viernes, enero 04, 2013

Bocados de Navidad

El tapiz azul del cielo se extendia por la bóveda que cubría la ciudad, esa que llaman Madrid.
Era un día de invierno, dentro de la Navidad, entre fin de año y la última bocanada de vacaciones el día de reyes.

Salí del letargo de mi caja de cerillas, a pasear por Madrid, y como uno más, a terminar la interminable lista de regalos, siempre queda algún detalle, un último regalo que hacer.

Decidí perderme por el retiro, a esa temprana hora vacío de gente, es un refugio donde uno puede aislarse con la única compañía del silencio
y de los árboles, en aquel espacio paro mi ipod, y me dejo llenar por los sonidos del silencio.

Apreto mi zamarra, ajusto la mochila, inseparable compañera, y coloco mi gorro ruso, por un momento parezco un soldado en plena marcha solitaria hacía ninguna parte.

Salgo a la calle Velazquez y la calle Goya, es como si traspasase una barrera invisible, el esitlo de la gente, su vestimenta, sus formas, está
claro que es una de las zonas nobles de Madrid, me cansó enseguida de ir esquivando bolsos de loewe y vestidos de doce y gabbana, asi que
camino hacia la Puerta de Alcalá, por la calle Serrano, la milla de oro, la llaman.

Cuando llego al cruce en la esquina del Banco de España, casi me tropiezo con un pequeño bulto apoyado en la pequeña columna que separa la
acera de la calle donde circulan los automóviles.

La gente anda presurosa, el frío, las bolsas de las compras, nadie repara en aquel bulto de ropa vieja del que emerge una mano temblorosa, como
si sostuviera una invisible pandereta que tocara un triste y melancólico villancico, no se ve nada mas entre el amasijo de ropa, sólo esa mano que no
para de temblar.

Y yo tiemblo.

La gente me empuja y me voy alejando de aquel pequeño bulto, nadie se para, nadie se acerca a ver como aquella persona se encuentra,
yo tampoco y me llena una vergüenza de lo que es el ser humano. La imagen se asienta en mi mente mientras recorro la calle Alcala hacia la puerta del Sol, casi en volandas, gente de fuera, extranjeros, madrileños cargados de paquetes, bolsas, consumismo en estado puro.

Y yo sé que esa imagen se irá desvaneciendo, que en poco tiempo estaré mirando yo tambien mis últimas compras,  aunque esa noche pida que este año nos traiga algo mas de conciencia algo más de solidaridad algo más... que tambien serán sólo palabras.

Intento buscar a mi viejito en el viejo cafe, pero no lo encuentro, ni sentado frente al km. 0, imagino que estará con el amor de su vida, tomando
un chocolate caliente con churros, y viendo desde alli, en lo que se va transformando este mundo, y dentro de mi siento una envidia infinita hacia
ese adorable viejito y lo que siente.

Por fin bajo por la calle santa isabel, doy un poco más de volumen a mi ipod,  me espera mi pequeña, vacía y solitaria caja de cerillas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces, demasiadas veces no merecemos ese nombre "seres humanos".
Besos.

Be dijo...

una lástima que sean sólo palabras... y nada más...
Feliz año!!!
besos y sonrisas de colores :)

Be dijo...

una lástima que sean sólo palabras... y nada más...
Feliz año!!!
besos y sonrisas de colores :)

Nicolás dijo...

Gracias por a pesar del tiempo transcurrido que tiene este blog estar ahí y dejar algunas letras.

Feliz año :D)