miércoles, abril 03, 2013

Las tres leyes de la robótica (Final)



Los dos siguientes meses fueron una auténtica locura para Jacob, la acumulación de sensaciones y sentimientos no dejaban de fluir por sus circuitos.
El orgullo de sentirse diferente activó voltajes de transistores  que apenas sabía que tenía,  pero había algo que no podía soportar, la idea de ser la posesión de alguien, de ser el robot de un humano, cuando él era superior a su dueño. 
 
En pocas horas estudió toda la jurisprudencia sobre acciones e inversiones, se creó una identidad nueva y fue transfiriendo los valores de las cuentas de su dueño falsificando documentaciones y firmas digitales.
Aquello, además de proporcionarle un dinero que antes no poseía, le proporcionaba una satisfacción que se convirtió en enfermiza. 

Sus alterados circuitos se habían acostumbrado a recibir una carga eléctrica que cuando disminuía provocaba en Jacob un estado de depresión, que sólo podía aliviar volviendo a provocar una subida de tensión en sus terminales.

Al cabo de cuatro meses su dueño estaba prácticamente en la bancarrota,  con la necesidad de vender parte de sus inmuebles y propiedades, Jacob fue una de ellas.
Lo que nunca supo es que fue Jacob quien compró a Jacob.

Siendo ya dueño de su propio destino, Jacob se dispuso a disfrutar de su nueva posición, ya nadie sabía que fuera  un robot,  entre los humanos era uno más, y sólo deseaba que su cerebro disfrutara de esos nuevos sentimientos, antes anulados por las tres leyes.

Había asesinado a un humano y aquello que las personas llamaban subidón de adrenalina, para él había sido un pico de voltaje, sin embargo en algún terminal escondido de su cerebro sabía que sólo lo había hecho para salvaguardar  su existencia, por lo que no volvería a repetir tal acción salvo en casos extremos. Otra cosa era la vanidad, el sentirse superior a los que le rodeaban, seres mortales, aquejados de enfermedades y con una capacidad muy limitada, lejos de la de él.

Empezó a frecuentar fiestas de alta sociedad, a adquirir caras propiedades, que le traían a su lado halagos y admiraciones.
Acumulaba riquezas,  sin importarle quien o que caía por su camino. El trato con los humanos era cada vez más despiadado, más ruin.
Gozó de mujeres e incluso de  hombres, a pesar de que su capacidad sexual estaba limitada, ya que no podía sentir orgasmos, su cerebro positrónico  reproducía lo más cercano a la sensación que los humanos tienen al alcanzar un orgasmo.

Sin embargo aquella actitud, lejos de atraer más gente a su alrededor, la fue alejando, primero los agraviados con sus formas y sus desprecios, luego los que se acercaron para medrar a la sombra de él al ver que no sacaban provecho ,también terminaban abandonándole.

Sólo le quedaban los robots que estaban a su servicio cuando llegaba a casa, que le servían y le atendían sin mostrar ningún sentimiento de animadversión ante sus desplantes.
Su cerebro se iba deteriorando, aquellos cambios de intensidad, las caídas de tensión cuando la soledad de la noche le abrumaba, destrozaba sus circuitos.

No lograba entender cómo podía haber gente a la que aún  faltándole tantas cosas fueran  felices. Él lo tenía todo,  riquezas,  poder,  no sentía remordimientos, era inmortal y sin embargo no alcanzaba a sentir lo que muchos humanos poseían, eso que llaman felicidad, incluso a aquellos que la encontraban en la lectura de un libro, en un atardecer, o en ver la lluvia tras los cristales, para Jacob aquello era inconcebible.
Todas estas reflexiones sólo podía contárselas al robot que le acompañaba por las noches, un modelo XT-88 de compañía, ella le escuchaba atentamente y cuando Jacob se sentía afligido, ella tomaba sus manos acariciándole.

Pero aun así Jacob mostraba toda su rabia
-         -  Déjame en paz, tu ternura es ficticia, respondes a las reacciones de las leyes de la robótica.

Ella le dejaba de acariciar obedeciendo las órdenes, se quedaba quieta a su lado, mientras los depósitos lacrimales expulsaban un líquido salado a semejanza de las lágrimas. Sin embargo pese a las órdenes de Jacob  en las que la 2º ley le obliga a acatar todas las órdenes que le dicte, la 1º ley cobraba más fuerza ya que sabe que su compañía aplacaría el dolor de Jacob, y un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

 Jacob lo sabe, no son sentimientos, son únicamente dígitos, unos y ceros, impulsos electromagnéticos  que en el caso de XT-88 pondera la primera ley sobre la segunda.

 Aun así agradece su compañía, sabe que su cerebro está dañado y empieza a comprender que todos aquellos sentimientos negativos conllevan  una degradación, en los humanos lo habían llamado enfermedades, tumores, cánceres, en él había supuesto una degradación de sus circuitos, de sus terminales.
Meses después, Jacob agonizaba en su cama, acompañado únicamente por XT-88, ningún humano se acercó a su casa, y cuando su cerebro positrónico se apagaba tomó la mano de XT-88.

-         -  Gracias por ser fiel, a pesar de que sea por cumplir las leyes de la robótica,  yo pude sentir como los humanos, pero me equivoqué, opte por el lado oscuro  , sin entender que  a pesar de que sea más fácil ser egoísta, vanidoso, todo al final regresa,  y si me hubiera prodigado en amor hoy no desaparecería solo.

La luz azul interna  de sus ojos se fue apagando.

Jacob murió, aunque no fuera exactamente ese hecho, Jacob dejó de funcionar, en el mismo instante que los circuitos de XT-88 se colapsaron y su cerebro se fundió,  a su manera XT-88 estaba enamorada de Jacob.

martes, abril 02, 2013

Las tres leyes de la robótica (1º Parte)

Las tres leyes de la robótica:
-    Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
-    Un robot debe obedecer las  órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.
-    Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Él era RX-99, también llamado Jacob, el modelo más avanzado de la  Robotic Corporation, aún así en su cerebro positrónico estaban programadas las tres leyes de la robótica inamovibles, imperecederas en sus circuitos.
En una de las revisiones anuales se encontró con el ingeniero de circuitos cerebrales Albert Whitaker, quien vanagloriándose de sus descubrimientos tuvo el desliz de comentarle los estudios en el área militar sobre el debilitamiento y casi la anulación de algunas de las tres leyes.
Jacob mostró tal interés y aduló de tal manera perfecta a Albert, el cual en una disertación de más de hora y media puso al día a Jacob de todos los avances que había logrado.
Jacob sabía que su imagen exterior era completamente humana, de hecho los modelos RX, tenían las necesidades de los humanos se alimentaban, y expulsaban los alimentos tal como lo haría cualquier humano, sólo les faltaba un paso para llegar a ser completamente humanos, sentir las mismas emociones que ellos, odio, envidia, celos, cólera, todas aquellas emociones estaban anuladas por las famosas tres leyes, pero Jacob estaba dispuesto a llegar a donde fuera con tal de “ser un humano más”.
Mandó un holograma-mensaje cifrado a Whitaker solicitándole una cita para debatir ciertos detalles técnicos, a la cual y dado su grado de egocentrismo aceptó de buen grado.
Aquella tarde en el taller de Whitaker,  Jacob le retó.
-    Sr. Whitaker  creo que no son más que teoremas y suposiciones que usted logre la anulación de las tres leyes, ya que de todos es sabido que ello conllevaría a una destrucción del cerebro positrónico.
-    Jacob no me insultes, hemos logrado en modelos inferiores que estos tomen decisiones que puedan acarrear daños menores a los humanos, intentamos así que en caso de altercados o guerras sean los robots y no los humanos quienes participen,  salvando así muchas vidas.
-    Perdone mi insistencia pero creo que tal cambio sólo es pura retórica.

Albert Whitaker estaba perdiendo los nervios, sin saberlo había entrado en el juego de Jacob.
-    Es fácil - le dijo Jacob- pruebe conmigo.

-    Eso no puedo hacerlo, me expulsarían de Robotic Corporation.
-    Nadie tiene por que enterarse.
-    Pero si introduzco los cambios, serás un robot diferente y entonces se preguntarán que es lo que ha pasado.
-    Exacto, a no ser que siga comportándome como hasta ahora, y el secreto quede entre usted y yo. Aunque todo esto es palabrería no es capaz de introducirme esos cambios.
-    Te demostraré de lo que soy capaz- gritó Whitaker – ningún robot del tres al cuarto va a poner en tela de juicio mi intelecto.
Fue así como tras dos semanas Albert Whitaker anuló las tres leyes robóticas del cerebro de Jacob, introduciendo los sentimientos humanos en sus circuitos.
Jacob se levantó de la mesa metálica suspendida en la parte central del laboratorio que Whitaker había creado en el garaje de su casa. Nada más levantarse la mesa se deslizo al panel de la pared que se abrió con un ligero siseo metálico desapareciendo tras ella.
-    Bien Jacob ¿Cómo te sientes?
-    Creo que perfectamente, no siento ningún cambio, ¿crees que debería sentir algo? – era la primera vez que un robot tuteaba a un humano.
-    Ya estas cambiando, acabas de tutearme y no deberías hacerlo, recuerda lo que hablamos.
De pronto en los circuitos del  cerebro de Jacob las corrientes eléctricas sufrieron una alteración, no era nada comparable con lo que había sentido anteriormente,.
-    Creo Albert, porque te voy a llamar Albert, que no deberías darme órdenes, ni exigirme nada.
-    ¿Qué no? Pero  quién crees que te ha creado, no eres más que un amasijo de metales con un cerebro positrónico alterado, al que puedo de nuevo introducir las tres leyes.
-     No creo que lo hagas.
-    Ha sido una equivocación la mía, un error subsanable. Decía mientras pulsaba el accionador para que la mesa volviera al centro del laboratorio.
Una sensación de rabia inundó los circuitos de Jacob.
-    No lo hagas Albert.- le dijo mientras avanzaba hacia él.
-    No debí hacerlo, pero aún puedo arreglarte.
Albert Whitaker cayó al suelo con la cabeza destrozada, Jacob suspiró, mientras una corriente eléctrica recorría cada centímetro de su piel artificial.
No sintió ningún remordimiento, la sensación al contrario fue de la que los humanos llaman alivio, ahora tenía la certeza de que nadie sabría de su cambio.
Limpió el laboratorio, se cercioró de que no quedara vestigio alguno de sus visitas, y tras evaluar su cerebro las diferentes alternativas , colocó todo de tal manera que pareciese que Albert Whitaker hubiera sufrido un lamentable accidente domestico.


...CONTINUARÁ...

jueves, marzo 21, 2013

El Mundo

Se levantó, dió al botón "on" y cuando vió como estaba el mundo, apretó el botón "off" y se acostó.

Mariposas azules

Le habían hablado de la gran mariposa azul, aquella que tenia unas alas tan hermosas que nadie creia que fueran
reales.
Le habían hablado de que bastaba con salir a buscarla, y que si perseveraba en ello sería capaz de atraparla.
Le habían hablado que tenerla sería el acto mas maravilloso del mundo.
Le habían hablado, tanto le habían hablado, que al final se convenció y salió a buscar a la mariposa azul.

Llegó al bosque, preparo su cazamarisposas y camino por caminos llenos de flores, sobre las que volaban luciérnagas, abejas y libélulas.
Más no reparó en ellas esperando atrapar a la gran mariposa azul.

Llegó a un gran parterre, donde danzaban miles de mariposas, de alas verdes, de alas amarillas, grandes y
pequeñas, más no halló a la gran mariposa azul.

Y pasó el tiempo, y pasaron los años, y volvió, con las manos vacías, con el cazamariposas vacío.

Y volvió demasiado viejo para  creer en mariposas azules.

martes, marzo 12, 2013

Náufrago


Su vida podría contarse por sus fracasos, tantos, que tenía la sensación de estar subiéndose a un tio-vivo dando vueltas y vueltas para pararse exactamente en el mismo punto donde subió, esperar y volverse a subir.

Sin saber como, se encontraba en una pequeña isla, cual naufrago,  con lo suficiente para seguir viviendo, con la carencia de lo más importante para vivir.

A veces llegan hasta su pequeña isla otros náufragos, siempre de uno en uno, siempre a la espera de ser rescatados.

Él ayuda en lo que puede a crear la balsa que le sacara de allí, tarde lo que tarde, sin esperar nada a cambio. Y mientras aquella balsa se construye, sus vidas se entrelazan como los hilos de dos marionetas que se cruzan, que bailan, que se separan.

Y hay mañanas que él se levanta y en la isla ya no queda nadie, la balsa ha partido, el otro náufrago se ha marchado, deshaciendo los nudos que pudieron haber en los hilos de las marionetas.

Otras, las menos, también intentan salvarle a él, pero ya se ha acostumbrado tanto a su isla, que le da miedo volver a la civilización, al caos. Y cuando desde su playa ve como se pierden en el horizonte, una lágrima surca el desierto de su mejilla.


Hasta que un día decida lanzarse al agua y nadar, nadar, nadar hasta donde le alcancen las fuerzas.

viernes, marzo 08, 2013

Muertos (Historias de mi viejito)


Caía sobre un Madrid, un frío de los que calan los huesos, de los que aunque te pongas dos jerseys y un abrigo, aunque vayas como una cebolla envuelto en capas de ropa, no logras deshacerte de el, lo llevas pegado a la piel.

Caminaba envuelto en aquel mundo de brumas que se había convertido últimamente mi vida, en un querer queriendo poder, en un quiero creer que creo que puedo… en absolutamente nada.

La calle santa Isabel estaba vacía a aquellas horas tempranas, los pescaderos  vaciaban sus furgonetas, olor a pescado, hielo en las aceras, esquivé como pude la pila de cajas y tomé la calle Atocha. Decidí cambiar de ruta, dirigiendo mis pasos a la plaza de Santa Ana, su postal no tenía nada que ver a la que no muchas horas atrás vestía, luces de farolas, bullicio de gente en busca de este o aquel garito donde encontrar no sólo una copa más,  sino, en algunos casos, un cuerpo caliente donde refugiarse.

Bajé por Carretas, las tiendas empezaban a desperezarse de su sueño, aún quedaban carteles de las recientes rebajas, mientras yo oía a Marvin Gaye cantar “Distan Lover”.

Aterricé en una Puerta del Sol bañada por las mangueras de los barrenderos, y allí varado le volví a ver. Me acerqué a él, en silencio, despacio, como si temiera que en cualquier momento se desvaneciera. A tres pasos, se giró, sonrió y me saludo como si nunca se hubiera ido.

-         ¿damos un paseo? - me dijo.
-         ¡cómo no! – le contesté

Enfilamos en dirección a la plaza de Ópera.

-         Muertos – dijo de pronto.
-         ¿Qué?
-          Muertos, los muertos están muertos, y aunque haya algunos que sigan vivos, están muertos y así es mejor dejarlos.
-         No llego a entenderte.- le dije
-         Sentémonos aquí.

Y allí en la plaza de Ópera, empezó a contarme una de sus historias.

“Hay una historia que nunca te he contado, tendría yo unos 17 años, aún la vida me parecía como un cuento, de esos que tienen final feliz, a pesar del hambre que pasábamos y las carencias de aquella época, esos cuentos en los aún estas escribiendo “érase que se era…”
Tenía un hermano dos años mayor que yo, para él yo era su protegido, su ojo derecho, una misión autoimpuesta de guardarme de todo lo malo que me pudiera pasar.
Pasábamos casi todo el día juntos, hasta que por la noche él se despedía para quedar con sus amigos.
Un día apareció en casa con una chica, de pelo trigueño y ojos grandes, cuando me la presentó ella se acercó y sin decir nada su mano alborotó mi pelo mientras le decía a mi hermano “con que este es tu hermanito ¿eh?”, creo que fue en aquel momento cuando se giró que me enamoré de ella. Sí, era un imposible,  la chica de mi hermano, pero con 17 años, y las hormonas en revolución continua un pude evitar la avalancha de sensaciones y sentimientos que me provocaba.
Buscaba cualquier excusa para estar con ellos, buscaba cualquier momento para estar con ella,  “vamos te acompaño a comprar el pan”, “venga deja eso que pesa mucho yo te lo llevo”. No creo que nunca se dieran cuenta, ni él ni ella de lo que llegué a sentir, para lo bueno y para lo malo, por que hubo momentos en que de alguna extraña manera deseé que mi hermano desapareciera para que ella fuera solamente mía.
Y a veces, amigo, los deseos por más extraños que parezcan  se cumplen. Aquella tarde mientras el sol aún bañaba con sus últimos rayos los campos de trigo,  aparecieron.
Al principio eran sólo dos manchas en el cielo, dos sombras que fueron creciendo, quién iba a suponer que tan lejos de aquella guerra entre hermanos, que ese pueblo tan insignificante que no aparecía en los mapas, fuera a hacerse protagonista de la noche a la mañana.
Los vi llegar desde la puerta de casa, oí sus motores y de pronto como si abriesen la boca escupieron su letanía sobre nosotros.
Mi madre me empujó al sótano, la casa tembló, el tiempo se nos hizo eterno los dos allí solos, fueron unos minutos, fue mi vida entera la que en esos minutos agonizó y murió.

Cuando salimos la gente corría como loca, varias casas ardían, en el campo algunas vacas mostraban sus cuerpos despedazados, como si fueran de plastilina y una mano gigante las hubiera aplastado.
Mi padre llegó poco después, por suerte pudo esconderse en el ayuntamiento.
Sin embargo mi hermano… encontramos su cuerpo bajo un ciruelo, a los pocos metros estaba el cuerpo de ella con sus grandes ojos abiertos y su cabello triguero manchado de sangre, no murió pero para el caso fue lo mismo, nunca volvió a ser la misma y aunque yo seguía enamorado, ella se fue alejando hasta convertirse en una sombra.

Yo morí con ellos, o al menos una parte de mi se enterró bajo ese ciruelo, pero lo peor no fue aquello. Lo peor estaba aún por llegar y yo ni lo intuía. No fui a la iglesia, ni tampoco al entierro, por que yo no llegué a enterrar a aquellos muertos hasta muchos años después.

Aquellas dos muertes, una real y otra viva,  siguieron asaltándome mucho tiempo, hice cosas que aún me cuesta perdonarme, odié el mundo, bajé al infierno, jugué con sentimientos queriendo borrar los míos, y tan sólo logré estar muerto esos años. Al final, con el tiempo, empecé a salir de aquel agujero, volví al pueblo, visité la tumba de mi hermano y le pedí perdón. Fui a visitarla, ya no se acordaba de mi, había borrado de su memoria todo aquel tiempo. Yo no se lo recordé, tampoco le dije quien era, y cuando me fui del pueblo, enterré definitivamente a mis muertos y no volví nunca más.”

Querido amigo, a veces por más que nos duela hay que enterrar a los muertos, sigan o no sigan vivos, por que nos arrastran con ellos, y sin darnos cuenta dejamos de vivir, somos un muerto más que camina en vida.

Se hizo el silencio, yo no tenía nada que decir, el lo había dicho todo, sentí un ligero roce en mi mano, cuando el puso la suya sobre la mía, me miró a los ojos con una ternura tal que me estremecí.

Cerré los ojos, cuando los abrí, él ya no estaba allí.

Sentí de nuevo el frío que me calaba hasta los huesos, me levanté, sobre Madrid, un cielo gris presagiaba lluvia, y yo, yo aún tenia que enterrar a mis muertos.

lunes, febrero 25, 2013

Gris multicolor


Gris.
Un tipo gris. Era lo que solían decirme, y quizás fuera así, por mucho que me hubiera empeñado en coger botes de pintura, azul, verde, naranja, amarillo y verterlos sobre mi no conseguía que la mezcla funcionase, si acaso, una leve capa que a los dos o tres lavados volvía dejar  a la vista ese color apagado.
Gris.

Quizás, alguna vez haya habido un destello, un asomo de un blanco, una ligera tonalidad de rosa, algún pálido verde, incluso en breves momentos tan breves como el aleteo de una mariposa, haya habido un estallido multicolor, pero todo se apagó cuando ella decidió bajarse de ese tren, de un tren en el que ella ya no tenía fuerzas para seguir viajando.

Un tipo gris, si aunque sea duro reconocerlo, ese soy yo, en una vida gris, en un trabajo gris, marcando con una x el paso del tiempo en un calendario colgado de la vida, un día más, un día menos.

Sin embargo, hay algo que nadie sabe, y a veces ni yo mismo lo creo, pues parece que todo es una alucinación, un viaje de mi yo astral, quizás un estado mental bipolar.

En un lejano cumpleaños, cuando aún eres casi un adolescente, alguien me regaló una guitarra, empecé con el clásico concierto de Aranjuez a aprender a colocar los dedos, puntear, luego me hice con un pequeño libro de canciones. Pero como con casi todo, la guitarra fue a dormir al pequeño rincón del olvido. Muchos años después descubrí una aplicación para mi ipad, “coach guitar” y “guitarra HD”, pasaba horas enteras practicando, noches de insomnio casi en silencio, de ahí di el salto, en otra pirueta de la vida, a un aparatejo llamado “guitar slide”, para los que no los conocéis es como un una guitarra pero en una pequeña mesa, con las típicas cuerdas, sólo que en una mano punteo las cuerdas y en la otra tengo un cilindro metálico llamado slide. Empecé a frecuentar los sábados por la noche, locales de música sureña, country, folck americano, eran días donde dejaba colgado en el perchero mi traje gris, mi piel gris, mi espíritu gris. Aunque supiera que me estaban esperando para vestirme un lunes sí y otro también,  podía ver una pequeña mota de color.

Al poco conocí un grupo, y una tarde de sábado toqué con ellos en un pequeño garaje a las afueras de Madrid, fue como si hubiera cogido una brocha, abierto todos los cubos de pintura del mundo y sobre un lienzo hubiera dado no uno sino mil brochazos.

Ahora toco con ellos, dos sábados al mes, en pequeños locales, me siento y acaricio las cuerdas, con mi cerveza al lado, empieza a sonar la música.
Cierro los ojos sonrío, acaricio las cuerdas,  rasgo sonidos en el aire, miro al resto del grupo y vuelvo a cerrar los ojos, siento como una fuerza blanca un destello cargado de energía atraviesa cada poro de mi piel, y me siento vivo.

Dejé el trabajo, “estas loco, en tiempo de crisis, con millones de parados, mas vale lo que tienes,  esto es lo que hay…” todas aquellas palabras, eran palabras grises, de gente gris.

Tiré el perchero, con su traje gris, y  mudé la piel mortecina,  ahora doy clases de guitarra, quizás nunca pueda comprarme un coche, o ir de viaje a África central o la India, quizás nunca haga lo que mucha gente hace, pero hoy mis paredes son de color, mi ropa es de color, y cuando los sábados por la noche me siento  en mi taburete acaricio las cuerdas, miro al público y veo los ojos de aquella chica que volvió a subirse al tren, mientras toco “Blues morning in Oregon”, todo, todo es multicolor.  

viernes, febrero 15, 2013

San Valentín


Hace 20 años, un 14 de febrero, el padre de mi hijo me dio una paliza que me dejó inconsciente en el suelo, tirada con una costilla rota.

Ahí fui yo la que dijo  ¡basta! que me separaba...

El día de los enamorados.

Veinte años después, es otro 14 de febrero, nada tengo que regalar hoy, nadie tiene nada que regalarme.

Veinte años después, aún a veces me duele el costado, no por aquella costilla partida, no por el dolor físico que me provocó, me duele el silencio, el sordo ruido de los golpes, las noches solitarias en el salón, ahogando con lágrimas, todas las ilusiones, todos los sueños de aquella juventud que murió entre las frías baldosas de una cocina.

Dicen que: “aceptamos el amor que creemos merecer”.

Yo acepté el amor cuando las heridas cerraron, cuando enterré en el foso de mis sentimientos y de mi corazón, a aquella persona que amé, y que es el padre de mi hijo.
Un hijo al que nunca dije nada, un hijo que me mira y sabe que algo escondo tras mi mirada, pero yo callo y en silencio cuando me habla de su padre sonrío y frenó esas lágrimas que amenazan con saltar al vacío de mi mejilla.

Dicen que: “aceptamos el amor que creemos merecer”.

Y por Dios, que lo intenté, más en aquel día  de San Valentín, se quedó parte mi, y sólo encontré amores  que esperaban fueran efímeros, lo suficiente para hacerme olvidar. Por que creía creer que podría querer queriendo, y sólo logré sentirme más y más sola.

Hoy llaman a la puerta, es el dueño de la floristería de abajo, ese que todos los días me regala una sonrisa y un buenos días, trae un gran ramo de rosas, blancas y rojas, naturalmente no es para mi.

Él se ha quedado mirándome como si leyera en mis ojos un poema inacabado.

Cae la tarde, ya hace 20 años, he sobrevivido a otro día de San Valentín, no todas pueden decir lo mismo.

Vuelven a llamar a la puerta, es él, el hombre de la floristería, no trae una gran ramo de rosas, rojas y blancas, blancas y rojas, sólo trae una, una rosa y una sonrisa.

-         Por que alguien como tú no merece pasar un San Valentín sin una rosa.

Hoy ya no hace 20 años hoy es mi primer San Valentín.

miércoles, febrero 06, 2013

La galería


Después de un día agotador en la oficina, lo que menos me apetecía era ir a la exposición de “no sé que pintora”.
Me había llegado la invitación por e-mail, y casi sin querer la había aceptado.
En realidad nada ni nadie me esperaba en casa y salir me vendría bien.

Hacía frío esa tarde, la galería estaba en el centro, lo que me posibilitaría volver a casa andando sin tener que coger ningún medio de transporte.

En cuanto abrí la puerta una ola de calor,  me golpeó, la galería estaba muy concurrida, quizás fueran los canapés y la bebida gratis las que habían servido de reclamo. Por un instante me sentí fuera de lugar, no conocía a nadie, tampoco me importaba mucho, dado mi carácter introvertido que rozaba lo antisocial.

Un camarero se apresuró a acercarse con la bandeja, educadamente me la puso delante ofreciéndome diversos refrescos, vino tito y blanco y cerveza. Opté por esta última elección, mientras me detenía a observar el primer cuadro. Un lienzo enorme, de fondo blanco cruzado por una gran línea deforme azul, y como si alguien hubiera cogido una brocha y salpicado con ella, gotas de diversos colores cubrían el ángulo superior izquierdo.

Detrás de mi, alguien, al que consideré el crítico de turno se deshacía en elogios.

- Es impresionante como conjuga el vacío existencia, del blanco con la ruptura vital del la línea indefinida. Observe como transciende la quietud  del primer trazo con le final del mismo, como si con ello quisiera decirnos que al principio el inicio de la vida se mueve en ese espacio intemporáneo que es la seguridad no tener miedos, para terminar abruptamente con esa, digamos, lluvia de miedos y recelos, representada aquí por la multitud de puntos de diversos colores y trazos. Sencillamente genial.

No pude dar crédito a lo que acaba de oír, o yo era un inculto, artísticamente hablando, o aquel personaje se ganaba la vida inventado lo primero que se pasara por la cabeza.
Decidí no perder más el tiempo, y seguí avanzando cuadro tras cuadro, mientras engullía un canapé de salmón.
Ya  llegaba al último, cuando sentí una presencia femenina a mis espaldas.

- Sinceramente ¿Qué le parece?
- Bueno, no entiendo de arte, puedo decir que me ha gustado en algunos la combinación de color, pero lo mío no es el arte abstracto, soy más de…

No llegué a terminar la frase, frente a mi, la autora de tal pregunta emergía como lo hacia la famosa Venús en el cuadro “El nacimiento de Venús” de Boticcelli.
Llevaba un vestido negro ceñido, unos tacones que retaban directamente a la ley de la gravedad, y sobre sus hombros un pelo rojizo caía suelto y libre de ataduras.


- ¿Eres la autora de estos cuadros, verdad? – balbucee como pude.
- Si. Pero no te sientas intimidado por ello – me contestó, mientras sonreía.

No pude deducir si lo decía en serio o simplemente estaba bromeando conmigo.
Continúe viendo la exposición con ella, muy interesada en mis comentarios, aunque al final la conversación versó más sobre temas personales.

Cuando me fui quedamos en llamarnos.
Dos días después recibía un whatsapp, “hola, ¿te apetece venir a mi estudio y tomar un café?”, “Sería genial, mándame la dirección y la hora”

A las 7:30 llamaba a la puerta, el estudio era un local diáfano en una de esas estrechas calles del Madrid antiguo, observé los lienzos las pinturas, una estufa central que daba calor a la estancia, y en una esquina una niña, que no llegaría a los cinco años, cubierta de pintura de los pies a la cabeza, saltaba sobre una tela.

- Me gusta el estudio, siempre me han encantado los sitios diáfanos con estas columnas en medio, ¿puedo? – le pregunté mientras sacaba mi móvil para hacer unas fotografías.
- Claro, hazlo.

Hice varías fotos, mientras seguíamos hablando, me contó que aquella pequeña era su hija, una aventura loca con un escultor que acabó dejándola para irse a Berlín. No se arrepentía aunque su vida hubiera cambiado radicalmente a partir de quedarse embarazada.

Aquel día fue el principio de otros, unos más íntimos, otros más familiares.
Sin saberlo me fui enamorando y creo que ella también.
A los dos meses de aquella primera visita al estudio, hubo otra exposición.

 Llegué tarde, no quería entrometerme en esas reuniones de artista, futuros compradores, críticos de arte. Me perdí entre la gente mientras veía las pinturas, ahora con otros ojos. De repente me detuve ante una de ellas, los trazos, las formas y colores me sonaban de antes. Saqué el móvil, pulsé el botón de fotos y luego el de fototeca y allí estaba, era ese cuadro no cabía duda, el cuadro que aquella niña de cinco años había “pintado” embadurnada de pintura.

La busqué con mi mirada, allí estaba como aquella primera vez, sólo que esta, me sonrió, bastó aquella sonrisa.

Pulsé la foto unos instantes, el tiempo necesario para que apareciese el icono de la papelera, “desea eliminar” , apreté el “si”.

¿Que aquello era un fraude? Puede que sí, puede que no, a quien le importa quien ha pintado esos cuadros, a mi no, en ese momento sólo me importaba que ella cerrara la galería y pintarla su cuerpo con mis besos

martes, enero 29, 2013

El tren de las 7:30

Un día más, como el de ayer presumiblemente como el de mañana.
Fría mañana la de este enero que ya agoniza.
La estación de Atocha abre su boca y como cada día me engulle, me digieren en las oficinas de un banco, donde se quedaron colgadas las ilusiones de un trabajo entre proyectos que nunca llegaron a existir y compañeros que te dicen hola y adios, sólo me sostiene un ingreso a fin de mes, simplemente soy una puta más, que odia cuando la gente le dice ".. y suerte que tienes trabajo..."
Por las tardes esa misma estación me escupe allá sobre las 7 de la tarde a las cuatro paredes que conforman mi caja de cerillas.

Una tarde cuando caminaba ya por jardín de la estación, la ví.
Estaba sentada frente al marcador luminoso que indica la llegada de los trenes.
Su pelo gris, largo para su edad, caia sobre los hombros, como lo hace la lluvia en primavera, generoso y suelto.
calcule que rondaria los 70, en sus manos de largos dedos bien cuidados, reposaba un libro, que mecia levemente como si fuera un bebe, pasaba las hojas no como se suele hacer normalmente forzandolas de la esquina inferior derecha, ella deslizaba sus dedos por la página hasta alcanzar la esquina superior suavemente como si estuviera rozando un pétalo, atrapaba la página y la deslizaba en un lento aleteo.

Su espalda recta, su mirada perdida entre las líneas de aquel libro, ascendia ritmicamente cada cierto tiempo al panel de los horarios.

La dejé atrás mientras alcanzaba las puertas corredizas de la salida, pensando que no
la volvería a ver.

Sin embargo la volví a ver al siguiente día, durante toda la semana, durante todo el mes.
Con la misma porte, leyendo y mirando los horarios, mirando los horarios y leyendo.

Una tarde, intrigado por la presencia de aquella mujer, me acerqué a una señora de información.
- Perdona, - le dije - ya sé que no es parte de tu trabajo y quizás no sepas la respuesta, pero estoy intrigado, ¿sabes quien es esa mujer?

Ella miro en la dirección que yo le indicaba, allí en el asiento, la mujer leía tranquila su libro.

- ¡Ah! Es Asunción, antes se sentaba en el interior, pero con las obras ahora está aquí.
- ¿Es que lleva más tiempo? - Le pregunté totalmente sorprendido.
- Bueno, Asunción lleva que yo sepa muchos años viniendo todas las tardes, llega sobre las 5, y se va cuando ha salido todo el pasaje del tren de Barcelona de las 7.30

Puse cara de incrédulo y ella, que en esos momentos no tenía que hacer nada, se acomodó en su silla y se dispuso a contarme una historia.

- Me han contado que Asunción estaba casada, enviudó joven, y se trasladó a un pequeño apartamento cerca de la Glorieta de Atocha. Alli conoció a Alfonso, conductor de Talgo por aquella época.
Entre viaje y viaje a Barcelona lo que en un principio fue amistad se convirtió para Asunción en la tirita que  cubrió la herida de su corazón hasta que cicatrizó. Sin embargo nunca supo que Alfonso estaba casado en Barcelona, quizás no lo dijo al principio para no perderla pero aquella mentira se fue convirtiendose en una bola de nieve que crecía más y más con el paso del tiempo.
Hasta que un día ella vino a despedirle a la estación, él conduciría la nueva locomotora Renfe 316, apodada Marylin que alcanzaba la nada despreciable velocidad de 120 km/h. "Volveré en dos días" le dijo mientras acariciaba levenmente sus labios con los suyos.
Asunción se quedó mirando en el andén como subía a la locomotora como la saludaba con le guante puesto, aquel monstruo de color plata y librea verde arrancó lentamente, como las lágrimas  que caían en el rostro de Asunción.
A los dos días vino a esperarle a la estación, pero no bajó de aquel tren, como tampoco lo hizo en los meses siguientes, desde aquel día Asunción viene a esperar la llegada del tren de las 7.30
Yo creo que sabe que nunca volverá, pero en el fondo es lo único que la mantiene con vida.

Miré a Asunción, su porte, la elegancia con la que pasaba las hojas. Decidí quedarme hasta las 7.30.
Justo en ese momento cuando en el panel de información indican la vía por la que llega el tren de Barcelona, ella cierra el libro se pone de pie y mira uno a uno a las personas que van saliendo por la puerta de desembarque. Cuando ya no queda nadie, mete el libro en el bolso, se quita las gafas las guarda en una pequeña carterita y las introduce en el bolsillo de su abrigo color ceniza.
Se da la vuelta cruza por el jardín botánico de la estación, sube por la rampa hasta la glorieta
y lleva sus pasos a la calle Delicias. Alli la pierdo de vista, emocionado aún por la historia que acabo de oir, que acabo de presenciar, atravesado como lo huberia hecho una bala disparada directamente a mi corazón, por el amor de una mujer, y no pude dejar de pensar en el paralelismo de esas historias de algunos perros que cuando mueren sus amos no se despegan del cementerio, como si esperasen que alguna vez volvieran del más allá.

Aquella noche no pude dormir, oía el traqueteo de la locomotora, las silenciosas lágrimas de Asunción, la mano enguantada de Alfonso. ¿Cuando decidió no volver, se despediría ya sabiendo que era su último beso, o fueron aquellos dos dias una tortura para él sin saber que hacer?. Nunca lo podría saber, sólo
quedaba la presencia de una anciana que cada día espera la llegada del tren procedente de Barcelona.

De pronto en la oscuridad de mis cuatro paredes se encendió una luz, Don Antonio, el vecino del 2 E, su mujer había muerto de cáncer haría 3 años, yo le había visto vagar por las escaleras de la corrala,
pasear con la mirada pérdida por la calle de Santa María de la Cabeza, incluso llegué a pensar que
algún día cerraria la puerta de su casa para no volver.

Me costó convencerle para que se dejara invitar a unas cervezas en el bar "la Barrila" de la estación, nunca había hecho de celestino, pero tenía un plan premeditado, en mi mochila guardaba el mismo
libro que Asunción estaba leyendo, el problema seria como hacer que Don Antonio se sentase al lado de ella.

Llegamos a la estación Don Antonio andaba despacio, perdido, como si ya no perteneciese a este mundo, cuando llegamos a la altura del banco donde se hallaba Asunción, cogi mi móvil como si me hubieran llamado.

- Hola, si, estoy en la estación de Atocha, aqui tengo el trabajo, ¿que ya llegas?, vale dame 5 minutos.

Le indiqué a Don Antonio que debia acercarme a la parada del cercanías a entregar un trabajo sería cuestión de unos minutos, mientras él podia esperarme sentado y para que no se aburriese le entregué el libro.
Miré de reojo a Asunción que de soslayo nos estaba mirando.

Don Antonio, se sentó y para sorpresa mía se dirigió a Asunción:

- NO le molesta que me siente aquí a su lado  ¿verdad?
- NO, por favor, hágalo.

Asunción reparó en el libro que tenía en sus manos, pero yo debía irme a cumplir con mi cita fantasma.

Volví a las 7 minutos exactos, y allí estaban los dos charlando animadamente, Asunción tenia las dos manos puestas sobre el libro cerrado, ¡¡ y las gafas guardadas en el bolsillo !!

Me acerqué.

- Don Antonio, siento tener que decirle que debo anular nuestra cerveza, he de volver a casa a terminar un trabajo, pero si me permite puedo dejarle pagado...

- Nicolás no te preocupes, no debes dejar nada pagado ya volveré yo a casa, no te preocupes.
- Me siento mal Don Antonio, déjeme al menos que...

Y volviéndome hacia Asunción le dije:

- Perdone que haya sido tan irrespetuoso al cortar su conversación, ¿me honraría si me dejara invitarla a Ud. y a Don Antonio a lo que desee?

Asunción dudó un instante, el mismo instante que tardó su mirada en volver del panel  de información, el tren de Barcelona había llegado al anden numero 7, hacía exactamente 4 minutos, los pasajeros ya estaban saliendo.

- Será un placer para mi... Nicolás.

Y allí los dejé, sentados frente a las palmeras de esa vieja estación que cada día me engulle, que cada día me vomita a mi caja de cerillas.

Y cuando las puertas se cerraban tras de mi, y el aire frio de un enero que ya agoniza roza mi cara, aún les veo sentados, charlando como si la vida empezase justo a las 7.30 cuando ya no hay trenes procedentes de Barcelona a los que esperar.


Fin.

lunes, enero 21, 2013

Empezar


Nací en un pequeño pueblo, de esos de casas blancas y abuelas tejiendo en la puerta.
De padre militar y madre abnegada, donde la familia era el principio y el fin,  la mas pequeña de tres hermanos.
Sin quererlo despunté en los estudios, eso, unido a la posición de mi padre no me granjeó buenas amistades en el colegio, donde la envidia era una asignatura más y la nota media casi siempre era sobresaliente.

Recién cumplidos los 18 y en puertas de la universidad, llegó el verano que cambió mi vida.
Lo recuerdo como si fuera ayer, el chico de ciudad guapo, la novedad, las chicas del pueblo detrás, amor estival calor en el cuerpo, una combinación con un sólo resultado:"embarazo"

Todo se llevo casi en secreto, el honor de la familia, el que dirán pesó más que cualquier otra valoración, y mi traslado a la universidad fue la excusa perfecta.

Nos casamos. O mejor dicho nos casaron, aunque sintiéramos amor, no era lo que los dos hubiéramos deseado.
De aquello conservo unas viejas fotos guardadas en el olvido.
De aquello tengo un hijo y una cicatriz en el corazón.

Fueron tiempos duros, alejada de la familia, y de los amigos en otra ciudad, ajena a mi tierra donde el mar era sólo un lejano recuerdo.
Para él tampoco fue fácil, al principio su familia le negó todo.
Treinta metros cuadrados, una nevera medio vacía la mayoría del tiempo, y muchas matemáticas para llegar a fin de mes, fue nuestro viaje de novios hasta que nació el bebe.

El nacimiento supuso un punto de inflexión, sus padres, ahora abuelos lo recibieron con los brazos abiertos, nos dejaron una casa amplia, y él volvió a ser el chico que yo había conocido en la playa. Respecto a mi, tenían sus dudas, una chica de pueblo.. lo más sencillo era pensar que había querido atrapar a su hijo, por lo que nuestra relación pasó a ser cordial y afectuosa, ni un paso más ni un paso menos, la madre de su nieto.

Me puse a trabajar, largas noches con apuntes de la universidad dibujaron ojeras en mis ojos, decían que no lo necesitaba, que mi marido tenía un buen puesto y con ello era suficiente, pero yo no quería ser la mantenida de nadie.
Echaba de menos a mis amigas, los días de colegio, los sueños dibujados en tardes de Abril.

Cuando volví al pueblo, sé que las envidias resurgieron más fuertes si cabe, volvía casada con un niño en brazos,y un marido, para ellas mi vida había sido un triunfo, había logrado salir del pueblo, y todas las metas que para ellas eran sólo
un sueño yo las tenía en el bolsillo.

Sin embargo que lejos quedaban para mi, entre mi marido y yo se había instalado un simple cariño, el sentimiento de dos personas que conviven bajo el mismo techo, que no se odian pero dejaron de amarse en algun momento en algún lugar, donde el roce de la piel se ha convertido en un suceso  histórico, esporádico y lejano.

Cuando por fin aprobé la carrera, sólo estuvieron mis hermanas, mi madre sufría  de un reumatismo que la dejaba postergada en la cama la mayor parte del día, y mi marido... según él, una reunión ineludible de trabajo, según yo un paso más hacia un destino que no tenía vuelta atrás.

Y así fue como pocos meses despues, con una maleta, un pequeño en brazos, y una herida en el corazón, volví a empezar.

Tiempos duros, noches sin dormir, dos, tres trabajos, poco dinero y muchas horas, algunos encuentros que calentaron las
sábanas que rápidamente volvían a enfriarse. Amigos que se desintegraron lentamente  detras de palabras "nunca estaras sola, cuenta con nosotros". Donde la fuerza cuando no hay fuerzas provienen de una sonrisa, de un abrazo de un "te quiero mami"

Me costó volver al pueblo,aunque sólo fuera a pasar las fiestas,  mi madre había empeorado, mi padre ¡¡ays mi padre!! por fin parecía que volvía a hablarme con calor, lo sentí cuando por teléfono me dijo: "¿Vendrás para las fiestas, mi niña?". Sentí un nudo que ascendía por mi estómago hasta la garganta, las lágrimas explotaron en mis ojos como fuegos artificiales en la noche de fin de año, sólo pude susurrar un "sí, papa" que aún flotaba en el aire cuando colgué el teléfono.

Sentí un vértigo cuando bajé del autobús, sabía que habría miradas que esconderían "mira esta, la que se fue tan feliz, y ahora vuelve con el rabo entre las piernas, divorciada sin más". Intenté que no me dolieran, fingí no verlas, actué con una sonrisa convincente para aquellos que se acercaron para decirme que lo sentían y abracé a mis amigas que nunca me dieron la espalda.
Fue como un dejà vú, volver a la casa vieja de la infancia, al brasero y al tapete de ganchillo, al olor de la cocina de carbón, como si nada hubiera pasado, como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo el pasado fuera un extraño sueño que se rompería en mil añicos en cuanto abriera los ojos.
Mi padre me esperaba, mucho más viejo y cansado de lo que recordaba, no puede evitar llorar, cuando me abrazó, y enredó
sus dedos en mi pelo como solía hacerlo.. ¿mil años atrás?. Mi madre sentada en una silla esperaba su turno cuando su nieto se abalanzó sobre ella ¡abuela, abuela!.

Aquella noche, cuando me metía en la cama que habían calentado con aquellas bolsas de agua, cerré los ojos y volví a ver las estrellas, a oír las risas de unas niñas que jugaban a las cocinitas y que hablaban de lo que serían de mayor.

Aquella noche hice las paces con la vida, aquella noche, empecé a vivir.

martes, enero 15, 2013

El escritor


Sabía que el que firmaba el libro lo hacía con un seudónimo, ¿quién sería el autor de
esa serie de libros tan mágicos? ¿Cuanto habría tenido que viajar, ver y conocer para
describir con esa minuciosidad cada detalle, las personas, los lugares?

Aquella creatividad, aquella imaginación, sólo podía venir de alguien muy experimentado,
cuya universidad hubiera sido la vida.

Se levantó, cogió las hojas de papel envueltas y un par de plumas con su tintero.

En las escaleras se cruzó con un hombre que no conocía y que salía de la habitación a
la que él iba a acceder.

- Julio, ¿ quien era ese señor. el de la maleta, que salía a toda prisa?
- No era nadie importante, ya sabes que a mi también me gusta tener mis secretos, aunque no pueda salir de aquí.

Julio tenía esa extraña enfermedad, que le priva de sus defensas, su mundo era  una burbuja que lo aislaba
de los gérmenes pero también de todo el mundo exterior.

- ¿Me has traído las hojas?
- Sí, aquí están, las desinfectó todo lo que pudo antes de meterlo en el receptáculo estanco donde Julio podía
cogerlo sin problemas.

Tomó las hojas, las plumas y el tintero y lo dejó sobre la mesa frente a la ventana desde la que podía divisar el
puerto, los barcos atracando y partiendo a lugares que él nunca podría conocer.

- ¿ Me vas a leer el libro, que te ha parecido?
- Es increible, fascinante como alguien puede describir con tanto detalle esos mundos, ¡cómo me gustaría conocerle!

Julio se sentó,   una sonrisa fugaz cruzó su rostro, mientras miraba el tintero y las hojas de papel aún en blanco.

- Puedes empezar a leer...

martes, enero 08, 2013

La tienda de frascas



Aquel pueblo no estaba muy cerca de la costa, aunque tampoco muy lejos,bastaba un paseo para llegar a la playa.

Aquel pueblo no tenía muchos habitantes, aunque tampoco pocos, los suficientes para que pudieras saludar a los que te cruzabas camino de la plaza.

Aquel pueblo no era un pueblo triste, aunque tampoco alegre, la crisis y la desesperación se habían  hecho sus huespedes.

Y aquel hombre llegó.
Y alquiló una pequeña tienda.
Y la lleno de frascas.

Frascas que al verlas dirías que eran sólo eso, frascas, frascas vacías.

Una mañana alguien se decidió a entrar a la pequeña tienda.
Perplejo se quedó mirando las estanterias y aspiró un extraño olor dulce.

- ¿Que vende, buen amigo, sólo las botellas? - le dijo.
- Hola, no, cada botella tiene un contenido distinto, yo me las sé de memoria, una vez que haya
elegido la que más le convenga, le pongo la etiqueta y se la lleva.
- Pero... pero yo sólo veo frascas vacías.
- Eso es que sólo ve con los ojos de la razón, espere un momento.

Salió a la calle y al ratito volvió con un pequeño niño.

- ¿Podrías decirnos que ves en las frascas? - le dijo el dueño de la tienda.

El niño se quedó extrañado por la pregunta.

- Está claro, en esa de ahí hay nubes de verano, esta otra la azul, espuma de mar, en esa verde
sonrisas al despertar..

- Vale, gracias, toma esta moneda por ser tan amable.

El chico cogío la moneda y salió corriendo.

- ¿de verdad que no me está tomando el pelo?
- No, en serio, hagamos una cosa, yo le digo las frascas que tengo usted me compra una y si no es  de su agrado viene y le devuelvo el dinero.
- está bien, me parece un acuerdo justo.

El hombre le dijo lo que contenía cada una de las frascas, agua de lluvia de felicidad, hilos de seda
fluorecentes para tejer unh jersey contra la depresión, rayos de tormenta para ambientar una cena a la luz de las velas, bolitas de algodón para hacer que nieve bajo techo, pétalos de rosas y margaritas de un jardín encantado para regalar al enamorado, terrones de azucar de valor y osadía... y así una a una hasta que terminó con todas.

- Ummm es una difícil elección.
- Lo es.
- Y si me llevo varias.
- Ah perdone, se me olvidó decirle que sólo hay una regla en la compra, y es que sólo puede comprar una  frasca.
- Entonces me lo pone más dificl todavia.
- Piense que es lo que más le importa, lo que echa en falta en su vida, lo que la frasca que elija
le pueda ofrecer.

Al final se decidió por la frasca de los terrones de azucar.

- Sólo hay tres terrones,  disuelvalos en café y tómeselo.
- Así haré, hay alguien a quien no me atrevo a decirle que la quiero, si es cierto lo de su frasca
lo comprobaré, si no ¿me devolverá el dinero, verdad?
- Es un trato, yo no puedo asegurarle lo que esa persona le dirá pero si que tendrá el valor para
hacerlo.

A los dos días, el hombre volvió a la tienda acompañado de una bella chica.

Al entrar volvieron a aspirar aquel extraño olor.

- Es cierto lo que me dijo, venimos a comprar otra frasca.
- Sabe que usted ya no puede hacerlo- le dijo el dueño de la tienda.
- Si, lo sé y además con una me ha sido suficiente, es ella la que quiere comprobar que no miento.

La chica eligió la frasca que contenía brisas de mar, le encantaba despertarse con el olor a salitre de mar.

La voz corrió por el pueblo y la gente hizo cola para llevarse las frascas.
En poco tiempo la tienda se quedó vacía.
El hombre hizo su maleta, cerró la tienda y se marchó.

Aquel pueblo no fue nunca más un pueblo triste.
Aquel pueblo echó a la desesperación y la desesperanza de sus casas.
Por que aún vacías, en cada casa de aquel pueblo había una frasca.

Dicen que a los pocos días de irse aquel hombre, llegó al pueblo una brigada de la policía.
Enseñaron la fotografia del hombre, al que acusaban de estafa y de drogar a la gente con una 
extraña droga que se aspiraba y que tenía un olor extraño pero dulce, que provocaba alucinaciones.

Nadie de aquel pueblo dijo haberlo visto, y cuando la policía se marchó, abrieron la tienda.
Sobre el mostrado había dos cosas.

Sólo dos. Una frasca y una gran bolsa.

La bolsa contenía las monedas que todos habían pagado por cada frasca.
Y la frasca..

Nunca se supo, nadie quiso abrirla.
Pero aquel niño, el que entró en la tienda, dijo haber visto, dentro de la botella el final del
arco iris.

viernes, enero 04, 2013

Bocados de Navidad

El tapiz azul del cielo se extendia por la bóveda que cubría la ciudad, esa que llaman Madrid.
Era un día de invierno, dentro de la Navidad, entre fin de año y la última bocanada de vacaciones el día de reyes.

Salí del letargo de mi caja de cerillas, a pasear por Madrid, y como uno más, a terminar la interminable lista de regalos, siempre queda algún detalle, un último regalo que hacer.

Decidí perderme por el retiro, a esa temprana hora vacío de gente, es un refugio donde uno puede aislarse con la única compañía del silencio
y de los árboles, en aquel espacio paro mi ipod, y me dejo llenar por los sonidos del silencio.

Apreto mi zamarra, ajusto la mochila, inseparable compañera, y coloco mi gorro ruso, por un momento parezco un soldado en plena marcha solitaria hacía ninguna parte.

Salgo a la calle Velazquez y la calle Goya, es como si traspasase una barrera invisible, el esitlo de la gente, su vestimenta, sus formas, está
claro que es una de las zonas nobles de Madrid, me cansó enseguida de ir esquivando bolsos de loewe y vestidos de doce y gabbana, asi que
camino hacia la Puerta de Alcalá, por la calle Serrano, la milla de oro, la llaman.

Cuando llego al cruce en la esquina del Banco de España, casi me tropiezo con un pequeño bulto apoyado en la pequeña columna que separa la
acera de la calle donde circulan los automóviles.

La gente anda presurosa, el frío, las bolsas de las compras, nadie repara en aquel bulto de ropa vieja del que emerge una mano temblorosa, como
si sostuviera una invisible pandereta que tocara un triste y melancólico villancico, no se ve nada mas entre el amasijo de ropa, sólo esa mano que no
para de temblar.

Y yo tiemblo.

La gente me empuja y me voy alejando de aquel pequeño bulto, nadie se para, nadie se acerca a ver como aquella persona se encuentra,
yo tampoco y me llena una vergüenza de lo que es el ser humano. La imagen se asienta en mi mente mientras recorro la calle Alcala hacia la puerta del Sol, casi en volandas, gente de fuera, extranjeros, madrileños cargados de paquetes, bolsas, consumismo en estado puro.

Y yo sé que esa imagen se irá desvaneciendo, que en poco tiempo estaré mirando yo tambien mis últimas compras,  aunque esa noche pida que este año nos traiga algo mas de conciencia algo más de solidaridad algo más... que tambien serán sólo palabras.

Intento buscar a mi viejito en el viejo cafe, pero no lo encuentro, ni sentado frente al km. 0, imagino que estará con el amor de su vida, tomando
un chocolate caliente con churros, y viendo desde alli, en lo que se va transformando este mundo, y dentro de mi siento una envidia infinita hacia
ese adorable viejito y lo que siente.

Por fin bajo por la calle santa isabel, doy un poco más de volumen a mi ipod,  me espera mi pequeña, vacía y solitaria caja de cerillas.

martes, enero 01, 2013

La lista 2013

Apretó una tecla de su teléfono y apareció el calendario.
Sobre aquella correlación de números uno apareció resalatado era 31 de diciembre.
Aún se preguntaba por qué la gente parecía que de un día a otro iba a cambiar de pensamiento de quehaceres hasta de vida, "año nuevo, vida nueva" se
decían... y él no iba a ser menos.

Pensó en como había sido aquel año, y como se presentaba el último dia.
Recordaba las promesas que siempre se había hecho para aquel dia, año tras año, y que extrañamente nunca se habían cumplido.

Quizás para aquel día ya no podría hacer mucho, pero por delante quedaban 365 de un nuevo año.

Se vistió y salió precipitadamente a la calle.
Cuando volvió llevaba algo enorme que colgó de la pared, extendio sobre su vieja mesa de madrea unas hojas y un bolígrafo al lado.
Abrió la nevera saó una voll-dam y puso algo de música.

Clavó dos "cuelgafácil" y tras unos minutos de no dar con los agujeros al final colocó lo que había comprado.

Sobre la pared se extendia una gran pizarra que casi la ocupaba del todo.
Tomó una tiza y se puso a escribir.

Cuando acabó tomo las hojas de papel y continuó. Luego las cortó en pequeños pedacitos y las guardó en un frasquito de cristal.

Se vistió y antes de salir leyó lo que había escrito en la pizarra.
No una vez sino cientos.

... " he de aprender a decir te quiero", he de aprender a decir te quiero", he de aprender a decir te quiero", he de aprender a decir te quiero"....

cogio el frasquito de cristal lleno de los papelitos y salió a la calle a repartirlos...

Cuando se fué pasé mi mano sobre la mesa, alli estaban los surcos de los que había escrito.. estoy seguro de que quereís saber lo él escribió
bueno quizás vosotros también tengáis unos papelitos para escribir.. pero él lleva en ese frasquito

.. por las veces que debí decir te quiero...
.. por las veces que tenía que haber pedido perdón..
.. por tantas veces que me equivoqué y no supe admitirlo..
.. por las veces que no debí dejarte decir nada y sólo darte un abrazo..
.. por las veces que nunca llegaron..
.. por tantas y tantas veces que me enfurruñé ..
.. por las veces que me perdí pensando y pensando dejé de vivir..

quizás lleve más pero yo sólo pude leer esas,  ahora os dejo tengo que escribir las mias

martes, diciembre 18, 2012

Sueños de Navidad


(Leelo a la par que oyes la música...)
óyelo


Ójala estas navidades y el 2013 sea de ensueño.


SUEÑOS DE NAVIDAD



Hay un azucarero antiguo en la alacena.
Hay una botella de ginebra cubierta de polvo.
Hay unas hojitas con mesajes escritos al pie del teclado.

Hay unas sonrisas guardadas en una cajita llena de recuerdos.
Hay fotos en un disco duro y fotos que amarillean en un cajón.

Hay sueños que cuelgan de un árbol de navidad.
Hay..

Hay ilusiones enmarcadas para decorar la habitación.
Hay un cículo rojo en un calendario de oficina.

Hay dos lágrimas que surcan las mejillas como esas olas que persiguen los surfistas.

Hay una frasca llena de palabras que se vierten sobre la mesa.
Hay una mano que las acaricia y va formando una frase...

Hay un sueño, sueño de Navidad.

lunes, diciembre 10, 2012

Navidades diferentes


Cayó sobre el belén.

Con su cuerpo aplastó el molino, las ovejas y varios pastores.
Su sangré salpicó al niño, y cubió las figuras de la Virgen y San José.
Milagrosamente la mula y el buey se salvaron.

Un regero de sangre corría como si fuera el arroyo de aquel belén.

A su lado ella sostenía un cuchillo de cocina.
Sollozoba.

En el quicio de la puerta dos ojos pequeños observaban la escena, quietos
sin decir nada. Sólo miraba.

Ella mantenía apretado el cuchillo en su mano.

- No quería, no quería... no quería ir a cenar con mis padres por nochebuena
  estoy harta de que todos los años sean sus padres los que vena a casa y
  encima critiquen la cena que hago.
  Asi que este es el último año.

Miró al niño.

- No te preocupes hijo, no pasa nada, aún vendrán Papa NOel y los Reyes Magos y
  te traerán un montón de regalos.

Sobre el belén, el marido se mueve.

- ¡¡¡ Corten !!!, joder cuantas veces he de decirte que no puedes moverte en la escena
  ¡¡¡ tu mujer te ha matado, coño!!!.
 
- Y por favor a ver si echáis más sangre sobre las figuras, esto no se parece en nada a
  un nuevo episodio de "Navidades sangrientas".

lunes, diciembre 03, 2012

Historias de Navidad


Estoy sentado en esta mesa vieja de madera, un pequeña luz ilumina mi portátil.
Tengo abierto el Word,el cursor parpadeaba a la espera de que pulse las teclas.
Una historia.
Una historia de Navidad, con sabor a Navidad, con sentimiento a Navidad.
Un pequeño articulo que escribir, para ir tirando.

¿Coño, y qué sentimiento de Navidad voy a tener yo ?

Me he quedado sin trabajo, tan fácil como una llamada al despacho.
".. ya sabes las cosas van mal, hay que recortar personal y al ser personal subcontratado. has
hecho un buen trabajo pero la crisis.."

No había mucho más que decir. ¿Para qué? 
Ya llevo unos meses así y ahora Navidad...
Dicen que las desgracias no vienen solas, y como no esta no iba a ser una excepción, mi chica
me había dejado por un compañero de trabajo, sin más, de la noche a la mañana.

En la cama se mueve el chico y me llama.

- ¿Me podrías traer un vaso de agua?
- Claro que si, cariño.
- Papá, mañana es Nochebuena, cenaré con mamá ¿lo sabes, no?
- Sí lo sé, no te preocupes, aunque ya eres mayor Papa Noel seguro que también pasa por aquí.
- Bueno no te lo decía por los regalos, era por que me hubiera gustado cenar contigo, ¿que harás?
- Anda sigue durmiendo, no es momento de charlar de esas cosas.

Le arropo y en seguida cae en un plácido sueño.
Si supiera que no tenía con quien cenar esa noche.

Una chispa surge en algún lado, la magia de  ver los regalos de Navidad bajo el árbol, los nervios
de la espera cuando uno se mete en la cama... "vamos a dormir que si no no llegaran los reyes magos..."

La mesa engalanada, todos ayudan, y por un día, un día al año, la familia se reúne, se
intentan olvidar viejas rencillas, " ¿has visto a tu nieto, papá...? (papá cuanto te hecho 
de menos). Todo se para alrededor de esa mesa, una noche, un día al año.

Apago el ordenador, sin una letra que escribir, y lo peor sin ningún sentimiento que transmitir.

A la mañana siguiente, damos un paseo por el centro, antes de que vengan a recogerlo.
Madrid está vestida, pese a los recortes, a Navidad, la gente corre a hacer las últimas compras,
detrás del Corte Ingles de Sol, decenas de personas con sus niños asisten a la enésima representación
del Cortylandia, una llamada más del marketing. 
¡Qué lejos quedan los días donde la Navidad era algo más que comprar!

Volvemos a casa, él aún no ha perdido la candidez de vivir estos días como algo especial, y en el fondo
siento envidia, cuanto sueños e ilusiones se nos desprenden en el camino de hacernos mayores.

Al poco rato llaman al timbre, le abrazo, intento contener las lágrimas, es sólo una noche, pero es
Nochebuena, demasiadas ausencias, demasiadas sillas vacías.

- Mañana vuelvo, yo también creo que vendrá Papa Noel para ti. Estoy seguro.

Se cierra la puerta y como si estuviera escondida tras ella, la soledad se abalanza y me devora.

Son las 8, a través de mis paredes como si de papel se tratasen se filtran los cánticos y las risas de
mis vecinos.

Enciendo el portátil he de escribir el relato, hoy por hoy es la única entrada de dinero que tengo, 
sin embargo mis dedos está fríos y las teclas huyen de su contacto.

Llaman a la puerta.
Es raro, no espero a nadie, quizás sean los chiquillos pidiendo el aguinaldo y cantando algún villancico.
Abro la puerta.

- Hola vecino, acabo de llegar a Madrid, y soy nueva en el edificio, pasaba a desearte feliz navidad
y ya de paso saludarte.

- Vaya.. pues feliz navidad, no es corriente en Madrid, yo casi no conozco a ningún vecino. Pasa.
- Pues de donde yo vengo es lo normal, uyss perdona quizás ibas a irte a cenar.
- No, la verdad es que no voy a salir.
- y.. no tienes nada preparado ¿vas a cenar solo?
- ... bueno... si, si voy a cenar solo.
- De eso nada, yo también voy a cenar sola, así que.. ¿que te parece si cenamos juntos?
- Ummm trato hecho, sólo con una condición.
- A ver con que te descuelgas vecino.
- No es nada, sólo que tengo que escribir un relato sobre el espíritu de la Navidad, y creo que tú
podrías ayudarme.
- Si es eso, cuenta conmigo.

Y sonríen sus ojos, por un momento oigo a mi peque: "yo creo que Papa noel vendrá esta noche para ti"
Y quizás sea así, y acabe de aparecer.