domingo, febrero 25, 2024

Lo inesperado

 Aquella tarde pintaba, como los brochazos que das en blanco sobre una pared blanca.
Dejó el portátil, y tirándose literalmente en el sofá, cogió su móvil. Trasteo con la aplicación que un amigo le había recomendado, - ¡qué diferente es ahora conocer gente! - se dijo, mientras deslizaba una tras otras a la izquierda las imágenes que aparecían en pantalla.

De pronto, se paró en una, deslizó hacía arriba para ver el resto de fotos, aunque se quedó en la primera, leyó su breve descripción, y miró un buen rato aquel rostro que parecía mirarle. 
Deslizó a la derecha, y apagó el móvil, en su retina se había quedado grabada esa imagen como lo hace la luz en el sensor de una cámara fotográfica.

Dos días después cuando casi ya se había olvidado,  saltó la notificación de que ... ¡¡tenía un match!! y para su sorpresa era ella.

Se pensó que escribir, un  "hola ¿ cómo estás ?" muy soso, ni hablar del.. "que haces por esta aplicación", ni un "que buscas", y con un "me gusta tu mirada" se presentó.

Y ella y él, él y ella se montaron en un carrusel de conversaciones por el chat, de llamadas por teléfono, de voces que se balancean en el silencio de una noche, con el testigo mudo de la almohada.

Y así una tarde, quedan, como dos chiquillos que se citan en el patio, y pasean y hablan y se miran y hay silencios que no lo son, porque guardan conversaciones mudas.
Sienten esa conexión que tan pocas veces se da en la vida,  que te acabo de encontrar pero te conozco de toda la vida...

La vida a veces guarda regalos, y él se abrazó a ese regalo inesperado, a una mañana donde las miradas juegan a esconderse y encontrarse, a noches de largas conversaciones en las que, como aquel beso del príncipe a la Bella Durmiente,  se despierta su niño interior, ese que tenia hibernando desde hacia tanto tiempo que se había olvidado de él.

Aquella tarde pintaba de colores, colores como el arco iris, como los brochazos que das para pintar una sonrisa.
Se puso los cascos, puso las canciones que había escuchado junto a ella en su coche, subió el volumen y se aisló del mundo, solo estaba ella, las canciones y su música.

Afuera en la tercera planta del edificio donde vivía, algo prendió, una pequeña llama que bebió todo lo que encontró a su lado, creciendo cual gigante.

Él bailaba pensando en la cena que le iba a preparar a ella, recordando esa mirada que un día tanto le dijo, no oyó el crujido de la ventana, solo vio llegar un humo negro que le envolvió y se lo llevó para siempre.

Era una tarde cualquiera, Valencia se preparaba para las fallas...

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