jueves, marzo 31, 2011

Violín

Suena el despertador.
Las 6 de la mañana.
Un día más, como el de ayer, como el de mañana.

Llevaba ya mucho rato despierto, un cuerpo se mueve a mi lado.

- Quédate un poco más, mientras me ducho y preparo café.

Emite un leve suspiro.
La miré.
Estaba de lado dándome la espalda, me invadió una oleada de ternura y de culpabilidad.
Abrí la boca para volver a hacer el mismo ruego de todos los días, pero las palabras cayeron mudas sobre la almohada."- No vengas, quédate en casa."
Sabía su respuesta, una mirada fría y un "no" duro, contundente, como un puñetazo lanzado directamente al mentón.

Me metí en la ducha, el agua caliente caía sobre mi cuerpo despertando cada último rincón de mi piel.
Preparé la vieja cafetera, y mientras la habitación se llenaba de su aroma, empecé a vestirme.
Ella ya se había levantado, depositó un suave beso en mi mejilla con una sonrisa gastada, y se fué al baño.
Sobre la repisa estaba el viejo violín. Yacia sobre su funda como lo hace un muerto en su féretro.

Recordé mi infancia, cuando la pasión por la música era el centro de mi vida, mis padres en un esfuerzo que les costó no tener vacaciones en dos años, me compraron uno de los mejores violines del mercado. el profesor de música de mi escuela les convenció de que yo tenía un don que no podía desaprovechar, y ellos se sacrificaron.
Todos nos sacrificamos.
Fuí al conservatorio, gané algun concurso juvenil, y sobre mi horizonte se dibujaba un brillante futuro, hasta que de golpe, aquel dibujo se emborronó.

Fué una mañana como otra cualquiera, no teníamos colegio y mi hermano pequeño quería dar una vuelta en bicicleta,- "venga que te llevo"- me dijo, sin saber que sería la última vez que lo haría.
Aquel coche se llevó para siempre a mi hermano y mi futuro.

Me miré la mano, miientras intentaba apagar los recuerdos, aún estaba alli la cicatriz de la operación, la que cerró mi herida y silenció mi violín.

En mi casa nada volvió a ser lo mismo, nuestras miradas se tiñeron de una luz apagada, y las sonrisas se tornaron vacias.
Había abandonado los estudios por la música, y tuve que retomarlos, estudié contabilidad, y mi vida vagó entre saldos y haberes, en esa lenta procesión que es ver la vida pasar.

Ella trabajaba en la misma empresa, como comercial, vestía su hermosura con la naturalidad de quien no se percata de ello. Nunca pensé que se fijaría en mi, sin embargo, cuando me miró por primera vez supe que sería mia.

Nos casamos, y supo darme la felicidad en pequeñas dosis, dosificándolas lo suficiente como para no acostumbrarnos a ella, lo suficiente para nunca echarla de menos.
Tuvimos un hijo, navegamos por la vida, a veces en aguas tranquilas otras refugiándonos en puertos hasta que la tormenta pasase.
Siempre juntos, juntos siempre.

- Se te enfría el café y se hace tarde.-
Su voz me llega desde la cocina.
Entro y la miro, sé que está cansada, que quizás no era lo que ella esperaba para cuando fueramos viejos, pero me sonríe y siento el aliento frío de la culpabilidad recorriendome la piel. Maldigo para mis adentros la escasa pensión que nos queda, maldigo la política y a los políticos que congelan las pensiones y ardo de rabia e impotencia.
Ella lo intuye, me conoce bien, se acerca me abraza y me besa.
- Vamos, coge tu violín, sabes que me encanta escucharte.

Salimos a la calle, en este marzo que muere en los brazos de abril. Caminamos hasta el metro, no son muchas estaciones hasta llegar a nuestra estación, "Sol".
Allí, de mi pequeña maleta saco las dos sillas plegables, mientras ella abre la funda del violín, la deja en el suelo, y se sienta a mi lado.
Cojo el instrumento, y la miro, ella asiente en silencio y yo sé que soy un hombre con suerte, la suerte de tenerla a mi lado.
Empiezo a tocar.
La gente pasa a nuestro lado, deprisa, camino de sus trabajos, mientras yo sigo tocando y alguna moneda cae en la funda de mi violín.

martes, marzo 22, 2011

Dormir

Sentía frío, un frió que se colaba por las rendijas de la puerta de entrada y me abrazaba como un amante que acaba de llegar.

A mi lado, sobre la mesa, había dejado un libro de meditación.

Cerré los ojos.

Según todo lo que había leido si uno visualiza lo que desea fervientemente ocurrirá.
Pero mi mente se disipa en la realidad que me acompaña, no logro que se quede en blanco, sumergirme en la música chill-out y visualizar mis deseos.

Sólo ocurre, y no siempre, cuando duermo, mis sueños son tan nítidos que parecen reales, y es donde mi vida se transforma, el trabajo, los amigos , el amor.


Tomo una pastilla, la deposito en mi garganta y un trago de agua la traslada a mis entrañas, en poco tiempo mi mente se adormece y poco a poco entro en un estado de somnolencia que me lleva a mis sueños.

Pasa el tiempo, a veces confundo la realidad con mi otro mundo, y la dosis ha ido en aumento, me cuesta dormir, una pastilla no me basta, y sé que sin esos momentos mi vida estaría vacia.


Sobre la mesa he desparramado el botecito de pastillas, una a una siguen el mismo camino, debería parar pero no puedo, quiero entrar en mi mundo, tomar posesión de él, donde puedo ir a trabajar andando, donde hago lo que más me gusta, donde las personas que quiero y me rodean son felices, donde siento con la intensidad que siempre deseé, por que sé que si lo sueño alguna vez no habrá diferencias entre mi sueños y la realidad.

Mis párpados se cierran, y voy a empezar mi viaje.

Días después me encontraron en mi casa, sentado, un bote de pastillas vacio. El diagnostico fué coma profundo inducido por ingesta excesiva de pastillas para dormir.

Los que acudieron a verme al hospital decian lo mismo.

Es como si estuviera vivo, sus ojos brillan de vida, y sonrie , no para de sonreir.

Y porqué no, yo me siento vivo.

lunes, marzo 07, 2011

un final para la historia de Paris

Para quien no haya leido la historia, el principio está en el siguiente post a este, más abajo...

y.....

allí estaba ella.
Sir Eduard no dice nada, se acerca y se sienta a su lado. Ella toma su mano y le mira a los ojos.

- Ella me lo contó todo, cuando le pregunté cual era el motivo por el que nadie se acercaba a mi, me contó que usted
había dejado el dinero para que nadie me requiriera, entonces le confensé que nunca habría podido acostarme con alguien, desde que le ví sentado en el sillón mirandome, me enamoré de usted, de la ternura que desprendía su mirada. La madame al enterarse de mis sentimientos, se compadeció de mi... y de usted, me entregó el dinero que le dejó, y me dió su dirección, y ahora estoy aqui...

No le dió tiempo a terminar la frase, los labios de sir Eduard besaron los suyos apagando cualquier palabra que ella pudiera decir.