Me gusta mirar a un espejo pequeño que tengo como un cuadro, colgado a la puerta de mi habitación.
POr que a veces veo a "mis fantasmas"
Mis pequeños fantasmas, no todos son de carne y hueso si es que alguna vez ha habido fantasmas de carne y hueso, mis fantasmas son inmateriales como aquella mesa de madera vieja rojiza.
Me asomo a mi espejo y la veo vistiendose de blanco iluminandose con unas velas a la espera de teñirse con un lambrusco, mientras sobre su hendiduras caen sonrisas miradas atrevidas y algún que otro susurro lo suficientemente bajo para que la mesa no se ruborice, mientras Maxwell invitado invisible... canta.
A veces mis fantasmas son ciudades lejanas a las que una vez fuí, aparecen llenas de niebla y borrosas pero yo, a pear de todo, las reconozco, y están y son y han sido y sé que serán.
Otras veo coletas, que saltan y sonrien, aunque esa sonrisa siempre guardana algo de tristeza.
Veo fantasmas en una catedral que no es la catedral del mar, pero que para mi siempre lo será.
Y al final cuando los fantasmas desaparecen veo mis ojos algunas veces brillan sonrien, por que los fantasmas me sonrien , otras los veo cansado , cansados de mirarse al espejo.
Y cada mañana cuando salgo de mi habitación, miro al espejo.
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