Es un pequeño bar, con olor a madera, a retazos de cocina antigua, a
trozos de vida que cuelgan de la barra donde un hombre entrado en años, con
generoso estómago, amplia sonrisa y pelo blanco como la nieve. Sirve
despacio, como si la vida se parase a el instante que él baja la
manivela
para servir una cerveza, con su tapita, que no hay que perder las buenas costumbres.
Un
viejo reloj vigila desde la pared central a los clientes. A las once y
media, entra una chica, de unos treinta y tantos, con un periódico bajo
el brazo,
le pide un cafe, en vaso leche templada y dos azucarillos.Se
sienta siemrpe en el mismo sitio, como si alguien se lo reservase,
junto a la cristalera que da al paseo. Antonio, el de la amplia sonrisa y
generoso estómago,
le sirve el café, ella le mira con ternura como haría una hija a su padre.Extiende
el periódico buscando las ofertas de empleo, de su bolso saca un
bolígrafo bic, con la capucha roida, de tantos mordiscos que le da
mientras recorre con
la esperanza, por que la esperanza, dicen, es lo último que se pierde, los anuncios de empleo.
Y
como ayer y antes de ayer y la semana pasada, una o dos ofertas que
envuelve en un círculo azul, apunta la dirección de correo electrónica,
saca su tableta y envia
el curriculum. Sueños e ilusiones, sonrisas y esperanzas que navegan en las extrañas ondas de internet.
Levanta
su mirada ve volutas de polen flotando en el aire, y siente que es una
de ellas, que la vida ha sido el viento que la ha ido llevando de un
lado para otro, a veces
sin poder resistirse. piensa en su hija, en
la sonrisa que aún le da fuerzas para levantarse cada día, para pensar
que la vida merece ser vivida, que lo mejor aún está por llegar.
Pone los dos azucarillos en el café, y le da varias vueltas con la cucharilla, aún esta caliente demasiado para lo que a ella le gusta.
La
puerta del bar se abre, Antonio saluda y una pequeña mujer apoyada en
un bastón recorre los pocos metros que hay hasta la primera mesa libre.
Antonio le pregunta si quiere lo de siempre, ella asiente mientras
coloca el bastón apoyado en la silla vacía. Silla que hace exactamente
ocho meses y catorce días ocupaba su marido. Sonríe pensando que aún
está allí, pidiéndose su cafelito con un chorrito de anís, por
supuesto, por que, amorcito, como la llamaba, un café sin su chorrito de
anís "no es ná". Y ella, que le amaba desde la primera vez que le
vió en el pueblo saltando al ruedo delante de una vaquilla que según
contaba ya había corneado a los mozuelos más bravos de la comarca, ella
se pedía su vaso de leche caliente con su chorrito de miel, que dicen
que es bueno para todo. Y ahora que él no está, ella baja todos los
días a la misma hora, y aparta un poco la silla vacía, y mira ese
espacio en el que él no está, no está fisicamente, por que ella aún le
ve tomar su café con su chorrito de anís, mientras le sonrie y le dice
por que no le das un chupito amorcito, verás como te gusta.
Se
oye una algarabía fuera del bar, es la hora en la que en el instituto
paran las clases, unos van a por chuches otros corren tras la esquina y
de un bolsillo bien escondido sacan un pitillo que se van pasando,
tres chicas entran, una parece que lleva la voz cantante mientras las
otras dos no paran de decirle cosas, dejan sus carpeta, y una se asoma a
la barra donde Antonio friega unos vasos. "Tres coca cola cero
¿verdad? y que no se me olvide el platito de patatas fritas" le dice,
la chica sonrie y pícara le suelta "como sabes Antonio lo que nos
gusta".
Y es que cada dia de lunes a jueves, las tres chicas se citan
en el bar y alli se cuentan sus secretos, hablan de chicos, de ese
pantalon tan ajustado que he visto y que vale 70 euros que seguro mi madre
me compra, del carmín que no deja marcas, de la macrofiesta que ninguna
se perderá, y que rapidamente cogen sus móviles y lo suben al twiter.
la vida galopa entre sus carpetas, sus faldas cortas y ese botón que
se desabrochan de más, que no muestra nada pero que se ve mucho, la vida
tan rápida que aún no saben que en esa fiesta la muerte tiene cita con una de ellas.
Antonio
mira su bar, 45 años tras la barra, la vida colgando de ella, las ve,
ellas no se conocen entre sí, y sin embargo a Antonio le parece que
todas ellas tienen algo en común.
Y silba por lo bajito mientras sigue fregando.
lunes, mayo 13, 2013
domingo, mayo 05, 2013
Día de la madre
El disco rojo se
desliza sobre el horizonte, todo se tiñe de color dorado. En la ciudad los
coches dan sus luces, las farolas empiezan a encenderse, la noche se va
abriendo paso poco a poco, como si fuera un actor tímido al que le da miedo
aparecer en el escenario.
La pequeña niña está en la cama, sonríe cansada mientras su
madre la tapa, cierra el libro que acaba de leerla por enésima vez, le besa, y
le desea dulces sueños.
Sobre la mesa tiene un bolígrafo, una calculadora y un motón
de facturas. Las mira cansada, no le hace falta hacer cálculos para saber
que al final los números se vestirán de rojo, una vez más. Cierra los ojos,
como si con ello fuera a borrar la cruda realidad. Por un momento piensa en
él, en aquellas promesas, en aquellos
besos, en todo aquello que se quedó en el camino. Un camino que se dividió en
dos cuando él se fue, y ella se hizo cargo de todo.
Apaga la luz, y arrastra los pies hasta la cama, mañana será
otro día se dice, mientras sus ojos echan el telón.
****
Desliza sus manos sobre tu estómago, allí lo siente, bajo la
luz del neón y el olor a desinfectante. El camino ha sido largo, el camino ha
sido duro. Aquella noche, la fiesta, el chico del que estaba enamorada, el
coche y el calor de agosto, una locura, no pasa nada, no te preocupes no habrá
problemas… Y sin embargo lo hubo, sus padres, el instituto, y ella. Ella que
siempre dijo que no, no voy a terminar, no voy a ceder, si no lo quieres, si no
me quieres es mejor que no estés.
Entra la comadrona, ya está todo listo, inspira y
expira, lo siente, algo late deseando
salir.
****
Decidió irse de la ciudad, a pesar de dejar a sus hijos, de abandonar
aquella ciudad que había sido su hogar durante tantos años. El destino a veces
juega sus cartas y sin esperarlo, en el
ocaso de su vida encontró el amor. Pero
por mucho que le quisiera, no llegaba a tapar ese hueco que persistía en su
corazón como un boquete abierto que nunca lograba tapar, la ausencia de sus
hijos. Aquella noche les llamó por teléfono, como si al atrapar sus voces pudiera tenerlos
más cerca, como si de alguna manera estuvieran allí, con ella.
***
Amanecía, aquel
domingo la ciudad se desperezaba con las
primeras luces.
Una niña salta de la cama, mete su mano debajo de ella y
saca un pequeño paquete. Corre y de un brinco se lanza sobre su madre, la
despierta, la abraza y sonríe. “Feliz día de la madre, mami. Aquí está mi
regalito”.
Y ella llora y rie, rie y llora, porque sabe que en el fondo es feliz, ella es
toda su felicidad.
***
Suda. Grita y vuelve a apretar otra vez, “vamos una vez más”
y a pesar de estar agotada, vuelve a empujar, esta vez con
todas su fuerzas hasta no poder más y en el último suspiro siente como la
presión se desvanece, y su cuerpo se relaja.
Hay unos instantes de silencio, que para ella son una
eternidad, de pronto el silencio se rompe en mil pedazos, el bebe llora
llenando sus pulmones de aire por primera vez,
la chica llora cuando le ponen a bebe en sus brazos, La matrona se acerca
y le susurra: “ ¿sabes que día es hoy? , es el día de la madre, felicidades”
Ella mira a su bebe, y tras el cristal sus padres con los ojos llenos de la
mano.
***
Se levanta muy temprano como todos los días, se acerca a la
cocina para pre para el desayuno, mira el calendario es el primer domingo de
mayo, y a pesar de que sabe que él está
allí se siente sola, piensa que nadie
puede sentir lo que una madre siente, nadie.
“Hola, princesa” le dice él, “ iba a prepararte yo el
desayuno, hoy es tu día”. Ella sonríe aunque es una sonrisa triste. Suena el
timbre, “quien podrá ser ahora” se dice, “otra vez la vecina, ufss” Va a la
puerta y cuando la abre… allí están ellos, sus tres hijos.
_¿Qué pensabas que te ibas a librar de nosotros en tu día?.
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