sábado, junio 29, 2013

Castillos de arena

Recordaba cuando de pequeño en aquellos veranos que duraban poco más de dos meses de playa, construía castillos en la arena.

Castillos en la arena, con sus almenas y su foso que impediría a las olas estrellarse contra el muro llevandose el castillo.

De pequeños...

Cogías la pala y el cubo y los llenabas de arena con esa carita del que sabe que hará el mejor y más grande castillo del mundo, que ninguna ola por más grande que fuera podría llevárselo por delante. Y así pasabas la mañana en aquella playa con tu rastrillo haciendo el camino hacia la puerta elevadiza del ficticio castillo, con sus ramitas sobre las almenas y un bloque en el centro donde te imáginabas como caballero armado y andante en busca de princesas olvidadas, de dragones que lanzan fuego por la boca

Haciendo castillos en la arena hasta...

Hasta que corrías a bañarte y dejabas el castillo olvidado, olvidado hasta mañana, que harás uno mucho más grande y más fuerte.

Y el tiempo pasa, y aquellos castillos quedan enterrados en la misma arena con los que los construiste.

Ya sólo quedan los recuerdos de la princesa que quedó en la torre y fue rescatada, pero tú no fuiste ese caballero, que el mar oxidó tu armadura.


Un miedo incontenible, un miedo incontenible.

Habrá un rastrillo, habrá un cubo y otra pala, habrá una playa, aquella playa,  donde construir castillos, castillos de arena, vacios de ese miedo incontenible.

martes, junio 25, 2013

Extraño

Estaba sentada frente a él. Solo les separaba una gran mesa de madera con hojas apiladas y dossiers en el centro. el flanqueado a la derecha por otra persona, ella flanqueada a la izquierda por otra persona.

Cerró por unos instantes los ojos. y su mente se llenó de sensaciones. Aquello era como cuando descubres que los reyes Magos no existen, o cuando vas creciendo y metes la mano bajo la almohada al despertar esperando que el ratoncito Perez se haya acordado de ti en tu último diente de leche y alguien de dice "pero si ya eres muy mayor para esas cosas"

Intentó apartar todos los recuerdos en los que él aparecía, sonriendo, abrazándola, besandola... ahora sólo era alguien que no llegaba a reconocer, no se podía decir que fuera una sombra de la persona que conocío, ni eso incluso, era simplemente alguien extraño, ajeno.

Y no hay nada peor que haber amado a alguien que se ha convertido en un extraño.

Aquellos últimos meses llenos de reproches, de mensajes donde sólo importaba el dinero, "me debes..., tienes que pagar..., eso no me corresponde a mi..." habían sido alfileres que se habían clavado en lo más profundo.

¡ Cuanto duele sentir que la persona con la que has dormido con la que has despertado ya no existe! Sólo queda un balance, unas cifras, esto es tuyo esto es mio, tu pagas esto, como si los años y los sentimientos se pudieran poner en el extremo de una balanza mientras vas ehcando monedas en el otro extremo para equilibrar el peso.

Aquellas dos personas que les flanqueaban discutian, como buitres que se lanzan sobre el cadaver de un animal, sólo que esta vez el cadaver era su relación, años de convivencia, de compartir un tramo de la vida juntos.

- "Basta" - gritó ella, dando un golpe en la mesa.- "¿dónde tengo que firmar?, no hay dinero en el mundo suficiente que pueda pagar el pasado, los sentimientos, ni la personita que nació de ellos"

Lanzó los papeles al extremo donde él se encontraba.
La persona que a ella le flanqueaba intentó detenerla, pero ella ya salia por la puerta.

Se dió la vuelta y sin ningun tono sus labios dejaron caer "sé feliz"


Cuando cerró la puerta del despacho de abogados, recordó las palabras de Enrique V de Shakespeare:
"En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habita un verano invencible"

Y salió a la calle sonriendo.



martes, junio 04, 2013

Dislexia

Él era un poeta de tres al cuarto, aunque a veces, sobre todo cuando la vida le golpea lo suficientemente duro y la bebida lo llena hasta casi ahogarlo, enjarza las palabras de tal manera que  podría decirse que era otro el que escribia aquellos poemas.

Ella, era simplemente ella. Una chica a la que el corazón le habia dejado de latir.
Un día se le paró, no quiero decir con esto que dejara de bombar sangre a su pequeño cuerpo, solo digo que dejó de latir al compás de la vida.

Una tarde, de esas que parece que van a pasar como lo hace un tren por la estación, que a su hora llega, se para y al poco tiempo arranca de nuevo, esa tarde ella entró en un pequeño bar con olor a antiguo,  a madera de bosques al lado del mar, se sentó, pidió un café con dos azucarillos y esperó.

A veces sucedía algo especial, a veces apuraba su café y se marchaba sin que nada hubiera sucedido.

Pero aquel día, aquel poeta de tres al cuarto, por ganararse unas monedas, recitó sus poemas en el bar.
Así fue como esperando, ella le oyó recitar.
Así fué como él se fijó en sus ojos, en la forma de remover con la cucharilla los dos azucarillos sin hacer un solo ruido, sin romper las rimas, las malas rimas que él pronunciaba.

Cuando acabó, se acercó a su mesa, sacó de una bolsa un peqúeño bulto, hojas mal encuadernadas en lo que parecía ser un libro.

- Son mis poemas, me encantaría que los leyeras. - le dijo.

Ella se ruborizó, extendió sus manos y cogió el paquete.

Ahora cuando pasean juntos abrazados, el poeta cree que ella se enamoró de él por su libro de poemas.
Ella no dice nada, él no sabe que padece una  dislexia que le impide entender un simple texto, a pesar de su esfuerzo por separar palabras por anudar textos, sólo sabe que aquella tarde mientras se diluian los dos azucarillos y él recitaba, su corazón empezó a latir.