Le miro.
Sus ojos están clavados en mi. Su frente perlada en sudor. Abre sus
pupilas, unos ojos cargados de terror, el miedo que da la certeza del
que va a morir y no puede hacer nada para evitarlo.
Le quito la mordaza, “no grites” le digo y él asiente,
- Tienes tres minutos, si consigues en esos tres minutos convencerme de que no debes morir, te dejaré libre.
Tres minutos en los que hasta la fecha nadie ha logrado convencerme,
unos han suplicado, llorado, se han ensuciado sus pantalones, hombres
que nadie hubiera pensado que lo harían. Me han ofrecido dinero, mucho
dinero, mujeres, droga, propiedades, pero cuanto más han intentado
comprarme más ganas he sentido de acabar con ellos.
Tres minutos que para ellos son un instante, para mi simplemente ver hasta que punto un hombre puede llegar a suplicar.
- Se han acabado tus tres minutos, no has logrado convencerme…
Les vuelvo a poner la mordaza, suplican, gimen, pero con el ligero
zumbido que despide el silenciador, se despiden ellos también de la
vida.
Podría contaros todo lo que me han dicho, unos han rogado por su Dios,
del que yo me reí, “si tanto quieres que tu Dios te salve, ¿qué hace que
no detiene mi mano?”.
Otros lo han intentado por el lado más humano, fotos de su mujer ,de
sus hijos, quizás los mismos que no saben el porqué de que esté él aquí
atado a esa silla.
Ha habido algunos que no han dejado de llorar, de gimotear como bebes,
ni siquiera han tenido la fuerza de hablar con coherencia.
Los más apelan al “no diré nada, desapareceré, no volverás a verme”, como si eso a mi me importara.
Por que yo no lo hago por mi, es simplemente un trabajo, como cualquier
otro, no me interesa saber de su vida, ni de su familia, tengo mi
reputación, y mi orgullo.
- Te quedan 2 minutos treinta segundos – le digo.
Él me mira, no se ha quejado, está erguido, me sostiene la mirada, el terror ha desaparecido, y guarda silencio.
- Está bien, veo que eres de los pocos que aceptan morir, pero yo que tú aprovecharía la ocasión, sólo te queda un minuto.
- Nada que te diga va a cambiar tu decisión, no quiero malgastar
este tiempo, mis últimos recuerdos quiero que sean para mi familia, sólo
te pido una cosa quiero morir de pie, no que me mates atado a esta
silla.
- Eres valiente, te concedo el deseo.
Sé que en cuanto le ponga de pie y saque el arme se vendrá abajo y suplicará como todos.
- El tiempo ha pasado.
Le desato, y le ayudo a ponerse de pie, él sigue sin mostrar ningún
signo de debilidad, me mira a los ojos, no me desafía, pero no encuentro
ni un ápice de súplica.
Saco el arma, él la mira, levanta la vista a la espera del disparo.
Y en ese momento, decido que debe vivir.
- Tienes tres minutos…
- Ya te dije que no los necesitaba…
- Tienes tres minutos para irte, si no lo haces no tendrás otra oportunidad.
Y mientras él se va, yo utilizo esos tres minutos para guardar el arma,
para pensar que son mi últimos tres minutos en esta profesión.
2 comentarios:
Hay gente que no merece vivir,apestan,pero ponernos en juez y jurado es complejo.
Un abrazo Nicolás.
Una historia bonita y bien contada. Tienes 3 minutos para convencerme.
Abracetes!!!
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