martes, julio 18, 2017

Las letras, mis letras

Era temprano, como las otras veces que habia ido a ese bar a tomar un café.
Lo pensó, tampoco habían sido tantas, y sin embargo recordaba aquel bar con mucho cariño.
Se sentó lejos de la puerta, pidió un cafe largo con unas gotas de leche, sacó su vieja moleskine un bolígrafo, y la abrió dejando a la luz dos hojas en blanco.

Cerró los ojos como si con aquel acto pudiera atraer las letras que hacía tiempo habían desaparecido. Estaba allí,  pensando que de alguna manera podrían volver, y sin embargo sólo encontraba un vacío enorme y hueco.

El camarero le trajo el café, inspiró su aroma, y le trajo recuerdos de aquellas mañanas frías, casi a la carrera, un ratito, cinco minutos,  el suficiente para tomar un café, sonreir, desearse un feliz día y dejar que aquella mirada le acompañara el resto del día. Sin duda merecía la pena madrugar, caminar por las viejas calles de Madrid para esos cinco minutos,  un café y un beso.

Abrió y los ojos y pensó que quizás no había buscado bien donde se encontraban sus letras perdidas, o que quizás se habían quedado encerradas en su caja de cerillas.
Sí, sin duda era eso, estarían alli, en aquellos platos de patatas fritas con aceite de oliva que hacía para cenar, estarían enredadas en la musica de Maxwell, flotando en aire, estarían bailando en aquel puf rojo que ahora languidece en una habitación olvidada, si pudiera hablar...

Estarían escondidas entre las sábanas de una cama, mientras la luz apagada albergaba a alguien que de pie  se deja llevar por una colección de canciones.
O a lo mejor seguían bañándose en aquella media bañera que mecia un cuerpo que no era el suyo, mientras en la cocina se hacía la cena.

¿Jugarían aún sobre un mantelito blanco y dos copas de lambrusco? sonriendo a  unos ojos  que chisporroteaban de alegría y de vida.

Bebió un poco de aquel café, y pensaba que seguirían alli, buscando a su viejito en algún rincón de Madrid, volando tras algún beso perdido, dando calor a aquel lado de la cama que se lleno de escarcha.

Terminó de beber el café, echó una mirada al bar sabiendo que probablemente nunca más volvería, y dejando trás de si la Puerta del Sol, se encaminó para su casa, ahora en otro lugar, en otro barrio, pensando que sus letras, sus queridas letras ya fuera de las frascas, fuera de la alacena, estén aún jugando con sus recuerdos en la caja de cerillas, su cajita de cerillas.

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