martes, enero 18, 2011

El Manzano

Era un pueblo pequeño, de esos en los que la vida se detiene en la plaza, y la plaza, al caer la tarde, bulle de vida.

Era una plaza circular, con su fuente de tres caños,, que antiguamente era el abrevadero de ovejas y vacas, hasta que el pueblo creció y el alcalde se cansó de mandarla limpiar de los excrementos del ganado y transformó el abrevadero en fuente.
A su lado un gran manzano, nadie sabía cuanto llevaba alli, los más ancianos decían que cuando ellos nacieron ya estaba en la plaza.

A principio de septiembre el árbol empezaba a dar sus frutos, unas grandes manzanas de color rojo intenso, de carne jugosa y muy dulce. El alcalde había establecido un dia festivo en el pueblo, la recogida de las manzanas, lo llamaba.

Todo el pueblo se congregaba en la plaza y cada año elegían a un habitante que tenía el honor de recolectar, una a una, ayudado por una escalera, mientras la banda del pueblo tocaba chirigotas y en varias mesas se repartía vino y comida.
Una vez que había recogido todas las manzanas, estas se repartían equitativamente entre sus habitantes.

La fiesta solía durar hasta medianoche, en ese momento, cuando sonaban las doce campanadas en la iglesia, se descorchaban unas botellas de sidra y se brindaba por el manzano.

En cuanto llegaba el buen tiempo, y la plaza se llenaba de gente, el árbol daba cobijo con su sombra a los niños, que correteaban alrededor de el, otros intentaban trepar hasta las ramas más bajas, hasta que llegaba el alguacil del pueblo corriendo y los ahuyentaba, pero en cuanto se daba la vuelta los chiquillos volvían a intentarlo. Las ancianas sacaban las sillas y se ponian a tejer, y siempre había una o dos mesas donde se jugaba al dominó y al cinquillo.

Alguna vez en la corteza aparecía un corazon dibujado con un navaja y dos iniciales, siempre eran falsas puesto que estaba prohibido dañar al manzano, sin embargo nunca nadie fue reprendido, nunca nadie borró aquellas señales.

En invierno el árbol servía de cobijo a los pájaros que no podian volar a zonas más cálidas, y un ancianito cada mañana, lloviera o nevara, llevaba migas de pan, él mismo habia hecho con unas tablas unas casitas que habian colocado en las ramas más altas.

Así era aquel árbol, daba vida a la plaza, daba vida a los habitantes de aquel pueblo, y a su vez, se llenaba de vida con los canticos y juegos de los niños, con los besos robados bajo sus ramas a la luz de la luna, recuerdos de viejecitos, cotilleos y alguna que otra pelea por celos.

Un día, una rama se partió y cayó sobre el empedrado de la plaza, nadie le dió importancia, sólo el ancianito la recogio, miró al manzano con preocupación y se llevó la rama a su casa.
La gente empezó a alejarse del árbol, los niños ya no corrían a su alredor, trasladaron las mesas de sitio, sólo el anciano se acercaba, ponía la mano sobre la corteza y cerraba los ojos.
Ese fué el principio, sus hojas empezaron a amarillear, sus ramas se volvieron quebradizas, el árbol se estaba secando. Nadie encontraba un motivo, el alcalde llamó a los expertos y ninguno supo dar una respuesta.

El anciano dijo:
- El árbol se está muriendo de tristeza, lo habeis abandonado.

Todos echaron a reir, "¿Un árbol morirse de pena?", "Anciano, estas loco"...

Pronto olvidaron los días bajo la sombra del árbol, los corazones dibujados en su corteza. El manzano se iba secando poco a poco, ya no le quedaban hojas y las ramas se partían con fácilidad en cuanto algún pájaro se posaba en ellas.

Una tarde el alcalde reunió a la gente.

- "Hemos de tomar una decisión, el manzano está seco, es hora de pensar en sustituirlo, pero antes quiero saber vuestra opinión"


La gente apoyó al alcalde, en una semana el manzano sería arracando y sustituido por otro.

Esa misma noche, el anciano se acercó al árbol y empezó a susurrarle.

- "No me queda otra opción, no dejaré que te arranquen sin más, la gente olvida facilmente, han olvidado los días que nos dabas tu sombra, las risas que provocabas cuando alguien intentaba subirse a tus ramas, tus frutos dulces y jugosos, los trinos de los pájaros que con tu verdor atraías aquí. Ahora todos ellos sólo piensan en el nuevo árbol, les da igual lo que han vivido bajo tus ramas, los besos, los sueños, la tranquilidad de leer un buen libro apoyado contra ti. Parece mentira qué rápido se olvida todo, dirán que la vida pasa, contínua, pero se olvidan que la vida se hace mirando hacía delante pero sin olvidar lo vivido. Ahora tengo que hacer lo que debo hacer."


De una bolsa sacó un hacha, y empezó a cortar el árbol, las ramas y el tronco, lo que iba cayendo lo metía en una carretilla, cuando estaba llena, paraba, la cogía y llevaba a casa lo cortado.

Tardó toda la noche en cortar el manzano, cuando la luz del alba vistió de colores la plaza, sólo quedaba un hueco en la tierra.

Nunca nadie supo que pasó con el manzano, nunca nadie quiso saber que fué de el.
A los pocos dias plantaron un nuevo árbol, y nadie más lo recordó .

El anciano desapareció del pueblo unos meses, aunque nunca se fué de allí.
Con la madera de aquel manzano hizo figuras, algún que otro mueble sencillo, talló pájaros y niños, no dejó ni una astilla sin labrar.

Cuando miraba todo aquello, sonreía.

- "Ahora viejo manzano nadie te olvidará"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Cada alma en pena
es un árbol condenado
a convertirse en ser humano
y buscar la luz"

Humberto Dib dijo...

Hola, Nicolás, llegué a tu blog por un contacto en común, me pareció muy bueno. Quise seguirte, pero no encontré el vínculo.
Aprovecho la oportunidad para invitarte a mi espacio.
Un saludo desde Argentina.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com

Belén dijo...

Es una pena que siempre tendamos a tirar lo viejo, con la de cosas que nos puede contar...

Besicos