La primavera se asoma sigilosa, con miedo a que el invierno aún de su
último zarpazo en la tierra y se agarre a ella resistiendose a
marcharse
Aprovecho ese cielo azul, único en madrid y me deslizo por los
caminos de piedra y arena de mi querido parque del retiro. A estas
primeras horas de la mañana sólo hay algun corredor y alguna persona
mayor a la que su médico recomendó caminar, quizás sea
una de las pocas cosas que el médico no le haya prohibido.
Inspiro fuerte, como si quisiera inhalar la vida que se desprende de
las ramas aún desnudas pero que ya visitan su guardaropa, sólo algún
almendro aparece vestido para la ocasión.
Allá abajo está él. Mucho tiempo hacía que no le había vuelto a ver,
perdido entre una corriente de rutina y desgana, el tiempo pasa y se
desliza como el agua de lluvia que se pierde en las alcantarillas.
Me siento a su lado, su mirada aún tiene ese brillo que recuerdo de
los días donde nos encontrábamos en la cafeteria de la puerta del Sol,
aquella mesa que me había visto sonreir al el calor de una mirada.
- Hola - me dice con su voz profunda y serena - hace ya tiempo que no te dejas ver.
- Si, es cierto, y no tengo excusa, los días se me van sin apenas
hacer nada, como si en algún momento me hubiera desenchufado y sólo
estuviera encendida esa luz roja que marca que el aparato está en
standby.
- Pues no es muy halagüeño lo que me cuentas
- Lo sé, pero me domina ese sentimiento, me siento viejo, siento que no soy el que siempre quise ser, el que en el fondo creo que debería ser, simplemente una sombra, una sombra vieja.
- ¿sabes? creo que lo peor de una persona es que se de por vencida,
que se de por derrotada, cuando aún queda tanto por hacer, cuando... el
corazón es lo único que no envejece en una persona. Te contaré una
historia.
Me acomodo en el banco, una ligera brisa mece las ramas, y a mi me
llega un olor a salitre, a mar, a pesar de lo lejos que está, lo echo
tanto de menos.
- Hace muchos años, pasé por un tiempo donde simplemente no me
encontraba, no sabía que podía hacer con mi vida, me sentía como un
caminante ante una bifurcación en el camino, ¿cual tomar? ¿derecha,
izquierda, seguir recto?. Entonces la conocí, no la esperaba, ni ella a
mi, fue sin querer o quizás el fondo ella lo quería y yo también. Y
cuando la ví supe que llevaba toda la vida esperándola sin saberlo. Era
la persona que sabía cuando me tenía que decir "un te quiero", la que
sabía que su silencio me hacía compañia, que sabia lo gruñón que era y
sin embargo todo lo borraba con un beso y una mirada. Debería haberla
atado a mi sombra, debería haberla cosido a mi corazón, debería haberla
escrito, deberia haberle repetido una y mil veces lo que me hacía
sentir, debería saber que el peor invento del hombre fue el reloj,
debería saber que cuando algo empieza, a veces empieza para terminar.
Y me encontré un día recogiendo los pedazos de un corazón roto, mirando los montones de momentos que pasé con ella y que ya no iban a volver.
Fue
entonces cuando mi padre me dijo que en la vida hay que aprender a
ganar y muchas veces a perder, y nunca olvidaré cuando en un susurro,
casi imperceptible de sus labios se deslizaron estas palabras " el
corazón es lo único que no envejece en una persona"
Al principio
no le creí, metido en mi propio duelo, y sin embargo cada dia más
despacio pero siempre volviendo a comenzar, el tiempo transcurrió , y
conocí a otra persona que llenó no aquel espacio vacío sino otro, por
que no hay dos amores iguales, ni nunca se quiere de igula manera.
Entonces comprendí las palabras de mi padre, " el corazón es lo único que no envejece en una persona"
Pone su mano sobre mi rodilla, me mira y me dice:
- El corazón no envejece nunca, sólo hasta que deja de latir.
Cierro los ojos y vuelvo a inspirar esa brisa dejando que inunde mis pulmones, y su fragancia abre la puerta a los recuerdos.
Cuando los abro. él ya no está, aunque aún oigo el eco de sus palabras " el corazón no envejece...."
Mientras la primavera asima su cabeza, y Madrid, mi Madrid se tiñe de su luz particular.
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