sábado, febrero 29, 2020

Besos

Recuerdo la primera vez que quedé contigo, una de esas cita a ciegas, donde nunca sabes lo que vas a encontrar, quizás parodiando a Forrest Gump es como abrir una caja de bombones y meter en ella la mano sin verlos, quizás tengas la suerte de encontrar el que te gusta, quizás te toque alguno relleno de lo que más odias.

Sin embargo, aquel día yo metí la mano en la caja y desde el primer mordisco que di al bombón, siempre en sentido figurado, por que el primer mordisco tardó un tiempo en llegar, supe que era mi sabor favorito, un exquisito bombon de tres chocolates, que se derretiria en mi boca lenta, muy lentamente como lo hace la nieve en los abrazos de los primeros rayos de sol.

Nuestro encuentro, a parte de formalidades, de preguntas de fomulario,  transcurrió como esos juegos de tenis en que los dos rivales pelotean en el fondo de la pista, sin ninguno querer subir a la red, por miedo a una bola alta, un pase in shot, sin embargo, quizás por esa deformación que tienen aquellos que les gusta la fotografía,  y que nunca te pregunté si a ti te pasó lo mismo, yo no dejaba de buscar gestos, gestos en tus dedos cuando hablabas dibujando las palabras, gestos en el movimiento de tus labios, en esa lenta cadencia que los sumia en un tango, gestos en el suave aleteo de tus pestañas que cual diafragma de una cámara se abrían y cerraban para dejar ver aquel pozo imenso como un océano que eran tus ojos, he de reconocer que algunas de tus  palabras se me perdieron en el funicular de tu mirada, hipnotizado, como si pudiera montarme en ese funicular y dejarme llevar donde simplemente tú quisieras.

Maldije a aquel que inventó el reloj, y acordándome de Einstein y sus teorías, quedó demostrado que el tiempo no es como lo conocemos sino como lo vivimos, a veces raudo como la velocidad de la luz, otras lento como un diapasón marcando el ritmo.

Sin embargo pese a la brevedad de aquel momento, que quizas fuesen horas y vaya usted a saber si lo fueron, no hay sensación tan opuesta como la que deja un encuentro así, las infinitas ganas de volver, la rabia contenida porque ese momento se quedó atrás y aún quedan horas para que llegue otro, diferente, si, pero prometedor.

No os cansaré con mi segundo encuentro, el recuerdo que tengo de aquel, no fueron sus palabras, aunque si las recuerdo como se deslizaban de entre sus labios, como lo hace un riachuelo cuando se deshielan las primeras nieves, lo que más recuerdo fueron aquellas infinitas, otra vez la palabra infinita, las infinitas ganas de besarte, de acercarme lentamente a tu boca susurrando "quiero besarte", con ese temblor que produce el miedo a si te gustaría que lo hiciera.
No hay nada comparable a ese momento, a que el deseo, a que la mirada se quede enganchada en su boca, y sientas como se desboca el ritmo cardiaco, como lentamente te desplazas en tu asiento para estar más cerca, más cerca, más cerca...

No, no os diré si llegué a besarla, eso se queda entre ella y yo, pero sí os diré que  como decía aquel bolero "aunque pasen más de mil años en la boca llevaré sabor a ti"

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