martes, julio 26, 2011

El regalo

Eran paupérrimos, y eso es quedarse corto.
Un pequeña estancia de apenas 20 metros cuadrados, para cuatro personas.
La abuela, los padres y aquel niño pequeño de ojos negros como el carbón.
El padre salía todas las mañanas en busca de un trabajo, desde que habían cerrado la mina, aquella región iba agonizando lentamente, y con ella sus habitantes.
A veces tenía suerte y cuando paraba el camión que recogía a unos pocos para llevarlos a una obra, o al campo, lo elegían. Ese día se sentía hombre, volvía a
casa con unas monedas, revolvía el pelo a su hijo, besaba a su mujer y se permitía sonreír.

Aquel pequeño siempre preguntaba:
- Papá, ¿me enseñaras algún día el mar?
Y el le contaba como era ese mar, la brisa junto a la playa, el placer de andar descalzo en la arena. Los ojos del niño brillaban.

Su mujer los oía desde la cocina, alguna vez no podía contener las lágrimas, sabía que aquel sueño, sólo era un sueño.

Se acercaba el cumpleaños del niño, la abuela sacó dos monedas que guardaba desde hacía tiempo. En la vasija de cristal quedaban sólo unas pocas.

- "No podemos gastarnos el dinero, lo estamos guardando para poder llevar al pequeño a la escuela, no quiero que se pudra aquí como yo"- dijo el padre, mientras sentia que la pena le atravesaba el pecho. Su mujer sabiendo cómo se sentía le agarró las manos, apretándolas con todo el cariño del mundo.

- "Haces lo que puedes, que es más de lo que muchos habrían hecho, decidiste quedarte aquí en el pueblo por nosotras, no sufras, encontraremos un regalo para nuestro hijo, sin tener que gastar los ahorros".

Al día siguiente, la mujer bajó al pueblo con la ropa que cosía y que con ello ganaba alguna moneda más. Entregó la ropa, lavada planchada y cosida, en la casa del alcalde, uno de los pocos que podía permitirse ciertos lujos.

Mientras caminaba de vuelta con las manos metidas en los bolsillos, sus dedos jugaban con las monedas, recordaba cuando en otro tiempo, su marido la llevaba a las fiestas del pueblo. Ella se ponía su mejor vestido, y en la explanada de la plaza, un viejo proyector lanzaba sobre una tela blanca, imágenes de blanco y negro.
Allí sentados, ella intentaba robarle un beso, y él avergonzado le pedía que parase, el hermano de ella a escasos metros los miraba y él sentía vergüenza, sin embargo se aferraba a su mano, abrazándola deseando retener ese momento.

Envuelta en sus pensamientos, casi se da de bruces con un carromato que entraba en el pueblo.

- "Señora, ¿desea vasijas de cristal?, tengo sartenes pulidas, afilo cuchillos, tijeras, de todo un poco..."

De pronto, a la mujer se le iluminó la cara.
Se acercó al carromato, y ofreciéndole una moneda, le dijo lo que quería a cambio.

A la mañana siguiente, el día del cumpleaños del niño, la mujer habla con su marido.

- "Todo está solucionado, espera y verás"

En cuanto el niño saltó de la cama, corrió hacia sus padres.
Estos le abrazaron, su abuela se acercó, le besó y le entregó una nueva camisa que había cosido con telas viejas.
El chico miró su nueva camisa y salto al cuello de su abuela llenándola de besos. Se gira y mira a sus padres.

- "No me importan los regalos, lo que me gusta es que estemos todos juntos".

De pronto unas campanillas llegan desde el exterior. Todos corren hacia la puerta...

Cuando la abren, sus ojos no dan crédito.

Sobre una carreta decorada con hojas que asemejan algas, aparece un persona regordeta, con una corona en su cabeza, el torso desnudo y un tridente.

El ser baja del carromato con algo en la mano.
Se acerca al niño y le tiende una botella.

Su voz es profunda.

- En esta botella está encerrado mi mar, como puedes ver, en el fondo esta la arena de las profundidades donde vivo, el agua es agua de mar, y el resto está lleno de brisa marina. No la abras nunca, pues la brisa volará hacia la costa, el agua se evaporara para volver al mar en gotas de lluvia, y la arena se secara convirtiéndose en polvo.
Un día llegaras a una playa y podrás devolver mi regalo allá de donde lo traje.

Y diciendo esto volvió a su carromato y se marchó.

El niño no creía lo que había visto, acercó la botella a su corazón, y gritó:

- "Es el mejor regalo de mi vida"

La madre se giró hacia su marido guiñándole un ojo a la vez que veía como unas lagrimas recorrían su rostro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Has conmovido mi alma hasta sentir un suspiro emerger, esta noche también recibí el regalo y me acompañará en mis sueños

Besos

Migue dijo...

Es conmovedor, pero es así,con amor e ingenio se puede cumplir el sueño de un niño pobre, que en su inocencia tiene,siente el mar junto a él.
Bello escrito,Nico.
Un abrazo
Migue

...solo una mujer. dijo...

Que bonito.. que tierno... que de color gris de los años duros en la minería... tan parecidos a muchos lugares hoy en día.
Menos mal que nos queda la ingenuidad de un niño que valora más el afecto y el cariño de tener una familia que la carencia de todas las posesiones materiales con las que otros disfrutan, tan brevemente que en pocos días se olvidan.
Un saludo con cariño y espero que Turkia te haya dotado de mucha más fantasía!