Cuando se fue mi padre, me quedé con una caja pequeña atada con un cordón.
Ttardé meses en abrirla.
Recuerdo que era una tarde de un cielo plomizo, de esos que cubren madrid envolviéndolo como si fuera un paquete de regalo.
Encendí
el equipo de música, retiré la mesa y me senté en el suelo igual que un
niño pqueño a punto de abrir su regalo de Reyes Magos.
Tiré
despacito del cordón que se soltó dando un brinco como si lo hubiera
desnudado, despojado del tiempo que habia aguantado todos los secretos
que guardaba aquella caja.
Ante mi aparecieron fotos ya
amarillentas y cuarteadas, mi padre vestido del ejercito español, mi
padre vestido de traje de domingo, mi padre con su cuadrilla de amigos.
Las dispuse a un lado mientras mi dedos escarbaban en sus recuerdos.
Dí con una cuartilla doblada que me apresuré a desplegar ante mis ojos.
Estaba escrita con pluma, con una caligrafía que haría envidiar a cualquier escritor a mano.
Decía:
"Mi amor, mi pequeño, sorprendete gran amor.
Te odio.
No temas, no es un odio visceral, es un odio meditado, sopesado y tranquilo.
Tuve tiempo de amarte y odiarte a la vez, el día que me dí cuenta que me habías dejado y que ya no volverías.
Te odié mientras te amaba todo aquel tiempo que estuve esperando en la puerta, aquella que decidiste cerrar.
Te odio por todo aquello que sentí, vacío, pérdida, soledad, ansiedad, esperanza, nostalgia.
Te
odio porque llegué a odiarme a mi mismo por haberte dejado ir, por
haber tenido entre mis dedos una nube de verano que nunca supe engarzar.
Te
odio, no por haberte llegado a conocer, nunca podría decir como dicen
en las viejas películas "maldigo el día que te conocí" al revés,
recuerdo ese dia como si estuviera entrando ahora mismo en aquella
cafetería.
Te odio, por lo que llegaste a darme a conocer, por
dejarme llegar a ti, por despojarme y dejarme desnudo ante mis
sentimientos, te odio porque supiste sacar al niño dando la mano al
hombre.
Te odio, no porque me enseñaras a amarte y no supiera
hacerlo, sino por que ya no he vuelto a amar como lo hice contigo, y por
eso y sólo por eso, te odio.
Odio sentir que puede que nunca más
vuelva a sentir, y odio que nunca pueda llegar a odiarte con ese odio
visceral que muerde las entrañas y que hace que uno te olvide.
Y
aunque te odie por todo lo que he escrito en esta cuartilla y que tú
nunca leeras, siempre, siempre, serás mi amor, mi pequeño sorprenderte gran amor.
Firmado: Adolfo"
Busqué el sobre
suponiendo que de alguna manera aunque no hubiera mandado la carta si la
hubiera introducido en un sobre con el nombre del destinatario.
No lo hallé.
Guardé las fotos, cerré la caja y volví a anudar aquella cuerda.
Doblé
la cuartilla y la guardé en mi mesilla de noche, y cada vez que me
acuesto la miro, sintiendo envidia de como una vez en su vida nunca la
palabra odio pudo tener tanto amor.
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