volviéndome hacia Asunción le dije:

- Perdone que haya sido tan irrespetuoso al cortar su conversación, ¿me honraría si me dejara invitarla a Ud. y a Don Antonio a lo que desee?

Asunción dudó un instante, el mismo instante que tardó su mirada en volver del panel  de información, el tren de Barcelona había llegado al anden numero 7, hacía exactamente 4 minutos, los pasajeros ya estaban saliendo.

- Será un placer para mi... Nicolás.

Y allí los dejé, sentados frente a las palmeras de esa vieja estación que cada día me engulle, que cada día me vomita a mi caja de cerillas.

Y cuando las puertas se cerraban tras de mi, y el aire frio de un enero que ya agoniza roza mi cara, aún les veo sentados, charlando como si la vida empezase justo a las 7.30 cuando ya no hay trenes procedentes de Barcelona a los que esperar.


Fin.

lunes, enero 21, 2013

Empezar


Nací en un pequeño pueblo, de esos de casas blancas y abuelas tejiendo en la puerta.
De padre militar y madre abnegada, donde la familia era el principio y el fin,  la mas pequeña de tres hermanos.
Sin quererlo despunté en los estudios, eso, unido a la posición de mi padre no me granjeó buenas amistades en el colegio, donde la envidia era una asignatura más y la nota media casi siempre era sobresaliente.

Recién cumplidos los 18 y en puertas de la universidad, llegó el verano que cambió mi vida.
Lo recuerdo como si fuera ayer, el chico de ciudad guapo, la novedad, las chicas del pueblo detrás, amor estival calor en el cuerpo, una combinación con un sólo resultado:"embarazo"

Todo se llevo casi en secreto, el honor de la familia, el que dirán pesó más que cualquier otra valoración, y mi traslado a la universidad fue la excusa perfecta.

Nos casamos. O mejor dicho nos casaron, aunque sintiéramos amor, no era lo que los dos hubiéramos deseado.
De aquello conservo unas viejas fotos guardadas en el olvido.
De aquello tengo un hijo y una cicatriz en el corazón.

Fueron tiempos duros, alejada de la familia, y de los amigos en otra ciudad, ajena a mi tierra donde el mar era sólo un lejano recuerdo.
Para él tampoco fue fácil, al principio su familia le negó todo.
Treinta metros cuadrados, una nevera medio vacía la mayoría del tiempo, y muchas matemáticas para llegar a fin de mes, fue nuestro viaje de novios hasta que nació el bebe.

El nacimiento supuso un punto de inflexión, sus padres, ahora abuelos lo recibieron con los brazos abiertos, nos dejaron una casa amplia, y él volvió a ser el chico que yo había conocido en la playa. Respecto a mi, tenían sus dudas, una chica de pueblo.. lo más sencillo era pensar que había querido atrapar a su hijo, por lo que nuestra relación pasó a ser cordial y afectuosa, ni un paso más ni un paso menos, la madre de su nieto.

Me puse a trabajar, largas noches con apuntes de la universidad dibujaron ojeras en mis ojos, decían que no lo necesitaba, que mi marido tenía un buen puesto y con ello era suficiente, pero yo no quería ser la mantenida de nadie.
Echaba de menos a mis amigas, los días de colegio, los sueños dibujados en tardes de Abril.

Cuando volví al pueblo, sé que las envidias resurgieron más fuertes si cabe, volvía casada con un niño en brazos,y un marido, para ellas mi vida había sido un triunfo, había logrado salir del pueblo, y todas las metas que para ellas eran sólo
un sueño yo las tenía en el bolsillo.

Sin embargo que lejos quedaban para mi, entre mi marido y yo se había instalado un simple cariño, el sentimiento de dos personas que conviven bajo el mismo techo, que no se odian pero dejaron de amarse en algun momento en algún lugar, donde el roce de la piel se ha convertido en un suceso  histórico, esporádico y lejano.

Cuando por fin aprobé la carrera, sólo estuvieron mis hermanas, mi madre sufría  de un reumatismo que la dejaba postergada en la cama la mayor parte del día, y mi marido... según él, una reunión ineludible de trabajo, según yo un paso más hacia un destino que no tenía vuelta atrás.

Y así fue como pocos meses despues, con una maleta, un pequeño en brazos, y una herida en el corazón, volví a empezar.

Tiempos duros, noches sin dormir, dos, tres trabajos, poco dinero y muchas horas, algunos encuentros que calentaron las
sábanas que rápidamente volvían a enfriarse. Amigos que se desintegraron lentamente  detras de palabras "nunca estaras sola, cuenta con nosotros". Donde la fuerza cuando no hay fuerzas provienen de una sonrisa, de un abrazo de un "te quiero mami"

Me costó volver al pueblo,aunque sólo fuera a pasar las fiestas,  mi madre había empeorado, mi padre ¡¡ays mi padre!! por fin parecía que volvía a hablarme con calor, lo sentí cuando por teléfono me dijo: "¿Vendrás para las fiestas, mi niña?". Sentí un nudo que ascendía por mi estómago hasta la garganta, las lágrimas explotaron en mis ojos como fuegos artificiales en la noche de fin de año, sólo pude susurrar un "sí, papa" que aún flotaba en el aire cuando colgué el teléfono.

Sentí un vértigo cuando bajé del autobús, sabía que habría miradas que esconderían "mira esta, la que se fue tan feliz, y ahora vuelve con el rabo entre las piernas, divorciada sin más". Intenté que no me dolieran, fingí no verlas, actué con una sonrisa convincente para aquellos que se acercaron para decirme que lo sentían y abracé a mis amigas que nunca me dieron la espalda.
Fue como un dejà vú, volver a la casa vieja de la infancia, al brasero y al tapete de ganchillo, al olor de la cocina de carbón, como si nada hubiera pasado, como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo el pasado fuera un extraño sueño que se rompería en mil añicos en cuanto abriera los ojos.
Mi padre me esperaba, mucho más viejo y cansado de lo que recordaba, no puede evitar llorar, cuando me abrazó, y enredó
sus dedos en mi pelo como solía hacerlo.. ¿mil años atrás?. Mi madre sentada en una silla esperaba su turno cuando su nieto se abalanzó sobre ella ¡abuela, abuela!.

Aquella noche, cuando me metía en la cama que habían calentado con aquellas bolsas de agua, cerré los ojos y volví a ver las estrellas, a oír las risas de unas niñas que jugaban a las cocinitas y que hablaban de lo que serían de mayor.

Aquella noche hice las paces con la vida, aquella noche, empecé a vivir.

martes, enero 15, 2013

El escritor


Sabía que el que firmaba el libro lo hacía con un seudónimo, ¿quién sería el autor de
esa serie de libros tan mágicos? ¿Cuanto habría tenido que viajar, ver y conocer para
describir con esa minuciosidad cada detalle, las personas, los lugares?

Aquella creatividad, aquella imaginación, sólo podía venir de alguien muy experimentado,
cuya universidad hubiera sido la vida.

Se levantó, cogió las hojas de papel envueltas y un par de plumas con su tintero.

En las escaleras se cruzó con un hombre que no conocía y que salía de la habitación a
la que él iba a acceder.

- Julio, ¿ quien era ese señor. el de la maleta, que salía a toda prisa?
- No era nadie importante, ya sabes que a mi también me gusta tener mis secretos, aunque no pueda salir de aquí.

Julio tenía esa extraña enfermedad, que le priva de sus defensas, su mundo era  una burbuja que lo aislaba
de los gérmenes pero también de todo el mundo exterior.

- ¿Me has traído las hojas?
- Sí, aquí están, las desinfectó todo lo que pudo antes de meterlo en el receptáculo estanco donde Julio podía
cogerlo sin problemas.

Tomó las hojas, las plumas y el tintero y lo dejó sobre la mesa frente a la ventana desde la que podía divisar el
puerto, los barcos atracando y partiendo a lugares que él nunca podría conocer.

- ¿ Me vas a leer el libro, que te ha parecido?
- Es increible, fascinante como alguien puede describir con tanto detalle esos mundos, ¡cómo me gustaría conocerle!

Julio se sentó,   una sonrisa fugaz cruzó su rostro, mientras miraba el tintero y las hojas de papel aún en blanco.

- Puedes empezar a leer...

martes, enero 08, 2013

La tienda de frascas



Aquel pueblo no estaba muy cerca de la costa, aunque tampoco muy lejos,bastaba un paseo para llegar a la playa.

Aquel pueblo no tenía muchos habitantes, aunque tampoco pocos, los suficientes para que pudieras saludar a los que te cruzabas camino de la plaza.

Aquel pueblo no era un pueblo triste, aunque tampoco alegre, la crisis y la desesperación se habían  hecho sus huespedes.

Y aquel hombre llegó.
Y alquiló una pequeña tienda.
Y la lleno de frascas.

Frascas que al verlas dirías que eran sólo eso, frascas, frascas vacías.

Una mañana alguien se decidió a entrar a la pequeña tienda.
Perplejo se quedó mirando las estanterias y aspiró un extraño olor dulce.

- ¿Que vende, buen amigo, sólo las botellas? - le dijo.
- Hola, no, cada botella tiene un contenido distinto, yo me las sé de memoria, una vez que haya
elegido la que más le convenga, le pongo la etiqueta y se la lleva.
- Pero... pero yo sólo veo frascas vacías.
- Eso es que sólo ve con los ojos de la razón, espere un momento.

Salió a la calle y al ratito volvió con un pequeño niño.

- ¿Podrías decirnos que ves en las frascas? - le dijo el dueño de la tienda.

El niño se quedó extrañado por la pregunta.

- Está claro, en esa de ahí hay nubes de verano, esta otra la azul, espuma de mar, en esa verde
sonrisas al despertar..

- Vale, gracias, toma esta moneda por ser tan amable.

El chico cogío la moneda y salió corriendo.

- ¿de verdad que no me está tomando el pelo?
- No, en serio, hagamos una cosa, yo le digo las frascas que tengo usted me compra una y si no es  de su agrado viene y le devuelvo el dinero.
- está bien, me parece un acuerdo justo.

El hombre le dijo lo que contenía cada una de las frascas, agua de lluvia de felicidad, hilos de seda
fluorecentes para tejer unh jersey contra la depresión, rayos de tormenta para ambientar una cena a la luz de las velas, bolitas de algodón para hacer que nieve bajo techo, pétalos de rosas y margaritas de un jardín encantado para regalar al enamorado, terrones de azucar de valor y osadía... y así una a una hasta que terminó con todas.

- Ummm es una difícil elección.
- Lo es.
- Y si me llevo varias.
- Ah perdone, se me olvidó decirle que sólo hay una regla en la compra, y es que sólo puede comprar una  frasca.
- Entonces me lo pone más dificl todavia.
- Piense que es lo que más le importa, lo que echa en falta en su vida, lo que la frasca que elija
le pueda ofrecer.

Al final se decidió por la frasca de los terrones de azucar.

- Sólo hay tres terrones,  disuelvalos en café y tómeselo.
- Así haré, hay alguien a quien no me atrevo a decirle que la quiero, si es cierto lo de su frasca
lo comprobaré, si no ¿me devolverá el dinero, verdad?
- Es un trato, yo no puedo asegurarle lo que esa persona le dirá pero si que tendrá el valor para
hacerlo.

A los dos días, el hombre volvió a la tienda acompañado de una bella chica.

Al entrar volvieron a aspirar aquel extraño olor.

- Es cierto lo que me dijo, venimos a comprar otra frasca.
- Sabe que usted ya no puede hacerlo- le dijo el dueño de la tienda.
- Si, lo sé y además con una me ha sido suficiente, es ella la que quiere comprobar que no miento.

La chica eligió la frasca que contenía brisas de mar, le encantaba despertarse con el olor a salitre de mar.

La voz corrió por el pueblo y la gente hizo cola para llevarse las frascas.
En poco tiempo la tienda se quedó vacía.
El hombre hizo su maleta, cerró la tienda y se marchó.

Aquel pueblo no fue nunca más un pueblo triste.
Aquel pueblo echó a la desesperación y la desesperanza de sus casas.
Por que aún vacías, en cada casa de aquel pueblo había una frasca.

Dicen que a los pocos días de irse aquel hombre, llegó al pueblo una brigada de la policía.
Enseñaron la fotografia del hombre, al que acusaban de estafa y de drogar a la gente con una 
extraña droga que se aspiraba y que tenía un olor extraño pero dulce, que provocaba alucinaciones.

Nadie de aquel pueblo dijo haberlo visto, y cuando la policía se marchó, abrieron la tienda.
Sobre el mostrado había dos cosas.

Sólo dos. Una frasca y una gran bolsa.

La bolsa contenía las monedas que todos habían pagado por cada frasca.
Y la frasca..

Nunca se supo, nadie quiso abrirla.
Pero aquel niño, el que entró en la tienda, dijo haber visto, dentro de la botella el final del
arco iris.

viernes, enero 04, 2013

Bocados de Navidad

El tapiz azul del cielo se extendia por la bóveda que cubría la ciudad, esa que llaman Madrid.
Era un día de invierno, dentro de la Navidad, entre fin de año y la última bocanada de vacaciones el día de reyes.

Salí del letargo de mi caja de cerillas, a pasear por Madrid, y como uno más, a terminar la interminable lista de regalos, siempre queda algún detalle, un último regalo que hacer.

Decidí perderme por el retiro, a esa temprana hora vacío de gente, es un refugio donde uno puede aislarse con la única compañía del silencio
y de los árboles, en aquel espacio paro mi ipod, y me dejo llenar por los sonidos del silencio.

Apreto mi zamarra, ajusto la mochila, inseparable compañera, y coloco mi gorro ruso, por un momento parezco un soldado en plena marcha solitaria hacía ninguna parte.

Salgo a la calle Velazquez y la calle Goya, es como si traspasase una barrera invisible, el esitlo de la gente, su vestimenta, sus formas, está
claro que es una de las zonas nobles de Madrid, me cansó enseguida de ir esquivando bolsos de loewe y vestidos de doce y gabbana, asi que
camino hacia la Puerta de Alcalá, por la calle Serrano, la milla de oro, la llaman.

Cuando llego al cruce en la esquina del Banco de España, casi me tropiezo con un pequeño bulto apoyado en la pequeña columna que separa la
acera de la calle donde circulan los automóviles.

La gente anda presurosa, el frío, las bolsas de las compras, nadie repara en aquel bulto de ropa vieja del que emerge una mano temblorosa, como
si sostuviera una invisible pandereta que tocara un triste y melancólico villancico, no se ve nada mas entre el amasijo de ropa, sólo esa mano que no
para de temblar.

Y yo tiemblo.

La gente me empuja y me voy alejando de aquel pequeño bulto, nadie se para, nadie se acerca a ver como aquella persona se encuentra,
yo tampoco y me llena una vergüenza de lo que es el ser humano. La imagen se asienta en mi mente mientras recorro la calle Alcala hacia la puerta del Sol, casi en volandas, gente de fuera, extranjeros, madrileños cargados de paquetes, bolsas, consumismo en estado puro.

Y yo sé que esa imagen se irá desvaneciendo, que en poco tiempo estaré mirando yo tambien mis últimas compras,  aunque esa noche pida que este año nos traiga algo mas de conciencia algo más de solidaridad algo más... que tambien serán sólo palabras.

Intento buscar a mi viejito en el viejo cafe, pero no lo encuentro, ni sentado frente al km. 0, imagino que estará con el amor de su vida, tomando
un chocolate caliente con churros, y viendo desde alli, en lo que se va transformando este mundo, y dentro de mi siento una envidia infinita hacia
ese adorable viejito y lo que siente.

Por fin bajo por la calle santa isabel, doy un poco más de volumen a mi ipod,  me espera mi pequeña, vacía y solitaria caja de cerillas.

martes, enero 01, 2013

La lista 2013

Apretó una tecla de su teléfono y apareció el calendario.
Sobre aquella correlación de números uno apareció resalatado era 31 de diciembre.
Aún se preguntaba por qué la gente parecía que de un día a otro iba a cambiar de pensamiento de quehaceres hasta de vida, "año nuevo, vida nueva" se
decían... y él no iba a ser menos.

Pensó en como había sido aquel año, y como se presentaba el último dia.
Recordaba las promesas que siempre se había hecho para aquel dia, año tras año, y que extrañamente nunca se habían cumplido.

Quizás para aquel día ya no podría hacer mucho, pero por delante quedaban 365 de un nuevo año.

Se vistió y salió precipitadamente a la calle.
Cuando volvió llevaba algo enorme que colgó de la pared, extendio sobre su vieja mesa de madrea unas hojas y un bolígrafo al lado.
Abrió la nevera saó una voll-dam y puso algo de música.

Clavó dos "cuelgafácil" y tras unos minutos de no dar con los agujeros al final colocó lo que había comprado.

Sobre la pared se extendia una gran pizarra que casi la ocupaba del todo.
Tomó una tiza y se puso a escribir.

Cuando acabó tomo las hojas de papel y continuó. Luego las cortó en pequeños pedacitos y las guardó en un frasquito de cristal.

Se vistió y antes de salir leyó lo que había escrito en la pizarra.
No una vez sino cientos.

... " he de aprender a decir te quiero", he de aprender a decir te quiero", he de aprender a decir te quiero", he de aprender a decir te quiero"....

cogio el frasquito de cristal lleno de los papelitos y salió a la calle a repartirlos...

Cuando se fué pasé mi mano sobre la mesa, alli estaban los surcos de los que había escrito.. estoy seguro de que quereís saber lo él escribió
bueno quizás vosotros también tengáis unos papelitos para escribir.. pero él lleva en ese frasquito

.. por las veces que debí decir te quiero...
.. por las veces que tenía que haber pedido perdón..
.. por tantas veces que me equivoqué y no supe admitirlo..
.. por las veces que no debí dejarte decir nada y sólo darte un abrazo..
.. por las veces que nunca llegaron..
.. por tantas y tantas veces que me enfurruñé ..
.. por las veces que me perdí pensando y pensando dejé de vivir..

quizás lleve más pero yo sólo pude leer esas,  ahora os dejo tengo que escribir las mias