jueves, julio 14, 2005

El café


Aquel pueblo era su hogar, pero también era su cárcel. Las casas, la gente, y su forma de vida se habían convertido en muros infranqueables.
Todo había construido una enredadera en si interior, tan espesa que ya era incapaz de ver la luz, y se acostumbró, y se dejó ir.
Empezó a ver su vida pasar a través de la ventana, sin mojarse, como el que ve llover debajo de un soportal.
Sólo había un momento de ilusión en su vida, todas las tardes a las 5 en punto, entraba en el café, se sentaba en la tercera mesa, al lado del gran ventanal, pedía un cafe con leche fría, dos sobres de azúcar, y el café en vaso, por supuesto. Cogía la cucharilla, la ponía en el platito, mientras vertía los dos sobres, tres vueltas con la cucharilla, y su mirada se perdía en el remolino del café.
Lentamente y sorbo a sorbo, esperaba la llegada del autobús, este, diariamente a las 17.30 paraba enfrente del ventanal, los viajeros tenían 20 minutos para estirar las piernas, ir al lavabo o tomar algún bocadillo. Eran los 20 minutos en los que su vida tenía un aliciente. Desde donde estaba podía ver como bajaban del autobús, luego los seguía con la mirada mientras entraban en el café. En esos momentos era capaz de vivir 20 vidas, sus ojos iban de grupo en grupo, sus oídos captaban todas las conversaciones y por ese tiempo él era de otra cuidad, o viajaba a otros lugares, veía sus ropas sus andares, y vivía en ellos.
Nunca se había relacionado con ninguno, le aterrorizaba la idea. Tan dentro de sí tenia los muros que ya no quería ver lo que había detrás de ellos.
Aquella tarde, mientras daba uno de sus reposados tragos al café, el autobús llegó con cinco minutos de adelanto como si quisiera traer algo nuevo y no pudiera esperar mas.
Llegaba repleto de pasajeros que salieron corriendo para tomar sitio en el café. Cuando parecía que todos habían bajado, y ya buscaba con sus ojos en que grupo fijarse, la vio descender, pausadamente, como si a cada paso que diera ella supiera que la estaban observando, el pelo largo, recogido, una cazadora vaquera con el cuello alzado, los pantalones ajustados y una especie de zuecos. No pudo apartar la mirada de ella, quizás por que aun no había podido distinguir su rostro, la siguió mirando fijamente, hasta que en la entrada la perdió entre tanta gente.
Bajó la mirada de nuevo al café, cuando oyó una voz dulce:
- Perdona, podría sentarme aquí?
Levantó la mirada, y vio unos ojos grisáceos que se clavaban en el, sonriéndole
Dudó un instante.
- Si, claro, siéntate.
- Gracias, perdona es que está todo lleno
Llamo al camarero y le sonrió.
- eres de aquí?
Intento esquivar la conversación mirando a través del cristal, pero sintió su mirada penetrándole.
- Si soy de aquí, de este pueblo, de toda la vida
Se podía notar un acento de amargura en sus palabras.
Sin quererlo empezó una conversación, primero fueron las típicas preguntas para romper el hielo, luego cuando se quiso dar cuenta, estaba hablando de si mismo, de cosas guardadas dentro por tanto tiempo que parecían olvidadas.
Ella le miraba atenta, y por un momento él sonrió, sintiéndose el centro de aquel café, de aquel pueblo, de su pueblo.
- Perdona tengo que hacer una llamada.
Algo creció dentro de él, al principio fue un sentimiento de ansiedad, luego fue un vacío enorme, miró el reloj, en 10 minutos el mundo volvería a ser el mismo a atraparle, incluso temió que ella no regresara.
Y volvió.
- Perdona
Te dijo y volvió a sonreírte.
- Bueno y hacia donde te diriges?
En ese instante la miraste a los ojos y viste una profunda tristeza, parecía que había estado llorando.
- La verdad es que cogí el primer autobús que salió, necesitaba alejarme, quizás es una huida no lo sé. O quizás simplemente me estoy buscando a mi misma pero no quiero agobiarte con mis cosas.
- Por favor, no lo haces, continua si quieres contármelo....
- Es algo que se ha quedado dentro de mi como los posos de café, poco a poco todo lo ha ido llenando y ahora me ahoga. No me deja ser yo misma ni sentir, creo que el miedo a sentir me ha vencido por eso espero encontrar de nuevo el camino a casa.
- Pero por lo menos has tenido el valor de hacerlo y eso es el principio
El tiempo iba pasando y cada vez te sentías más a gusto, como si la conociera de hace muchísimo tiempo.
Tembló, de reojo vio que era la hora de partida, el café se estaba vaciando de viajeros, de la misma manera que se iba sintiendo mas y mas solo.
Ella se levantó, te dio dos besos.
- Gracias por el rato que hemos pasado, te deseo que todo te vaya muy bien, chao
Cuando llegó a la puerta se volvió, él vio su sonrisa por ultima vez y sus ojos.
Desde el ventanal la vio subir al autobús, algo se había roto en él, bajó la mirada al vaso, vació como él se sentía, y empezó a dar vueltas a la cucharilla como si aun tuviese café.

- ¿Podría volver a sentarme?
-
Levantó la mirada, asombrado la viste allí delante de ti.

- Pero, pero no te ibas, y tu autobús....
- Se marchó, hay más, me gustaría quedarme por aquí algunos días, ¿sabes de algún lugar barato para dormir?
-
La acompañó a la pensión y luego quedó con ella para cenar.

Pasaron los días, y la veía a menudo, dentro de él fue creciendo sentimientos enterrados en el tiempo, aquel pueblo ahora le parecía incluso mas hermoso, aun cuando a veces temblaba de miedo al pensar que un día ella se marcharía.
Fueron aprendiendo el uno del otro, las cosas que tenían en común, las que les diferenciaban. Los dos tenían miedo en su interior. El, a cualquier cambio que supusiera empezar de nuevo, conocer gente nueva, quizás por ese motivo aun seguía anclado en aquel pueblo, aunque sintiera que era una cárcel, se sentía mas seguro dentro de ella, que descubrir el exterior.
Ella, por su lado, prefería olvidar lo que era confiar , lo que era volver a amar, antes que sufrir de nuevo ese dolor insoportable que la había desgarrado el alma.

Y los miedos se conocieron y salieron a la luz, unas veces parecían desaparecer con la luz del sol, otras resurgían para recordar el daño que aun podían sufrir.
Era como si al estar los dos juntos, cada uno pudiera vencer el miedo con la ayuda del otro miedo.

Y a pesar de que las paredes que él había formado eran altas, estas empezaron a agrietarse, dejando entrar la luz y la ilusión, pero a su vez también dejaba paso al sentimiento de perdida.
Desde el momento en que ella le pidió sentarse en el café, su mundo cambió, y ya no había marcha atrás, él lo sabia, nunca nada seria igual que antes.
La incertidumbre de no saber que pensaba ella, de cómo podría reaccionar ante su miedo, le carcomía.
Y él volvía al café, algunas tardes, cuando veía en los ojos de ella la soledad, el deseo de estar sola, cuando asomaba la cercanía de su marcha.
Y allí los autobuses ya no eran los mismos, ni la gente que bajaba, ni sus mundos, solo los sueños que corrían por su mente eran lo que daban vida a ese café.

Una mañana, fue a buscarla a la pensión, pero allí le dijeron que ella había partido a primera hora, el corazón se le acelero mientras un frió helado corría por sus venas. Llegó al café y allí estaba... una nota

- Gracias. Me hubiera gustado poder decírtelo pero me da miedo, me das miedo, Tengo que vencer lo que siento y creo que debo hacerlo yo sola. Adiós, un beso muy fuerte y gracias.

Todo se desmoronó ante sus ojos.

Y los días volvieron a ser los mismo, y la cárcel volvía a ser la misma con las paredes mas altas aun.

Y a las 5 en punto, entraba en el café

Y se sentaba en la tercera mesa, al lado del gran ventanal, pedía un café con leche fría, dos sobres de azúcar, el café en vaso, por supuesto. Cogía la cucharilla, la ponía en el platito, mientras vertía los dos sobres, y al dar las tres vueltas con la cucharilla, lloraba.
A las 17.30 cuando la viajeros empezaban a entrar en el café, se le podía ver saliendo de el, caminando hacia ninguna parte.

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