viernes, enero 30, 2009

Reencuentro.

Hacía tiempo que no paseaba por el rastro.
Hacía tiempo que no cogía mi ipod y me perdía por las estrellas calles del antiguo Madrid.

Hacía tiempo ... de tantas cosas.

Volví a recorrer aquellas calles, una mañana de domingo más, mientras las nubes corrian tras el sol, luces y sombras, como si quisieran pintar el asfalto.

La gente fluía a mi alrededor, o quizás era yo el que lo hiciera. En sus rostros se notaba el "estado de ánimo" de aquella palabra que nos habia asaltado a todos sin esperarla, había entrado por las ventanas, por debajo de las puertas y se habia quedado con nosotros, "crisis", y todos la llevabamos sobre los hombros.

Aún podía oirse el eco de las últimas risas de fin de año, pero ya tan lejanas que era como si no nos perteneciesen.
La gente es así, a veces olvida demasiado pronto.

Y me lo encontré allí, donde siempre, en aquella silla de madera de aquel café, como si el destino y la vida me lo hubiera grapado a la espalda, ese café, esa mesa, la mesa y dos sillas, dos sillas y una ilusión.

Quien iba a saber lo poco que duraría.

Le encontré envejecido y cansado, me saludó.
Y entré, y me senté a su lado.

Sus ojos..., nunca os he hablado de sus ojos, gris perla, brillaban como si los acabaran de pulir.

- "Un café con leche por favor, templada".- pedi.

Mojé su sonrisa en el café.
Sus palabras descendieron por su pecho y descansaron en la mesa.

- ¿Que tal han ido las navidades?, ¿cómo estas en este año nuevo?.- me preguntó.
- Un poco más viejo,- le dije. - las navidades muy tranquilas, demasiadas ausencias para recordarlas como unas buenas navidades.
- Suele pasar cuando uno crece y se hace mayor, pierde la esencia de las navidades el verlo con ojos de niño, y entonces sólo piensas en la cena, en las compras, y en la gente que no está. ¿Una historia?
- Por favor, desde que le he visto estaba deseándolo.

- Hace tiempo, en una casita pequeña de pueblo, corrían tres niños, dos chicos y una chica, para ser exactos un jovencito y dos mocosos. Llegaban las navidades y aunque por aquel entonces no había mucho que celebrar, la familia se reunía frente a un buen cordero, abuelos, padres, hijos, primos y nietos, todos juntos celebrando unas navidades.
Nadie supo cuando brindaron, que ese sería el último brindis para muchos de ellos, aquel invierno fué muy frió, la abuela no resistió mas alla de Marzo, unos dijeron que fué la edad, otros, aquel viento helado que nada bueno presagiaba.
Para aquellos dos mocosos, la pérdida de su abuela no fué muy dolorosa, preguntaron los primeros dias que por que no estaba, pero luego la rutina se llevó la ausencia, y la vida a esa edad duele sólo un poco.
Llegó el verano y cogido de su mano llegó el odio entre hermanos, la insensated vestida de guerra, y visitó la casa, y se llevó al padre y al hijo.
Esas Navidades, sobre un pequeño y seco trozo de madera que hacía de árbol navidad, los niños dejaron colgadas las ilusiones y los sueños, crecieron como nunca deberian hacerlo los niños, mirando en la mesa unas sillas vacias.
La madre no pudo evitarlo, o no quiso, o fué su manera de decirse: "están aquí, unos presentes aunque se hayan ido para simpere, otros ausentes pero volverán". Y el pequeño mocoso, al ver la silla vacia y la cara de su madre, se preguntaba: "¿les esperamos?"

Esperaron, el tiempo suficiente para saber que aquella tierra se cobraría su parte, una silla más se quedó vacía para siempre, una silla se volvió a ocupar, pero ya no de aquella persona que se fué, sino de una piel y un cuerpo vacio.

Y el peso de las sillas vacias llenó aquella casa de pueblo, se quedó flotando en al ambiente para no irse jamás.

El hijo no volvió, el padre si. ¿Por que yo y no él? Fué lo primero que el padre dijo a su esposa.

Aquellos dos mocosos fueron creciendo, y cada navidad la madre siempre dejó una silla vacia. nadie dijo nada, ni cuando ponía el plato, ni cuando lo retiraba.

Con el tiempo aquel niño fué el que puso la mesa, al que un día alguien le ayudó a poner la mesa, el que vió a otros dos mocosos correr alrededor de un árbol, y en vez de colgar sus sueños e ilusiones, él colgaba calcetines vacios para llenarlos de juguetes. Y cuando se sentaba a la mesa por Navidad, por unos momentos veía las sillas vacías, y escuchaba la promesa que se hizo, "nunca, nunca más una silla vacía en mi mesa"."

Esa es la historia. A veces nos aferramos a las personas que ya no están, y empezamos a dejar sillas vacias, quizás creamos que es la mejor manera de no olvidarlas, pero esas sillas ocupan un espacio, ocupan un lugar, creemos que asi evitaremos que las reemplacen, que se sienten en su lugar, y no nos damos cuenta que la habitación se llena de lugares huecos, donde ya no entra nadie.

Imagino que tú tienes tus sillas vacias, y que estas navidades han debido ocupar mucho espacio en tu habitación, sacúdelas, no tiene porque ser así. Piensa en que hubo un tiempo que alguien las ocupó y quédate con ello, guarda ese espacio en tu corazón, donde no hay límites de espacio, pero no dejes que tu habitación se llene de sillas vacias.

Intenté decir algo, pero las palabras se convirtieron en piedrecitas cuando llegaron a mis labios, y cayeron y las oi botar hasta salir del café.

El silencio llenó el espacio que nos separaba. Y cuando desapareció, mi mano rozó la suya y la sentí cálida.

Hablamos por espacio de media hora más, de los regalos, de este Enero loco, incluso nos atrevimos a buscar soluciones a la crisis.

El café se me quedó frió.

En esa mesa, la de las dos sillas, las dos sillas y una ilusión.

Cuando salí, eché un último vistazo, allí se habia quedado con la taza entre sus dedos, mojando su sonrisa en el café.

6 comentarios:

Belén dijo...

Yo que creo que deberías quedar todos los domingos con el abuelo...

Besicos

Maybe dijo...

Nico que suerte tienes de poder tomarte un café con el viejo encantador, y para nuestra dicha nos ofrezcas parte de esa plática.
Saludos y gracias por enseñarnos a no guardar sillas.

ShAdOw dijo...

Historia que llega como todo lo que escribes, curioso... Esta navidad deje un lugar para alguien especial, Nunca le he visto pero sé que siempre está ahi, nunca le he tocado, más lo he sentido a mi lado, nunca le he oido, más escucho su voz consolarme, esta fué su primera navidad en mi mesa y creéme así será mientras pueda poner yo la mesa. Para mi no es un lugar vacio... Es mi invitado de honor. Tú sabes a quien me refiero... ;o)

MORGANA dijo...

qué verdad, la sillas vacías, ocupan espacio, mejor en el corazón, espacio infinito...
bellísimo post, Niko.
besos.
"mojando su sonrisa en el café"...que preciosidad, de verdad.

Paseando por tu nube dijo...

Yo tambien he ido dejando sillas vacias por el camino, y duele mucho tener la voluntad de hacerlo, pero llegué a entender que esas personas que antes las ocupaban, ahora estaban mas a gusto al calor de mi corazón, donde tienen instalada una mesa camilla.
Que bonito post, gracias
Un beso

Nicolás dijo...

Hola, gracias a todos, por vuestors comentarios, sé que tengo algo abandonado el blog, no actualizo con asiduidad, quizás por que ahora las palabras cueestan mas de sacar de las frascas de mmi alacena, pero agradezco de verdad vuestros comentarios.
Es cierto que el viejito es sabio y que muchas veces sus historias me han hecho aprender muchas cosas de esta vida... ójala pudiera ponerlas en práctica mas de lo que lo hago

un abrazo.