viernes, noviembre 22, 2013

Sin sueños

Se sentó delante de aquel hombre que lucía una bata blanca inmacualda. Le miró a sus ojos y le dijo: "señor estoy enfermo, no tengo sueños".
El hombre de la bata blanca, sonrío, dejando ver unos dientes tan blancos como su bata, "no se preocupe, soy el mejor doctor de la ciudad, le prometo que volverá a tener sueños".

Aquello fue le principio de un camino largo y tortuoso, le pincharon, le hicierón tomar pastilas de cien colores diferentes incluso llegaron a raparle la cabeza entera, le pusieron unas ventosas y sintió como aquella descarga eléctrica recorria su cabeza.

Pero seguía sin sueños.

El doctor cuya bata empezaba a amarillear, tuvo que reconocer que no sabía como tratarlo. Escribió una carta muy larga que firmó y selló, para que fuera a la capital.

Allí le recibieron no uno si cuatro hombres con batas aún más blancas, allí recorrió un camino más largo y más tortuoso y allí siguió sin sueños.
Los cuatro hombres de las batas más blancas se reunieron, ellos no podían reconocer que no sabían cómo curarle, por lo que solucionaron declararle loco.
Escribieron una carta corta y escueta, "está loco, su lugar está entre ellos" rezaba la misiva.

Esta vez no tuvo que ir a ningún sitio, vinieron a recogerle unos hombres de batas azules, le llevaron a un edificio gris, con rejas en las ventanas y puertas cerradas.

Cuando entró, dijo "estoy enfermo, no tengo sueños" y los habitantes de aquel edificio le enseñaron a volver a soñar.

Raices al Viento - Capítulo 1

Os dejo el primer capítulo de "Raices al Viento" si no quieres leerlo aquí puedes descargártelo en este enlace: Raices al Viento Capítulo 1  (PDF 441Kb)

para leer el resto... ya sabéis a adquirir el libro.



COMO SI LA VIDA ENTERA DEPENDIESE DE LOS PASOS QUE HAY ENTRE LA SILLA Y LA PUERTA DEL DESPACHO DEL DOCTOR
Estoy en la sala de espera del centro médico, las paredes de un blanco ya envejecido por los años, no logran distraer el olor tan peculiar de los hospitales.
He venido solo, nadie sabe que estoy aquí,  ¿por qué?, quizás ni yo mismo sepa responder a esa pregunta, miro al resto de los pacientes, leo sus miradas pérdidas, algunas carentes de esperanza, otras reflejan la incertidumbre como la de aquellos estudiantes universitarios que esperan que cuelguen los resultados de sus exámenes, aprobado o suspenso, pero aquí es vida o muerte.

Debería presentarme, me llamo Alberto, tengo 43 años, una buena edad dicen algunos,  aunque yo me quedaría en los treinta y tantos. Ciertamente, y os lo digo de forma confidencial, dudé como vestirme para venir a la consulta, parece absurdo, si, ¡qué más dará lo que uno se vaya a poner a la hora de ir al médico!, sin embargo yo saqué tres pantalones, dos camisas, antes de decidirme, como si tuviera una cita, Al final elegí un pantalón negro, una camisa blanca y una chaqueta de sport. Tengo una pequeña empresa de diseño de interiores,  aunque ahora con la crisis no va muy boyante,  pero intento resistir haciendo pequeñas chapuzas y obras.  

Cuando uno está aquí sentando parece que es momento de hacer un balance de la vida, no sé si os habrá pasado a vosotros,  la verdad es que no puedo quejarme, estoy casado con Lucía y tenemos dos  hijas  Sara de 8 años y Cristina de 12. 

Sin embargo siento que me falta algo, quizás haya sido siempre así, mi vida con Lucía se ha vuelto como esos ríos que bajan de aguas mansas sin turbulencias, hace años cuando nos conocimos,  éramos un torrente, todo pasión,  no nos importaba nada, solíamos  coger la mochila, improvisar y lanzarnos un fin de semana a la aventura. Recuerdo con nostalgia aquellos días, quizás sean fruto de la juventud, cuando crees que puedes comerte el mundo.

 Luego llegan las preocupaciones, las responsabilidades y cuando quieres darte cuenta tu vida va pasando entre hipotecas, pañales y recibos. No digo que eso no sea la felicidad,  pero siento que la rutina me ha cogido con sus largos brazos, y la vida se va yendo por el sumidero lentamente.

Tengo un amigo Carlos, le conocí en la universidad, tres años menor que yo, compañero de fatigas, él acabo la carrera, ahora es diseñador industrial, yo tuve que dejarla, un cáncer se llevó a mi padre, y tuve que hacerme cargo de su pequeño negocio. Ese que yo odiaba tanto y que al final hubo que cerrar. No me arrepiento, a pesar de que mi padre fuera uno de aquellos chapados a la antigua, de los que pensaban que mano dura era la mejor forma de educar, y que cualquier muestra de cariño era una muestra de debilidad.

Carlos es el tipo que todos quisiéramos ser, independiente, libre, deportista, el clásico ligón que cuando llega a cualquier sitio, y se baja de la moto y se quita el casco sabes que todas las miradas son para él. Sin embargo tras unas cuantas cervezas, me confía que en realidad envidia mi vida, que a él le encantaría tener a alguien a quien esperar y  quien le espere, que ya esa vida de “picaflor” pasó y se siente realmente cansado.

Lo mejor de todo es que cuando se le pasa el efecto del alcohol, ya no se acuerda y vuelve a ser el mismo de siempre, aunque es cierto que lleva unos meses que no me cuenta nada de sus aventuras y le noto cambiado, cualquiera que le viera diría que se ha  enamorado.

Miró el reloj, ya han pasado 20 minutos desde la hora en la que debería haber entrado, intento no pensar en ello, esos dolores de cabeza y aquel mareo, estoy convencido de que es causa del estrés, llevo meses intentando cuadrar cuentas, sacar obras con las que pueda mantener a la plantilla e intentar llegar a casa y que no lo noten. No es que no tenga confianza en Lucía, pero para que preocuparla, bastante tiene ella que dejó su trabajo de abogada cuando se quedó embarazada de Cristina, luego entre unas cosas y otras y como el negocio iba bien se dedicó a la niña, hasta que volvió a quedarse embarazada de Sara. Sin embargo tengo la sensación de que a pesar de  lo que quiere a sus hijas echa de menos ejercer, estar al pie del cañón, y no se lo reprocho, yo no podría estar sin trabajar, aunque gozase de una buena y confortable vida.

La puerta del doctor se abre, sale la enfermera, mira su lista:
-        
- - Alberto Tejada.

-     -  Sí, soy yo.

Tardo unos instantes en levantarme, lo justo para sentir un vacío en el estómago, como si mi vida entera dependiese de los pasos que hay entre la silla y la puerta del despacho del doctor.

Tengo ganas de echar a correr, de ignorar el resultado de las pruebas, quizás viviendo en la ignorancia sea feliz,  pero mis piernas me arrastran decididas a no dar marcha atrás.

El doctor se levanta, lo miro fijamente intentado descubrir cualquier atisbo en su rostro, pero él sonríe afectuosamente y me tiende la mano.

-      -  Alberto, siéntese por favor.

-      -  Gracias doctor- le contesto.

Baja la vista y abre la carpeta donde  se encuentra mi historial médico.

-     -   Bueno aquí tengo las radiografías que le realizamos a raíz de esos dolores de cabeza. ¿Cómo se ha sentido estos días?

-      -  Bien, ya sabe, los nervios del trabajo, el estrés, he sufrido algún pequeño dolor, pero nada que un ibuprofeno no solucionase.

-      -  ¿Y los mareos?, ¿Ha tenido alguno más?

-       - No, exceptuando el último, no he tenido más.

-      -  Muy bien Alberto. – me dice mientras se levanta y coloca la radiografía en el negatoscopio – ¿ha venido solo?


-       - Si he venido solo…. – mis piernas tiemblan, ¿qué clase de pregunta es esa?, ¿necesitaba que alguien me acompañara?, empiezo a pensar que no voy a tener buenas noticias, miro a la enfermera y esta me sonríe, pero ya no sé si su sonrisa es natural o simplemente se está compadeciendo de mí.

-     -   Por favor Alberto, acérquese.

Me cuesta levantarme, noto la boca seca, y en mi mente empiezan a aparecer un sinfín de enfermedades extrañas que seguramente tendré.

-       - Bien, ante  todo voy a explicarle lo que hemos encontrado, en sus radiografías, como verá aquí hay una mancha blanca de unos milímetros  de grosor.

Se me nubla la vista, para mi todos son manchas blancas.

-       - ¿Me está diciendo que tengo un tumor? – mis palabras se resbalan de mi boca y se estrellan en mis oídos, como si no hubiera sido yo el que las hubiera pronunciado.

-       - Ya que has sido tan directo Alberto, sí, así es, un tumor…

Siento que el mundo se derrumba bajo mis pies, el doctor sigue hablándome, pero en mi cabeza sólo oigo el eco de una palabra TUMOR CEREBRAL.

-      -  ¿Alberto? ¿me está escuchando lo que le digo?

-      -  Si… esto... perdone doctor, ¿me decía?

-       Es un análisis prematuro, evidentemente hay una masa en su cerebro, pero ante todo hay que hacer las pruebas pertinentes para determinar de qué tipo y en su caso de que grado es, a veces incluso las radiografías pueden mostrarnos elementos que luego no son, por lo que me gustaría hacerle una tomografía y si esta confirma lo que vemos aquí procederíamos a hacerle una biopsia.

-      -  Ya… ¿y para cuándo?

-    -  No podemos dejar pasar mucho tiempo, lo mejor es actuar rápidamente, me he adelantado y he solicitado las pruebas para pasado mañana, hay que ser lo más rápidos posibles en estos casos.

-      -  ¿Quiere decir que me van a ingresar?

-      -  No hará falta, se utilizará un medio de contraste, con que no tome ningún alimento ni beba las 6 horas antes de realizarlo bastará.

-      -  ¿Y… en el peor de los casos…?

-     -   No nos adelantemos a los acontecimientos, sobre todo es mejor tener un ánimo positivo, en estos casos hay un alto porcentaje de que sea un tumor benigno, con lo cual se le extirparía.
Le voy a dar cita para la tomografía, vamos a ver pasado mañana es…

-      -  Trece, miércoles- le contesta rauda la enfermera.

-      -  Gracias, miércoles 13, a las 11.30 en el Hospital de la Princesa, ¿lo conoce?

-     -   Si, es el que está entre las calles de Diego de León y Conde de Peñalver ¿no?

-     -  Exacto, recuerde, ha de estar sin comer ni beber al menos 6 horas antes, por favor no tome nada de desayunar, ¿ha tenido alguna vez alguna reacción al medio de contraste, si es que se lo ha hecho anteriormente?

-      -  No, esta sería mi primera vez, pero hasta donde yo sé no tengo alergia ninguna.

-      -  Bien, aún así dígaselo a la enferma cuando llegue. En cuanto tenga los resultados de la tomografía le citaré y ya adoptaremos las medidas oportunas, por ahora intente no darle muchas vueltas ¿vale?

-      -  Si doctor, - le mentí. ¿Cómo no iba a darle vueltas? Me acaba de decir que lo más probable es que tenga un tumor cerebral y no voy a darle vueltas, ¿está loco?. Está claro que no es a él a quien acaban de diagnosticarle un tumor cerebral.

La enfermera me abre la puerta y me sonríe, de nuevo aquella sonrisa, me pregunto si será la misma para todos, o quizás tenga varias, si uno no tiene nada grave una ligera sonrisa, si la cosa se agrava la sonrisa se hace más efectiva,  y si como es mi caso ya es el sumun una amplia sonrisa, ¡joder!  ya puestos para una sentencia como la mía al menos que enseñe las tetas.

De pronto empiezo a reír, imaginándome la secuencia, tiene usted un tumor cerebral y la enfermera solícita y presta se abre la camisa y enseña sus dos majestuosas tetas, mientras el doctor sonríe y aclara – “y no son implantes, no se vaya a creer, aquí todo natural “.

El resto de pacientes me miran sorprendidos, mientras yo no puedo parar de reír.

-     -   Vaya que buena noticia le han debido de dar – me dice uno de ellos.

-       - Si, la mejor – le respondo sin dejar de reír.

Salgo a la calle, un aire frío me sacude devolviéndome a la realidad, la imagen de la enfermera se desvanece, el shock del primer impacto se pierde y se apodera de mí la extraña sensación de estar al borde del precipicio.

Entro en el bar más próximo, huele a cerveza y madera, me acerco a la barra, el camarero un tipo entrado en años y en carnes lava un vaso con desgana, me mira, deja el vaso a medio lavar y mientras se seca las manos en un paño, se acerca.

-      - Hola, póngame un vino, por favor.

-       - ¿Blanco o tinto?

-       - Tinto.

-       - ¿De la casa o prefiere un rioja?

- Por dios, una pregunta más y soy capaz de saltar la barra y ponérmelo yo mismo.
-       Un rioja…

-       - ¿Algo para picar?

-       - ¡No, sólo el vino, por favor! – le digo harto de tanta pregunta.

Al final me pone un chato de vino junto a un platito de aceitunas, me mira de soslayo y vuelve a por el vaso a medio lavar.

Recojo el vino, dejo las aceitunas, que seguramente serán puestas a otro, y me siento en una de las mesas. Levanto la vista, en el televisor gesticula el presentador del “Sálvame”, gracias a Dios tienen el volumen bajado. Apuro el vino de un trago, y con la vista le hago una indicación de que me ponga otro.
Junto los dos vasos, uno lleno otro vacío, y no puedo evitar hacer el símil, me siento como ese vaso vacío, y un miedo que crece desde las uñas de mis pies se va apoderando de mí, atenazándose en el estómago hasta subir a la garganta.

-“Voy a morir” – me digo, y es la primera vez en la vida que tengo la certeza de que todo puede acabar. 

Recuerdo cuando murió mi padre, lo más doloroso fue la sensación de que ya nunca más vas a volver a verle, no es como cuando vives en otra ciudad, que aunque no le ves sabes que está ahí, es algo muy diferente, un día está y al otro no, pero  ya nunca más estará, ni su voz, ni su presencia y te deja un agujero, un hueco que sólo el tener que seguir viviendo lo maquilla.

Pienso en mis hijas, en Sara y Cristina, ya no las veré crecer, ni podré cabrearme cuando lleguen con el corazón roto por el primer imbécil que las deje. No podré disfrutar de las navidades todos juntos abriendo los regalos, ni cuando Sara busque debajo de la almohada lo que le deje el ratoncito Pérez.

Intento no llorar, acabo el vino y me pido otro, el camarero me mira pero no dice nada mientras deja el vaso, ya sin tapa. Pienso en Lucía, aún es joven y guapa, quizás encuentre a alguien y se vuelva a enamorar,  y yo al final sea sólo un recuerdo, un álbum de fotos, alguien en quien pensar muy de vez en cuando.

Como se lo voy a decir, como puedo llegar a casa y soltárselo a bocajarro, ya no puedo ocultar que he ido al médico, tengo que pensar en arreglar todos los papeles, saco el móvil y pongo una alarma “sacar el seguro de vida, y ver los papeles de Santa Lucía”. Tengo claro una cosa, y es que quiero que me incineren, después de que si hay algún órgano aprovechable lo cojan y busco la tarjeta de donante en mi cartera.

“Bueno” – me digo,-“al final podré cumplir lo que siempre decía de que quería una fiesta nada de velatorio, una fiesta, música y bebida, podré hacer algún cd, un recopilatorio de la banda sonora de mi vida” y sonrío.

Miro el reloj, se hace tarde y debo regresar a casa, aún no sé cómo encararlo, quizás me esté precipitando y lleve razón el doctor y sólo sea un tumor benigno, una operación, una cicatriz de la que presumir y ya está… pero…  y si no lo es…

Dejo un billete de cinco euros sobre la barra, me ajusto la chaqueta y salgo a la calle, el cielo se ha cubierto de nubes, cae la tarde sobre Madrid, la gente tiene prisa por volver a casa, hace frío, y de pronto me siento un extraño, como si aquellas calles no fueran mis calles, como si aquella ciudad no fuera mi Madrid,  aun así decido volver andando, mientras pienso en cómo voy a decírselo a Lucía. Sin embargo retraso el paso, como si no quisiera llegar nunca a casa, y al pasar frente al parque del Retiro, entro, hacía años que no paseaba por él, escucho el aire corretear entre las hojas, e inspiro el aroma a hierba.

- ¡Qué tonto he sido! – me digo. 

He pasado casi todos los años de mi vida corriendo tras metas intentando alcanzar el futuro. Cuando joven quería tener más años para poder salir con mis amigos, deseaba alcanzar los 18, el carnet de conducir, no tener que dar explicaciones, y llegan los veinte años y quieres comerte el mundo, la vida universitaria, las chicas y sigues queriendo correr, porque las chicas que te gustan sólo tienen ojos para los tíos mayores y cuando quieres darte cuenta entras en la treintena, con algo de suerte quizás tengas a alguien al lado a quien querer que te acompañe en ese camino.

Y la vida te devora, sin pensarlo, dejas de hacer aquellas pequeñas cosas que te reportaban esos trocitos de felicidad, echas horas en el trabajo porque tienes miedo a perderlo, porque deseas un nuevo coche, o un nuevo televisor, aunque con el que tienes te podría valer. 
Y ahora cuando la vida te pone ante el precipicio es cuando esas pequeñas cosas que dejaste de lado, adquieren todo su valor, ¡cuántas tardes y noches, en la oficina haciendo números, intentando satisfacer a clientes caprichosos! 
Y al llegar a casa sólo poder abrir la puerta para ver a mis hijas  dormidas, un beso silencioso, “cierra la puerta, no las despiertes, te estuvieron esperando…”  me decía Lucía casi como un reproche, y yo lo justificaba con que hay que pagar la casa, los estudios, las vacaciones… 
Ahora daría todo lo que fuera para recuperar esas tardes y ponerme a jugar con ellas, a pintar con ellas. Lloro mientras camino hacia el Palacio de Cristal. A esas horas ya casi nadie queda, y me envuelvo en el silencio.

¡Qué cruel eres Dios!- quiero gritarle, quiero pegarle, querría cogerle del cuello y darle de hostias hasta no poder más, “te llevaste a mi padre, cuando más lo necesitaba, cuando él iba a empezar a disfrutar después de toda una vida de perros trabajando, y ahora quieres quitarme lo que más quiero,  dejándoles sin padre … ¿porqué, porqué llegas a ser tan cruel? 

Y golpeo con el puño el tronco de un árbol, se me raspan los nudillos y empiezo a sangrar, unas chicas pasan no muy lejos, y oigo que susurran:

-      -  Debe estar borracho ¿has visto que ha pegado al árbol?

Les sonrío, como si no hubiera pasado nada, saco un pañuelo y  me limpio la mano. Es hora de volver, al menos hoy cenaré con ellas.

martes, noviembre 19, 2013

Domingo - Lunes

Camino por el trazado de arena y asfalto paralelo al estanque del retiro.
Es domingo en Madrid, un sol ajeno al mes de Noviembre navega sobre al azul del cielo.

Hace calor.

Hay parejas de chicos jovenes que se devoran con la mirada, familias que dejan que sus niños lejos del encierro de casa correteen en libertad, o se sientAn a ver los guiñoles, donde un muñeco de rojo persigue a otro que pide a la chiquillería que le avise cuando aparezca, y estos gritan hasta dejarse la voz.

Hay ancianos que lentamente disfrutan de un dia más que le regala la vida,  agarrados el uno al otro, y yo les miro, con esas miradas que están cargadas de envidia.
Hay quien corre esquivando a perros, niños, y no tan niños, otros con su bicicleta intentan no atropellar a este gentío que recorre los doscientos metros de este pequeño microcosmos.

En los laterales, gente de color despliega una manta blanca desteñida donde han clavado sus sueños y esperanzas de un mundo civilizado que no lo es, magos que esconden cartas en su manga, chica que hace girar un hula-hoop en su cintura, provocando con ello las miradas de unos que admiran el control del aro de plástico, otras que se deslizan por su cadera y su culo.

Pintores de caricaturas, vendedores de pendientes, chucherias, "dora la esploradora" pelea por un hueco con "mickey" que saluda a un pequeño con la intención de darle un globo y así sus padres suelten algun euro amarrado a sus bolsillos.

Una violinista ajusta las cuerdas junto a otra chica que toca el arpa, se sonrien mientras frente a ellas en una maleta se juntan las primeras monedas.

Yo paso entre la gente como un fantasma, podría atravesar sus cuerpos sin que llegasen a enterarse,  podría ponerme delante de ellos sin que llegaran a verme, podria, incluso caminar a su lado y seguiría sin existir.

Sobre mi mesa hay un papel, un rectángulo en blanco, una demanda de empleo que cada lunes desnuda mi alma, destroza mis sueños.

martes, noviembre 12, 2013

Un cuento

Es Diciembre, un mes especial en todos los rincones del planeta, ese al que llamamos Tierra.
Y sin embargo en cada rincón se vive de manera diferente, aunque no queramos verlo, aunque a pesar de las noticias en los telediarios cerremos los ojos, todos sabemos cuál es la realidad, esa que separa a los que vivimos en el hemisferio norte, del hemisferio sur.
Por si no lo sabéis, la Tierra es como una naranja, imaginad que la tenéis en vuestra mano, con un rotulador por la mitad dibujáis una línea, la parte de arriba sería el hemisferio norte, la parte rica, la parte de abajo la que está pegada a vuestra mano es el hemisferio sur, la parte pobre.
***
En una ciudad del hemisferio norte vive una familia, con dos hijos, una chica y un chico, de vuestra edad, van al colegio, tienen amigos, una casa grande, a los chicos no les falta de nada, por suerte sus padres tienen trabajo, y todo lo que ellos quieren sus padres se lo compran, no hacen ningún esfuerzo, sólo tienen que pedirlo. Unas zapatillas de deporte, el último video juego, la muñeca de los monster high, con su casa y su ropa. Y sin embargo a veces no son felices.
En un poblado del hemisferio sur, las casas son de barro, y caña. En una de ellas viven una familia, los padres, los abuelos, y dos hijos, una chica y un chico, de vuestra edad, no van al colegio, porque el colegio está a muchos kilómetros de allí. Dos veces por semana al poblado llega un coche con unos voluntarios de una ONG, los niños del poblado se sientan en el suelo, y allí los voluntarios les enseñan a leer. Los niños no tienen juguetes, no saben que son unas zapatillas de deporte, o que es una muñeca monster high, ni siquiera saben que es tener una habitación para ellos solos, porque en la choza no hay habitaciones, duermen todos juntos. Y sin embargo son felices.
***
Suena el timbre del colegio, es el último día de clases, empiezan las vacaciones de Navidad, Javier y Sara, que es como se llaman los niños, cogen sus mochilas, y agarrados de la mano salen al patio, allí está su madre, esperándolos como todos los días.
- ¡¡ Hola mami ¡! – dicen Javier y Sara - ¿Qué nos has traído de merendar?
- ¿Y ese beso? – les contesta su madre, mientras les da una bolsa con la merienda.
- ¡Jo!, otra vez un bocadillo de mortadela, yo no lo quiero, vamos a comprar chuches. – Y despreciando el bocadillo lo vuelve a meter en la bolsa.
Sara no dice nada, y le da un mordisco al suyo, la madre recoge la bolsa, y para que su hijo no se enfade y empiece a llorar, se acercan al puesto de don Ramón y le compra unas chuches.
Javier le enseña un sobre de pica-pica a su hermana y cuando está va a cogerlo lo abre y se lo echa a la boca.
- ¡Mamá, mamá!, Javier no me da ninguna – dice Sara lloriqueando.
- Son chuches para mayores, tu eres una pequeñaja – le contesta Javier.
La madre suspira, a veces no puede con ellos.
***
En el poblado, Samburu y Nakura, los niños, tienen que ir a recoger la leche de las vacas que cuida su padre, la cosecha no ha ido bien este año, ha hecho demasiado calor, y el trigo se ha marchitado. Ambos, descalzos recorren la pradera, a lo lejos una manada de elefantes levantan la trompa intentado oler donde está el rio. Samburu y Nakura se paran a verlos, la más pequeña, Nakura, se ríe cuando ve como el gran macho levanta la trompa y sacude las orejas.
- ¿Por qué mueve así las orejas Samburu? –le pregunta a su hermano.
- Porque así además de espantar a todas las moscas, se da aire para no pasar tanto calor. – le contesta.
- ¡Qué listo eres, hermano! – le dice mientras echa a correr hasta el cercado – a que no me pillas.
Pero Samburu que corre más que su hermana, lo hace despacio, no quiere cogerla, le encanta que le gane porque ella se ríe y salta de alegría cada vez que lo gana, y él sabe que debe protegerla, en la pradera hay muchos peligros y él es el hermano mayor, él que tiene que cuidarla.
En el cercado el padre les espera con unos cubos, Samburu y Nakura no tienen mucho tiempo para jugar, tienen que ayudar a su familia, pero su padre hace que el ordeñar a las vacas sea como un juego. Llenan los cubos, el de Nakura es más pequeño para que pueda llevarlo. Cuando terminan de ordeñar a las vacas, se despiden de su padre y vuelven al poblado
***
Ya en casa, Javier va a su habitación, tiene los juegos tirados por el suelo, se aburre, tiene el último juego de Harry Potter para la play, pero ya se lo ha pasado, coge su coche teledirigido y cuando lo va a encender no tiene pilas, busca en los cajones y nada, se va a la cocina pero tampoco quedan, entonces enfadado tira el mando al suelo y se echa a llorar.
- No tengo pilas, no funciona el coche – gimotea.
- Juega con otras cosas, tienes un montón de juegos – le dice su padre.
- Yo quiero mi coche, ¡cómprame pilas! – le grita llorando
- Es tarde y las tiendas están cerradas, deja de llorar, tienes un montón de juguetes, ya quisieran muchos niños tener todos los juguetes que tú tienes.
Javier vuelve a su habitación, cierra la puerta y mira a su alrededor, tiene un mecano, una pelota de futbol, otra de baloncesto, el equipamiento de futbol del Real Madrid, un microscopio, la colección de cromos de Dragon Ball, y los click piratas, sin embargo está enfadado, no sabe qué hacer, se aburre, da una patada a un robot que cae al suelo encendiendo los ojos y moviendo los brazos con un sonido metálico.
***
En el poblado cae la tarde, dentro de la choza la madre y la abuela calientan un puchero, Samburu y Nakura miran como lo hacen, su madre se da la vuelta y les da permiso para salir.
- Vamos Nakura – le apremia Samburu.
Salen de la choza, un gran sol tiñe de naranja el cielo.
- ¿A que jugamos, Samburu?
- Vamos a buscar unos palos de caña.
Se reúnen con más niños del poblado, unos buscan palos de caña, otros plumas de ave. Cuando ya han conseguido suficiente, los más mayores sacan unos cuchillos y afilan las cañas, hacen un corte en la parte superior y ponen una pluma en cada uno de los palitos.
Unos son largos y otros pequeños. Los pequeños servirán como lápices mojándolo la punta en un tinte que hacen con unos frutos, los largos los utilizaran los mayores como flechas. Todos se divierten fabricando los lápices y las flechas, mientras cuentan historias del gran león blanco, que por las noches ruge y va de caza. Algunos lo han visto, y dicen que es más grande que dos hombres juntos, y que es tan veloz que no hay gacela que se escape a sus zarpas. Los más pequeños se asustan con la historia, pero Samburu sabe que es bueno que los pequeños sepan que la selva tiene sus peligros.
Cuando terminan de hacer los lápices y las flechas, las guardan, y se reúnen todos, no tienen juguetes con qué jugar, pero unos harán de cazadores y otros harán de leones, y jugarán a ser cazados, a no dejarse cazar, corriendo entre las chozas.
***
Javier y Sara se levantan de la cama, no tienen que ir al colegio, están de vacaciones, su madre les llama para que vayan corriendo a la ventana.
Ha nevado, y el jardín está cubierto de un manto blanco.
- ¿Qué os parece si desayunamos, y bajamos a hacer un gran muñeco de nieve?
- ¡Siiiii! – gritan los dos.
Cuando terminan, la madre les ayuda a ponerse los abrigos, los guantes y las botas, ya protegidos contra el frío bajan al jardín, allí hay otros niños amontonando una gran montaña de nieve, unos llevan unas bolas de papel pintado de negro, Sara en su bolsillo lleva la zanahoria más grande que encontró en la nevera.
Entre todos van haciendo un gran muñeco de nieve, primero el cuerpo, colocan los papeles como si fueran los botones, otros están haciendo una gran bola que servirá para la cabeza, otros están buscando dos piedras para ponérsela como ojos. Cuando ya tienen hecha la bola juntos la ponen encima del cuerpo, alguien pone las piedras, y la madre de Sara la coge en brazos le da la zanahoria y ella se la pone como nariz.
Desde el árbol, las ardillas ven a los niños y corren a esconderse.
El muñeco está terminado y los más pequeños juntan sus manos y empiezan a bailar alrededor del muñeco, como habían aprendido en clase, unas veces giran a la derecha, otras a la izquierda, un paso delante, otro detrás, crean un círculo y giran alrededor del muñeco de nieve.
Los mayores empiezan una pelea con bolas de nieve, Javier escondido tras de un árbol coge un montoncito, se lo tira a Sara, y se esconde.
Es tiempo de Navidad.
***
Amanece en el poblado, hoy es un día peligroso, hoy es día de caza, los hombres se sientan en troncos caídos, de un cuenco cogen unas extrañas larvas, con sus dedos las aplastan poco a poco dejando que caiga sobre la punta de la flecha un líquido viscoso, es un potente veneno, si cayera en alguna herida, sería mortal.
Se despiden de los niños y de las mujeres, algunos llevan antorchas, tardarán días en volver.
Se dividen en grupos de caza.
Ya ha pasado medio día desde que salieron del poblado, se han internado en una parte de la sabana de altas hierbas donde hay manadas de gacelas Thomson. Los hombres hacen un gran agujero que tapan con ramas, los que llevan las antorchas queman las hierbas y se produce un gran incendio, es la forma de que así no se escondan las gacelas entre la maleza y poder verlas. Los hombres se esconden en el agujero y esperan pacientemente a que vuelvan.
Pueden pasar dos días hasta que las gacelas regresen, mientras ellos esperan sin moverse, saben que hay leones y leopardos, que también salen a cazar, si alguno hiciera ruido o les llegase su olor, tendrían que luchar contra los leones o los leopardos y saben que es casi imposible vencerles.
Han pasado tres días, cuando aparecen las gacelas, el jefe de la tribu asoma la cabeza, e  indica a su grupo que no hagan ruido, los mejores con el arco, se asoman,  y disparan sus flechas, una alcanza a una gacela, es hora de salir tras ella.
Pasan tres horas siguiendo el rastro hasta que la encuentran tendida, el veneno ha hecho efecto, ahora tienen que llevársela rápidamente, ya que el olor puede atraer a las hienas o a alguna leona hambrienta.
Tras cuatro días fuer, los grupos de cazadores vuelven al poblado, han tenido éxito y la tribu tendrá comida para unas semanas.
***
Las luces parpadean, se oyen villancicos, mientras los padres de Javier y Sara, ponen juntos la mesa.
Es la cena de nochebuena, vendrán los abuelitos y los tíos, con los primos.
Sobre la mesa hay un montón de comida, todos los años es igual, al final sobra tanta, que la tienen que tirar, pero nadie repara en ello, es Navidad. Todos están alegres cantando, el abuelo le pregunta a Sara si ya ha escrito la carta a los Reyes Magos, Javier corre con la suya, como otros años su carta está llena de peticiones, tantas que seguro no podrá jugar con todo lo que pide.

***
El poblado se reúne ante una gran hoguera, ellos saben que es Navidad  porque los voluntarios de la ONG están allí con ellos. En el fuego, la carne del antílope se asa, se reparten los cuencos, y todos comerán lo justo, sabiendo que nada pueden tirar, porque quizás la semana que viene no tengan que comer.
Para agradecer lo que la madre tierra les ha dado, la tribu se disfraza de animales, unos de antílopes, otros de elefantes, de monos y águilas, de leones y jirafas, de águilas, cebras, y juntos danzan alrededor del fuego mientras los más viejos tocan los tambores y cantan a la madre tierra, dándole las gracias por el alimento que les ha otorgado.
No hay regalos ni juguetes, el mayor regalo que tienen es que todos siguen vivos un año más.