Era temprano, como las otras veces que habia ido a ese bar a tomar un café.
Lo pensó, tampoco habían sido tantas, y sin embargo recordaba aquel bar con mucho cariño.
Se
sentó lejos de la puerta, pidió un cafe largo con unas gotas de leche,
sacó su vieja moleskine un bolígrafo, y la abrió dejando a la luz dos
hojas en blanco.
Cerró los ojos como si con aquel acto
pudiera atraer las letras que hacía tiempo habían desaparecido. Estaba
allí, pensando que de alguna manera podrían volver, y sin embargo sólo
encontraba un vacío enorme y hueco.
El camarero le
trajo el café, inspiró su aroma, y le trajo recuerdos de aquellas
mañanas frías, casi a la carrera, un ratito, cinco minutos, el suficiente para tomar un
café, sonreir, desearse un feliz día y dejar que aquella mirada le
acompañara el resto del día. Sin duda merecía la pena madrugar, caminar
por las viejas calles de Madrid para esos cinco minutos, un café y un beso.
Abrió
y los ojos y pensó que quizás no había buscado bien donde se
encontraban sus letras perdidas, o que quizás se habían quedado
encerradas en su caja de cerillas.
Sí, sin duda era eso, estarían
alli, en aquellos platos de patatas fritas con aceite de oliva que hacía
para cenar, estarían enredadas en la musica de Maxwell, flotando en
aire, estarían bailando en aquel puf rojo que ahora languidece en una
habitación olvidada, si pudiera hablar...
Estarían
escondidas entre las sábanas de una cama, mientras la luz apagada
albergaba a alguien que de pie se deja llevar por una colección de
canciones.
O a lo mejor seguían bañándose en aquella media bañera que mecia un cuerpo que no era el suyo, mientras en la cocina se hacía la cena.
¿Jugarían aún sobre un mantelito blanco y dos copas de lambrusco? sonriendo a unos ojos que chisporroteaban de alegría y de vida.
Bebió
un poco de aquel café, y pensaba que seguirían alli, buscando a
su viejito en algún rincón de Madrid, volando tras algún beso perdido,
dando calor a aquel lado de la cama que se lleno de escarcha.
Terminó
de beber el café, echó una mirada al bar sabiendo que probablemente
nunca más volvería, y dejando trás de si la Puerta del Sol, se encaminó
para su casa, ahora en otro lugar, en otro barrio, pensando que sus
letras, sus queridas letras ya fuera de las frascas, fuera de la
alacena, estén aún jugando con sus recuerdos en la caja de cerillas, su
cajita de cerillas.
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