viernes, noviembre 11, 2011

Carta

Querida hermana:
Perdona por escribirte a ti, pero no quería que mamá sufriera más de lo que ya sufre por mi ausencia. Estoy en una trinchera en algún lugar perdido de este país. Aún me pregunto que estoy haciendo aquí y cómo he llegado a esto. Nadie sabe lo que es, hasta que lo vives.
Tengo miedo, no a morir, creo que he asumido que no volveré, no llores por favor, quizás sea mejor así, o quien sabe, pero tengo miedo a que si vuelvo ya no sea el mismo, que mi mirada se convierta en esa que he visto tanto por aquí, una mirada vacía, sin vida, que esto llegue a convertirse en un motivo para seguir vivo, que no sepa vivir sin estar aquí.
Te echo de menos, echo de menos aquellos días donde nos reíamos por cualquier cosa, mientras papá estaba al acecho, regañándonos por todo.
Aquí las sonrisas suelen ser nerviosas, o sonríes al caer el día por que no te ha tocado a ti esa bala, o ese mortero.
Nos intentan asustar con el infierno, pero yo ya estoy en el, intento cerrar los ojos y no ver cuerpos despedazados, niños y mujeres mutilados. Al principio no miraba, ahora se ha convertido en una rutina que me produce náuseas. He visto cosas que no creerías, nosotros que nos llamamos civilizados. He visto matar por placer, jugar a ser Dios y decidir quién debe morir y quien se salva. He visto partidas nocturnas sólo por vengar la muerte de un compañero, sin importar quién o quienes iban a morir. He visto al hombre convertirse en el peor de los depredadores. Y ellos no son diferentes a nosotros, matan y disfrutan con ello, aunque sea gente de su mismo pueblo. Niños envueltos en explosivos, niñas que se acercan a nuestro convoy y bajo su ropa cuelgan granadas.
La razón de la sin razón.
Pienso en cómo podré vivir de nuevo allí después de estar aquí. Creo que se me ha olvidado perdonar.
Y dentro de toda esta inmundicia, como si fuera de un campo lleno de barro, también crecen flores. He visto correr entre la metralla para poder coger a un herido y sacarle del fuego de las metralletas. He visto jugarse la vida por personas que no conoces, y quizás nunca más vuelvas a ver. He visto caer heridos a compañeros por llevar un poco de consuelo a esta gente, sin saber si detrás de ellos pueden encontrar la muerte.
Sí, aquí convive el infierno con el cielo, lo peor de cada uno de nosotros con la mayor de las generosidades.
Suenan los cañones, no muy lejos de aquí arde otra ciudad, y los gritos y el olor a carne quemada te empapa la ropa y los sentidos hasta que los embota.
Ya no soy el mismo, aquel al que llamabas cuando tenías algún problema.
Tengo miedo, miedo a que me mires y no veas dentro de mí al que despediste no hace mucho.
Perdóname por contarte esto, pero necesito decírselo a alguien, necesito que si un día vuelvo, me abraces aunque no sea el mismo.
Y ahora he de irme, salimos de patrulla.
No, no llores, no te preocupes, no quiero morir aquí.
Te quiero, tu hermano

2 comentarios:

Laira dijo...

¡Qué duro!, una carta triste, descriptiva donde las haya y con toda la consistencia del mundo, todas tus palabras tienen sentido.
Nadie puede ser igual después de vivir una guerra desde cualquier lado, pero menos de parte de quien alza un arma.
Besos.

...solo una mujer. dijo...

Por suerte o desgracia o ambas cosas a la vez, el infierno y el cielo suelen coexistir en el mismo lugar en el mismo instante.
La crudeza de la humanidad convive con la generosidad y el amor más puro y hermoso.
Real, duro y auténtico.
Seas como seas, te mando mi abrazo.