viernes, noviembre 22, 2013

Raices al Viento - Capítulo 1

Os dejo el primer capítulo de "Raices al Viento" si no quieres leerlo aquí puedes descargártelo en este enlace: Raices al Viento Capítulo 1  (PDF 441Kb)

para leer el resto... ya sabéis a adquirir el libro.



COMO SI LA VIDA ENTERA DEPENDIESE DE LOS PASOS QUE HAY ENTRE LA SILLA Y LA PUERTA DEL DESPACHO DEL DOCTOR
Estoy en la sala de espera del centro médico, las paredes de un blanco ya envejecido por los años, no logran distraer el olor tan peculiar de los hospitales.
He venido solo, nadie sabe que estoy aquí,  ¿por qué?, quizás ni yo mismo sepa responder a esa pregunta, miro al resto de los pacientes, leo sus miradas pérdidas, algunas carentes de esperanza, otras reflejan la incertidumbre como la de aquellos estudiantes universitarios que esperan que cuelguen los resultados de sus exámenes, aprobado o suspenso, pero aquí es vida o muerte.

Debería presentarme, me llamo Alberto, tengo 43 años, una buena edad dicen algunos,  aunque yo me quedaría en los treinta y tantos. Ciertamente, y os lo digo de forma confidencial, dudé como vestirme para venir a la consulta, parece absurdo, si, ¡qué más dará lo que uno se vaya a poner a la hora de ir al médico!, sin embargo yo saqué tres pantalones, dos camisas, antes de decidirme, como si tuviera una cita, Al final elegí un pantalón negro, una camisa blanca y una chaqueta de sport. Tengo una pequeña empresa de diseño de interiores,  aunque ahora con la crisis no va muy boyante,  pero intento resistir haciendo pequeñas chapuzas y obras.  

Cuando uno está aquí sentando parece que es momento de hacer un balance de la vida, no sé si os habrá pasado a vosotros,  la verdad es que no puedo quejarme, estoy casado con Lucía y tenemos dos  hijas  Sara de 8 años y Cristina de 12. 

Sin embargo siento que me falta algo, quizás haya sido siempre así, mi vida con Lucía se ha vuelto como esos ríos que bajan de aguas mansas sin turbulencias, hace años cuando nos conocimos,  éramos un torrente, todo pasión,  no nos importaba nada, solíamos  coger la mochila, improvisar y lanzarnos un fin de semana a la aventura. Recuerdo con nostalgia aquellos días, quizás sean fruto de la juventud, cuando crees que puedes comerte el mundo.

 Luego llegan las preocupaciones, las responsabilidades y cuando quieres darte cuenta tu vida va pasando entre hipotecas, pañales y recibos. No digo que eso no sea la felicidad,  pero siento que la rutina me ha cogido con sus largos brazos, y la vida se va yendo por el sumidero lentamente.

Tengo un amigo Carlos, le conocí en la universidad, tres años menor que yo, compañero de fatigas, él acabo la carrera, ahora es diseñador industrial, yo tuve que dejarla, un cáncer se llevó a mi padre, y tuve que hacerme cargo de su pequeño negocio. Ese que yo odiaba tanto y que al final hubo que cerrar. No me arrepiento, a pesar de que mi padre fuera uno de aquellos chapados a la antigua, de los que pensaban que mano dura era la mejor forma de educar, y que cualquier muestra de cariño era una muestra de debilidad.

Carlos es el tipo que todos quisiéramos ser, independiente, libre, deportista, el clásico ligón que cuando llega a cualquier sitio, y se baja de la moto y se quita el casco sabes que todas las miradas son para él. Sin embargo tras unas cuantas cervezas, me confía que en realidad envidia mi vida, que a él le encantaría tener a alguien a quien esperar y  quien le espere, que ya esa vida de “picaflor” pasó y se siente realmente cansado.

Lo mejor de todo es que cuando se le pasa el efecto del alcohol, ya no se acuerda y vuelve a ser el mismo de siempre, aunque es cierto que lleva unos meses que no me cuenta nada de sus aventuras y le noto cambiado, cualquiera que le viera diría que se ha  enamorado.

Miró el reloj, ya han pasado 20 minutos desde la hora en la que debería haber entrado, intento no pensar en ello, esos dolores de cabeza y aquel mareo, estoy convencido de que es causa del estrés, llevo meses intentando cuadrar cuentas, sacar obras con las que pueda mantener a la plantilla e intentar llegar a casa y que no lo noten. No es que no tenga confianza en Lucía, pero para que preocuparla, bastante tiene ella que dejó su trabajo de abogada cuando se quedó embarazada de Cristina, luego entre unas cosas y otras y como el negocio iba bien se dedicó a la niña, hasta que volvió a quedarse embarazada de Sara. Sin embargo tengo la sensación de que a pesar de  lo que quiere a sus hijas echa de menos ejercer, estar al pie del cañón, y no se lo reprocho, yo no podría estar sin trabajar, aunque gozase de una buena y confortable vida.

La puerta del doctor se abre, sale la enfermera, mira su lista:
-        
- - Alberto Tejada.

-     -  Sí, soy yo.

Tardo unos instantes en levantarme, lo justo para sentir un vacío en el estómago, como si mi vida entera dependiese de los pasos que hay entre la silla y la puerta del despacho del doctor.

Tengo ganas de echar a correr, de ignorar el resultado de las pruebas, quizás viviendo en la ignorancia sea feliz,  pero mis piernas me arrastran decididas a no dar marcha atrás.

El doctor se levanta, lo miro fijamente intentado descubrir cualquier atisbo en su rostro, pero él sonríe afectuosamente y me tiende la mano.

-      -  Alberto, siéntese por favor.

-      -  Gracias doctor- le contesto.

Baja la vista y abre la carpeta donde  se encuentra mi historial médico.

-     -   Bueno aquí tengo las radiografías que le realizamos a raíz de esos dolores de cabeza. ¿Cómo se ha sentido estos días?

-      -  Bien, ya sabe, los nervios del trabajo, el estrés, he sufrido algún pequeño dolor, pero nada que un ibuprofeno no solucionase.

-      -  ¿Y los mareos?, ¿Ha tenido alguno más?

-       - No, exceptuando el último, no he tenido más.

-      -  Muy bien Alberto. – me dice mientras se levanta y coloca la radiografía en el negatoscopio – ¿ha venido solo?


-       - Si he venido solo…. – mis piernas tiemblan, ¿qué clase de pregunta es esa?, ¿necesitaba que alguien me acompañara?, empiezo a pensar que no voy a tener buenas noticias, miro a la enfermera y esta me sonríe, pero ya no sé si su sonrisa es natural o simplemente se está compadeciendo de mí.

-     -   Por favor Alberto, acérquese.

Me cuesta levantarme, noto la boca seca, y en mi mente empiezan a aparecer un sinfín de enfermedades extrañas que seguramente tendré.

-       - Bien, ante  todo voy a explicarle lo que hemos encontrado, en sus radiografías, como verá aquí hay una mancha blanca de unos milímetros  de grosor.

Se me nubla la vista, para mi todos son manchas blancas.

-       - ¿Me está diciendo que tengo un tumor? – mis palabras se resbalan de mi boca y se estrellan en mis oídos, como si no hubiera sido yo el que las hubiera pronunciado.

-       - Ya que has sido tan directo Alberto, sí, así es, un tumor…

Siento que el mundo se derrumba bajo mis pies, el doctor sigue hablándome, pero en mi cabeza sólo oigo el eco de una palabra TUMOR CEREBRAL.

-      -  ¿Alberto? ¿me está escuchando lo que le digo?

-      -  Si… esto... perdone doctor, ¿me decía?

-       Es un análisis prematuro, evidentemente hay una masa en su cerebro, pero ante todo hay que hacer las pruebas pertinentes para determinar de qué tipo y en su caso de que grado es, a veces incluso las radiografías pueden mostrarnos elementos que luego no son, por lo que me gustaría hacerle una tomografía y si esta confirma lo que vemos aquí procederíamos a hacerle una biopsia.

-      -  Ya… ¿y para cuándo?

-    -  No podemos dejar pasar mucho tiempo, lo mejor es actuar rápidamente, me he adelantado y he solicitado las pruebas para pasado mañana, hay que ser lo más rápidos posibles en estos casos.

-      -  ¿Quiere decir que me van a ingresar?

-      -  No hará falta, se utilizará un medio de contraste, con que no tome ningún alimento ni beba las 6 horas antes de realizarlo bastará.

-      -  ¿Y… en el peor de los casos…?

-     -   No nos adelantemos a los acontecimientos, sobre todo es mejor tener un ánimo positivo, en estos casos hay un alto porcentaje de que sea un tumor benigno, con lo cual se le extirparía.
Le voy a dar cita para la tomografía, vamos a ver pasado mañana es…

-      -  Trece, miércoles- le contesta rauda la enfermera.

-      -  Gracias, miércoles 13, a las 11.30 en el Hospital de la Princesa, ¿lo conoce?

-     -   Si, es el que está entre las calles de Diego de León y Conde de Peñalver ¿no?

-     -  Exacto, recuerde, ha de estar sin comer ni beber al menos 6 horas antes, por favor no tome nada de desayunar, ¿ha tenido alguna vez alguna reacción al medio de contraste, si es que se lo ha hecho anteriormente?

-      -  No, esta sería mi primera vez, pero hasta donde yo sé no tengo alergia ninguna.

-      -  Bien, aún así dígaselo a la enferma cuando llegue. En cuanto tenga los resultados de la tomografía le citaré y ya adoptaremos las medidas oportunas, por ahora intente no darle muchas vueltas ¿vale?

-      -  Si doctor, - le mentí. ¿Cómo no iba a darle vueltas? Me acaba de decir que lo más probable es que tenga un tumor cerebral y no voy a darle vueltas, ¿está loco?. Está claro que no es a él a quien acaban de diagnosticarle un tumor cerebral.

La enfermera me abre la puerta y me sonríe, de nuevo aquella sonrisa, me pregunto si será la misma para todos, o quizás tenga varias, si uno no tiene nada grave una ligera sonrisa, si la cosa se agrava la sonrisa se hace más efectiva,  y si como es mi caso ya es el sumun una amplia sonrisa, ¡joder!  ya puestos para una sentencia como la mía al menos que enseñe las tetas.

De pronto empiezo a reír, imaginándome la secuencia, tiene usted un tumor cerebral y la enfermera solícita y presta se abre la camisa y enseña sus dos majestuosas tetas, mientras el doctor sonríe y aclara – “y no son implantes, no se vaya a creer, aquí todo natural “.

El resto de pacientes me miran sorprendidos, mientras yo no puedo parar de reír.

-     -   Vaya que buena noticia le han debido de dar – me dice uno de ellos.

-       - Si, la mejor – le respondo sin dejar de reír.

Salgo a la calle, un aire frío me sacude devolviéndome a la realidad, la imagen de la enfermera se desvanece, el shock del primer impacto se pierde y se apodera de mí la extraña sensación de estar al borde del precipicio.

Entro en el bar más próximo, huele a cerveza y madera, me acerco a la barra, el camarero un tipo entrado en años y en carnes lava un vaso con desgana, me mira, deja el vaso a medio lavar y mientras se seca las manos en un paño, se acerca.

-      - Hola, póngame un vino, por favor.

-       - ¿Blanco o tinto?

-       - Tinto.

-       - ¿De la casa o prefiere un rioja?

- Por dios, una pregunta más y soy capaz de saltar la barra y ponérmelo yo mismo.
-       Un rioja…

-       - ¿Algo para picar?

-       - ¡No, sólo el vino, por favor! – le digo harto de tanta pregunta.

Al final me pone un chato de vino junto a un platito de aceitunas, me mira de soslayo y vuelve a por el vaso a medio lavar.

Recojo el vino, dejo las aceitunas, que seguramente serán puestas a otro, y me siento en una de las mesas. Levanto la vista, en el televisor gesticula el presentador del “Sálvame”, gracias a Dios tienen el volumen bajado. Apuro el vino de un trago, y con la vista le hago una indicación de que me ponga otro.
Junto los dos vasos, uno lleno otro vacío, y no puedo evitar hacer el símil, me siento como ese vaso vacío, y un miedo que crece desde las uñas de mis pies se va apoderando de mí, atenazándose en el estómago hasta subir a la garganta.

-“Voy a morir” – me digo, y es la primera vez en la vida que tengo la certeza de que todo puede acabar. 

Recuerdo cuando murió mi padre, lo más doloroso fue la sensación de que ya nunca más vas a volver a verle, no es como cuando vives en otra ciudad, que aunque no le ves sabes que está ahí, es algo muy diferente, un día está y al otro no, pero  ya nunca más estará, ni su voz, ni su presencia y te deja un agujero, un hueco que sólo el tener que seguir viviendo lo maquilla.

Pienso en mis hijas, en Sara y Cristina, ya no las veré crecer, ni podré cabrearme cuando lleguen con el corazón roto por el primer imbécil que las deje. No podré disfrutar de las navidades todos juntos abriendo los regalos, ni cuando Sara busque debajo de la almohada lo que le deje el ratoncito Pérez.

Intento no llorar, acabo el vino y me pido otro, el camarero me mira pero no dice nada mientras deja el vaso, ya sin tapa. Pienso en Lucía, aún es joven y guapa, quizás encuentre a alguien y se vuelva a enamorar,  y yo al final sea sólo un recuerdo, un álbum de fotos, alguien en quien pensar muy de vez en cuando.

Como se lo voy a decir, como puedo llegar a casa y soltárselo a bocajarro, ya no puedo ocultar que he ido al médico, tengo que pensar en arreglar todos los papeles, saco el móvil y pongo una alarma “sacar el seguro de vida, y ver los papeles de Santa Lucía”. Tengo claro una cosa, y es que quiero que me incineren, después de que si hay algún órgano aprovechable lo cojan y busco la tarjeta de donante en mi cartera.

“Bueno” – me digo,-“al final podré cumplir lo que siempre decía de que quería una fiesta nada de velatorio, una fiesta, música y bebida, podré hacer algún cd, un recopilatorio de la banda sonora de mi vida” y sonrío.

Miro el reloj, se hace tarde y debo regresar a casa, aún no sé cómo encararlo, quizás me esté precipitando y lleve razón el doctor y sólo sea un tumor benigno, una operación, una cicatriz de la que presumir y ya está… pero…  y si no lo es…

Dejo un billete de cinco euros sobre la barra, me ajusto la chaqueta y salgo a la calle, el cielo se ha cubierto de nubes, cae la tarde sobre Madrid, la gente tiene prisa por volver a casa, hace frío, y de pronto me siento un extraño, como si aquellas calles no fueran mis calles, como si aquella ciudad no fuera mi Madrid,  aun así decido volver andando, mientras pienso en cómo voy a decírselo a Lucía. Sin embargo retraso el paso, como si no quisiera llegar nunca a casa, y al pasar frente al parque del Retiro, entro, hacía años que no paseaba por él, escucho el aire corretear entre las hojas, e inspiro el aroma a hierba.

- ¡Qué tonto he sido! – me digo. 

He pasado casi todos los años de mi vida corriendo tras metas intentando alcanzar el futuro. Cuando joven quería tener más años para poder salir con mis amigos, deseaba alcanzar los 18, el carnet de conducir, no tener que dar explicaciones, y llegan los veinte años y quieres comerte el mundo, la vida universitaria, las chicas y sigues queriendo correr, porque las chicas que te gustan sólo tienen ojos para los tíos mayores y cuando quieres darte cuenta entras en la treintena, con algo de suerte quizás tengas a alguien al lado a quien querer que te acompañe en ese camino.

Y la vida te devora, sin pensarlo, dejas de hacer aquellas pequeñas cosas que te reportaban esos trocitos de felicidad, echas horas en el trabajo porque tienes miedo a perderlo, porque deseas un nuevo coche, o un nuevo televisor, aunque con el que tienes te podría valer. 
Y ahora cuando la vida te pone ante el precipicio es cuando esas pequeñas cosas que dejaste de lado, adquieren todo su valor, ¡cuántas tardes y noches, en la oficina haciendo números, intentando satisfacer a clientes caprichosos! 
Y al llegar a casa sólo poder abrir la puerta para ver a mis hijas  dormidas, un beso silencioso, “cierra la puerta, no las despiertes, te estuvieron esperando…”  me decía Lucía casi como un reproche, y yo lo justificaba con que hay que pagar la casa, los estudios, las vacaciones… 
Ahora daría todo lo que fuera para recuperar esas tardes y ponerme a jugar con ellas, a pintar con ellas. Lloro mientras camino hacia el Palacio de Cristal. A esas horas ya casi nadie queda, y me envuelvo en el silencio.

¡Qué cruel eres Dios!- quiero gritarle, quiero pegarle, querría cogerle del cuello y darle de hostias hasta no poder más, “te llevaste a mi padre, cuando más lo necesitaba, cuando él iba a empezar a disfrutar después de toda una vida de perros trabajando, y ahora quieres quitarme lo que más quiero,  dejándoles sin padre … ¿porqué, porqué llegas a ser tan cruel? 

Y golpeo con el puño el tronco de un árbol, se me raspan los nudillos y empiezo a sangrar, unas chicas pasan no muy lejos, y oigo que susurran:

-      -  Debe estar borracho ¿has visto que ha pegado al árbol?

Les sonrío, como si no hubiera pasado nada, saco un pañuelo y  me limpio la mano. Es hora de volver, al menos hoy cenaré con ellas.

1 comentario:

Masakoy dijo...

No me lo leo porque quiero el libro y punto.