miércoles, febrero 06, 2013

La galería


Después de un día agotador en la oficina, lo que menos me apetecía era ir a la exposición de “no sé que pintora”.
Me había llegado la invitación por e-mail, y casi sin querer la había aceptado.
En realidad nada ni nadie me esperaba en casa y salir me vendría bien.

Hacía frío esa tarde, la galería estaba en el centro, lo que me posibilitaría volver a casa andando sin tener que coger ningún medio de transporte.

En cuanto abrí la puerta una ola de calor,  me golpeó, la galería estaba muy concurrida, quizás fueran los canapés y la bebida gratis las que habían servido de reclamo. Por un instante me sentí fuera de lugar, no conocía a nadie, tampoco me importaba mucho, dado mi carácter introvertido que rozaba lo antisocial.

Un camarero se apresuró a acercarse con la bandeja, educadamente me la puso delante ofreciéndome diversos refrescos, vino tito y blanco y cerveza. Opté por esta última elección, mientras me detenía a observar el primer cuadro. Un lienzo enorme, de fondo blanco cruzado por una gran línea deforme azul, y como si alguien hubiera cogido una brocha y salpicado con ella, gotas de diversos colores cubrían el ángulo superior izquierdo.

Detrás de mi, alguien, al que consideré el crítico de turno se deshacía en elogios.

- Es impresionante como conjuga el vacío existencia, del blanco con la ruptura vital del la línea indefinida. Observe como transciende la quietud  del primer trazo con le final del mismo, como si con ello quisiera decirnos que al principio el inicio de la vida se mueve en ese espacio intemporáneo que es la seguridad no tener miedos, para terminar abruptamente con esa, digamos, lluvia de miedos y recelos, representada aquí por la multitud de puntos de diversos colores y trazos. Sencillamente genial.

No pude dar crédito a lo que acaba de oír, o yo era un inculto, artísticamente hablando, o aquel personaje se ganaba la vida inventado lo primero que se pasara por la cabeza.
Decidí no perder más el tiempo, y seguí avanzando cuadro tras cuadro, mientras engullía un canapé de salmón.
Ya  llegaba al último, cuando sentí una presencia femenina a mis espaldas.

- Sinceramente ¿Qué le parece?
- Bueno, no entiendo de arte, puedo decir que me ha gustado en algunos la combinación de color, pero lo mío no es el arte abstracto, soy más de…

No llegué a terminar la frase, frente a mi, la autora de tal pregunta emergía como lo hacia la famosa Venús en el cuadro “El nacimiento de Venús” de Boticcelli.
Llevaba un vestido negro ceñido, unos tacones que retaban directamente a la ley de la gravedad, y sobre sus hombros un pelo rojizo caía suelto y libre de ataduras.


- ¿Eres la autora de estos cuadros, verdad? – balbucee como pude.
- Si. Pero no te sientas intimidado por ello – me contestó, mientras sonreía.

No pude deducir si lo decía en serio o simplemente estaba bromeando conmigo.
Continúe viendo la exposición con ella, muy interesada en mis comentarios, aunque al final la conversación versó más sobre temas personales.

Cuando me fui quedamos en llamarnos.
Dos días después recibía un whatsapp, “hola, ¿te apetece venir a mi estudio y tomar un café?”, “Sería genial, mándame la dirección y la hora”

A las 7:30 llamaba a la puerta, el estudio era un local diáfano en una de esas estrechas calles del Madrid antiguo, observé los lienzos las pinturas, una estufa central que daba calor a la estancia, y en una esquina una niña, que no llegaría a los cinco años, cubierta de pintura de los pies a la cabeza, saltaba sobre una tela.

- Me gusta el estudio, siempre me han encantado los sitios diáfanos con estas columnas en medio, ¿puedo? – le pregunté mientras sacaba mi móvil para hacer unas fotografías.
- Claro, hazlo.

Hice varías fotos, mientras seguíamos hablando, me contó que aquella pequeña era su hija, una aventura loca con un escultor que acabó dejándola para irse a Berlín. No se arrepentía aunque su vida hubiera cambiado radicalmente a partir de quedarse embarazada.

Aquel día fue el principio de otros, unos más íntimos, otros más familiares.
Sin saberlo me fui enamorando y creo que ella también.
A los dos meses de aquella primera visita al estudio, hubo otra exposición.

 Llegué tarde, no quería entrometerme en esas reuniones de artista, futuros compradores, críticos de arte. Me perdí entre la gente mientras veía las pinturas, ahora con otros ojos. De repente me detuve ante una de ellas, los trazos, las formas y colores me sonaban de antes. Saqué el móvil, pulsé el botón de fotos y luego el de fototeca y allí estaba, era ese cuadro no cabía duda, el cuadro que aquella niña de cinco años había “pintado” embadurnada de pintura.

La busqué con mi mirada, allí estaba como aquella primera vez, sólo que esta, me sonrió, bastó aquella sonrisa.

Pulsé la foto unos instantes, el tiempo necesario para que apareciese el icono de la papelera, “desea eliminar” , apreté el “si”.

¿Que aquello era un fraude? Puede que sí, puede que no, a quien le importa quien ha pintado esos cuadros, a mi no, en ese momento sólo me importaba que ella cerrara la galería y pintarla su cuerpo con mis besos

1 comentario:

Migue dijo...

Que loco puede ser el arte ¿No? exponer un cuadro hecho con las manitos de una niña de cinco años.Mira como una primer visita a una galería, te llevó a una segunda y de allí a una relación con la pintora.
Amigo, voy a comenzar a visitar exposiciones de cuadros haber como me va.
Un abrazo.