Bajamos a la playa, el sol intentaba sumergirse entre las aguas dejando tras de si una amalgama de colores naranjas.
Nos
sentamos en la arena aún caliente, miré a mi pequeño, parecía
divertirle los resplandores de los últimos rayos de sol que saltaban de
ola en ola.
De pronto percibió una luz brillante en el cielo, mira
papá una estrella, yo sabía que no era una estrella sino un planeta,
Venus, "sí le dije, enseguida irán apareciendo más"
Y así fue, en cuanto el sol se ocultó tras el horizonte, el cielo se oscureció cuajandose de estrellas.
- ¡Qué bonito, papi!
- ¿Es hermoso, verdad? esto en nuestra ciudad no se puede ver...
Nos
quedamos callados, yo le veía como contaba las estrellas y sentí
envidia, envidia de su candidez, de todo lo que le quedaba por
descubrir, de su alma tranquila y limpia.
Pasó una estrella fugaz, dejando tras de sí una estela de luz.
- Ale ¿que es eso?
-
Es una estrella fugaz, una estrella que ha decidido iniciar su viaje y
se va, a veces deja una estela para que la recordemos otras veces
simplemente se va y no la volvemos a ver.
- A mi me gustan las estrellas fugaces, parecen un avión que va muy rápido por el cielo.
-
Si... - le dije, mientras observaba como la estrella fugaz desaparecía,
pensé que en el mundo hay dos clases de personas, las que te dicen que
son tus amigos pero que luego desaparecen como una estrella fugaz sin
dejar siquiera una estela, y las que no dicen nada pero cuando las
necesitas están ahí, como las estrellas en el cielo de una noche de
verano.
Abracé a mi peque, y nos quedamos mirando la belleza de un cielo cuajado de estrellas.
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