miércoles, octubre 11, 2023

Rio-Mar

 Sobre Madrid, el veranillo de San Miguel seguía cerrando las puertas a la llegada del otoño.
Un azul impoluto vestía el cielo que peinaba los tejados de la ciudad.

Y él estaba allí.
Sentado.
Tranquilo.
Mientras la vida pasaba ante sus ojos.

Me miró. Le miré.

- Hola - le dije.
- Hola Nicolás - y mi nombre se deslizo entre sus labios - sabes que te estaba esperando...

No dije nada, pero asentí con la cabeza. Me indicó que me sentara a su lado.

- Hace tiempo - empezó a contarme - yo era un joven impetuoso, de aquellos que piensan que si no te comes el mundo, al final es el mundo el que te devora.
Recuerdo las tardes de verano bajando al rio, para mí aquello era la plenitud, me pasaba las horas viendo las aguas, dejando que cayera el sol y sus brillos dorados tiñeran aquel rio de oro, me bañaba muchas veces desnudo y cuando  ya caía la noche volvía a casa totalmente feliz, no había nada en mi vida que pudiera hacerme más feliz que aquellos momentos y aún así en un rincón profundo, sentía que algo faltaba, era como cuando estas acabando un puzle y te das cuenta de que te falta una pieza, la última para terminarlo, que debe estar ahí en algún lugar pero no la encuentras.

Y entonces, sin esperarlo, un día te llevan a un lugar, en el que nunca has estado, ni siquiera esperabas ir, y descubres que hay una playa, y tras ella un mar inmenso, bravo, indomable, con sus olas rompiendo salvajemente contra las rocas, y allí, frente a ese mar, me quedé parado, sintiendo que todo lo que había visto antes, que el rio, mi rio, era tan diferente a lo que tenía ahora enfrente.
Me senté mientras mi vista se perdía en el horizonte sin saber donde acabarían las aguas de aquel mar, me pregunté que cobijarían dentro de el,  como serían sus noches y sus amaneceres, cuan lejos esas mismas aguas mojarían otras tierras, con que fuerza inusitada las olas podrían envolver mi cuerpo, y hasta donde podría sumergirme...

Y acabó antes de empezar, y volví a mi pueblo, y volví a mi rio, que ya era un rio diferente, y a aquella pieza que faltaba la llamé mar, y en aquel rincón profundo la guardé.

Una tarde, mientras permanecía sentado frente al rio con la mirada perdida, se me acercó el viejo del pueblo, se sentó a mi lado y me dijo: " Todos los rios van a parar al mar".  Se levantó y se fue.

**

Le miré, se quedó callado y en sus ojos pude ver ese mar y ese rio.

- He de irme - me dijo - espero que tú también tengas tu rio y tu mar.

Le vi marcharse y una lagrima se deslizó por mi mejilla como un rio, que llegó a mi boca y me dejó un sabor salado, un sabor a mar.




No hay comentarios: