viernes, septiembre 02, 2005

Sueños Son Parte 9

Volví a casa envuelta en su olor, en sus palabras y en mis pensamientos, ¿era realmente consciente de lo que estaba haciendo? Me había introducido en un juego del que sabría salir o por el contrario quería entrar en él a sabiendas de que iba a vivir sensaciones y sentimientos de los cuales podría luego arrepentirme.
Recapacité un poco, y me dije a mi misma que si era capaz de entrar seria capaz de salir en cualquier momento, pero en el fondo de mi, algo vibró como si quisiera decirme que iba a pasar una frontera de la cual me sería imposible volver.

En ese momento decidí no ir el jueves al café, si algo había aprendido de los hombres, es que las cosas fáciles no les atraen, además necesitaba tiempo para pensar si mi decisión de verle iba en serio, todo había pasado demasiado deprisa y yo aún guardaba algo de racionalidad en mi corazón.

Dejé pasar el miércoles sin pensar mucho en él, me centré en mi trabajo y en mi casa, pero el jueves mientras se acercaban las siete de la tarde las dudas me asaltaron y unas ganas irresistibles de ir a verle se adueñaron de mi. ¿Y si es su ultima sesión en el café? Seria capaz de dejar pasar una oportunidad así, quizás podría ser la ultima y además no había hecho nada malo ni nada de lo que arrepentirme, solo ir, verle y concretar una cita, ¿qué hay de malo en ello, en tomar un café y en charlar?. Retrasé el trabajo lo suficiente para salir mas tarde de las siete. Cuando llegué a casa me sentía triunfadora, había logrado controlarme, dominar mis instintos, pero esa sensación pasó cuando sentados ante el televisor miré a mi pareja y le vi como se iba durmiendo, las diez y media y él dormía mientras en la televisión volvía aquel horripilante concurso de unos chicos encerrados en una academia, exprimiendo el éxito de una primera versión hasta hacerlo aborrecible. Fue entonces cuando me di cuenta de mi error, había dejado de vivir y de sentir por el simple hecho de creerme capaz de auto controlarme y ahora me arrepentía de ello, aunque ya era tarde, pero recordé sus palabras y me prometí a mi misma no volver a perder la oportunidad de ser feliz aunque fuera un simple instante.

Llegó el viernes e intenté de nuevo ir a cenar al restaurante del coloquio pero esta vez mi pareja se negó, me dijo que de vez en cuando la experiencia no estaba mal pero que dos veces seguidas eran demasiado además, sus amigos, nuestros amigos, vendrían a cenar, yo ya sabía lo que vendría después, copas y mas copas y algún canuto, todo para acabar borrachos, unas risas y despertarse bien entrada la mañana. Y así fue, solo que aquella vez me sentí mas asqueada que las otras veces, me miré al espejo y no me reconocí, había abierto una puerta y ya no podía cerrarla, ¿deseaba pasar así el resto de mi vida? Y lo que más me podía preocupar, ¿aún quedaban en mi ilusiones por las cuales vivir, o simplemente me resignaba a vivir sin esperar nada mas?

Esperé la llegada del martes de igual manera que un niño espera que llegue el recreo para salir al patio a jugar. Y aunque parecía que nunca llegaría, llegó.

Y dieron las siete, y entré en el café y me senté.
Y él entró, y me miró, y me sonrió... y empezó su cuento.

“... había una vez un hombre, en un pueblo, y en el pueblo una estación de autobuses, y en la estación un café. Y el hombre iba todas las tardes a las 5 a tomar allí su café y a ver la gente bajar del autobús, para veinte minutos después volver a retomar su viaje. Y esos veinte minutos era el tiempo en el que el hombre salía del pueblo y vivía en un mundo lejano, escuchaba el acento de los viajeros, oía sus conversaciones y por un momento era capaz de alejarse de los muros de aquel pueblo.
Una tarde mientras tomaba su café y el local se abarrotaba de gente, alguien le pidió si podía sentarse con él, y al levantar la vista vio una bella chica, y aquellos veinte minutos no pararon de charlar y se sorprendió de las cosas que a aquella desconocida él llegó a contarle, más el tiempo pasó y ella tenía que dejarle. La vio volver a tomar el autobús y cuando oyó como este se marchaba, sintió que algo de él también se iba. Pero una voz repitió ¿ puedo sentarme? Era ella, en realidad no viajaba con un destino, sino que huía de un pasado de una relación acabada, un empezar de nuevo.
Y él se alegro ya que de alguna manera aquella chica representaba todos sus sueños, salir del pueblo.
Pasaron los días y se fueron conociendo, aunque en el fondo había un miedo, mas tarde ella se iría y todo acabaría.
Y el miedo de él impidió decirle lo que llegó a amarla, y el miedo de ella le impidió quedarse en aquel pueblo.
Y un día, antes que él fuera a recogerla a su hotel, se marchó.
Ahora aquel hombre llega al café, pide uno y antes de que den las cinco deja su asiento vacío, y pasea su tristeza por el pueblo....”

No sé si aquel cuento iba dirigido a mi, si él lo había seleccionado para cuando estuviese, o fue simplemente casualidad, pero algo había en aquel relato que me hizo llorar, no sólo a mi. Algunos oyentes se acercaron a él y hablaron del cuento, del miedo a romper con lo que llamamos normalidad y a jugarse el tipo. Cuando acabó con ellos se acercó a mi mesa, me pidió cortésmente si podía sentarse y lo hizo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

una historia dentro de otra, excelente,,,refleja muchas cosas que sentimos en algun momento de la vida
campos

Anónimo dijo...

Más,más,más, más, quiero másssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss.

P.D. solo me queda una uña de los diez dedos de mi mano.