Hace 20 años, un 14 de febrero, el padre de mi hijo me dio
una paliza que me dejó inconsciente en el suelo, tirada con una costilla
rota.
Ahí fui yo la que dijo ¡basta! que me separaba...
El día de los enamorados.
Veinte años después, es otro 14 de febrero, nada tengo que
regalar hoy, nadie tiene nada que regalarme.
Veinte años después, aún a veces me duele el costado, no por
aquella costilla partida, no por el dolor físico que me provocó, me duele el
silencio, el sordo ruido de los golpes, las noches solitarias en el salón,
ahogando con lágrimas, todas las ilusiones, todos los sueños de aquella
juventud que murió entre las frías baldosas de una cocina.
Dicen que: “aceptamos el amor que creemos merecer”.
Yo acepté el amor cuando las heridas cerraron, cuando enterré en
el foso de mis sentimientos y de mi corazón, a aquella persona que amé, y que
es el padre de mi hijo.
Un hijo al que nunca dije nada, un hijo que me mira y sabe que
algo escondo tras mi mirada, pero yo callo y en silencio cuando me habla de su
padre sonrío y frenó esas lágrimas que amenazan con saltar al vacío de mi
mejilla.
Dicen que: “aceptamos el amor que creemos merecer”.
Y por Dios, que lo intenté, más en aquel día de San Valentín, se quedó parte mi, y sólo
encontré amores que esperaban fueran
efímeros, lo suficiente para hacerme olvidar. Por que creía creer que podría
querer queriendo, y sólo logré sentirme más y más sola.
Hoy llaman a la puerta, es el dueño de la floristería de abajo,
ese que todos los días me regala una sonrisa y un buenos días, trae un gran
ramo de rosas, blancas y rojas, naturalmente no es para mi.
Él se ha quedado mirándome como si leyera en mis ojos un poema
inacabado.
Cae la tarde, ya hace 20 años, he sobrevivido a otro día de San
Valentín, no todas pueden decir lo mismo.
Vuelven a llamar a la puerta, es él, el hombre de la
floristería, no trae una gran ramo de rosas, rojas y blancas, blancas y rojas,
sólo trae una, una rosa y una sonrisa.
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Por que alguien como tú no merece
pasar un San Valentín sin una rosa.
2 comentarios:
La violencia de género es un problema de letras mayúculas sobre todo en los países latinoamericanos, esta historia es la historia de muchas mujeres, que a pesar de sus cicatrices físicas y psicológicas aún creen en la esperanza.
Un abrazo.
Hola Maybe, hay que concienciar que hay que denunciar, que una vez que alguien ha levantado la mano, no la va a bajar, si callas admites, y para esa gente no hay otra salida que la cárcel
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