El sol de junio, en uno de esos atardeceres que huelen y sienten a
verano, calienta el asfalto de esta ciudad, una ciudad a la que amo y
odio a partes iguales.
El cielo como si Dios hubiera soplado está
desnudo de nubes, y me recuerda a aquel cielo de la playa, de un azul
intenso que rivaliza con las aguas del Mediterráneo.
Y se pegan a
mi piel los recuerdos como se hacia antes con un sello al sobre, carta
de recuerdos que un día tendría que mandar sin destinatario y sin
remitente, como esos mensajes que se lanzan en una botella al destino.
Olor a patatas fritas, doble ración, a la espera de que suene un timbre, que trae en su sonido unos ojos y una sonrisa y un susurro.
Una
caja de cerillas, pequeña, como un rincón perdido en la inmensidad de un
espacio sin fin, amaneceres con olor a café, desayuno en la cama, cama
desnuda tras la lucha de dos cuerpos, cuerpos en los que el sudor dibuja
sonrisas, sonrisas que al final terminan colgadas como cuadros en la
pared, pared de esa caja de cerillas.
Un puf rojo, mudo, que calla situaciones tan rojas como el color de su piel.
Mesa
de madera vestida de blanco, copas de vino, Maxwell, Bruce, luz de una
vela, susurros que se deslizan en una liana que son las miradas que se
cruzan.
Noches de música, de botella de lambrusco, de sentidos
embotados por el alcohol, donde los sueños revolotean como mariposas en
busca de una luz, luz que calienta e ilumina, esas noches de música.
Tiempo que pasa,
que corre veloz y se desliza entre los dedos como los granos de arena de
una playa lejana que ya no se alcanzará nunca, y un niño crece, sin
verlo, pero crece, sin apenas notarlo, pero crece, cumpleaños de
dinosaurios que dejan paso a mando de consolas, dientes debajo de la
almohada que dejan paso a vasos de leche y hojas de lechuga que un dia
los camellos de unos reyes magos se comieron, ilusiones que el tiempo va cubriendo de polvo.
En aquella caja de cerillas se quedó parte de un
corazón roto, la otra parte aún la llevo incrustada en mi pecho, llena
de aquello que sintió, como en un cuento, en ese pedazo aún quedan
habitaciones que un día alquilé y que aunque ahora están vacias siguen
ahí como si fuera ayer.
Son recuerdos, recuerdos de una vida.
3 comentarios:
Qué envidia cuando el tiempo corre veloz gracias a la felicidad. Besos!!
Gracias Amapola, pero en este caso no es así corre veloz, por que es la única forma de no pararse a pensar, tengo a mi cuidado a un pariente y esto hace que el tiempo entre unas cosas y otras se vaya entre los dedos, unido a una tienda que con estos tiempos puedes imaginar como va...
en fin al menos se vive que no es poco
No cabe duda que la vida pasa, cada hora, cada día, va dejando momentos y recuerdos detrás. Debe ser una disciplina pero solo recuerdo los momentos buenos, los malos procuro enterrarlos con presente.
No puedo ser de lo más feliz, pero me queda conformarme con las pequeñas cosas que me ayudan a serlo. Por aquí también corren tiempos difíciles, de cambios, procuro estar en la media, ya que en el piso me tocó tiempo atrás.
Un abrazo Nico, que estés bien amigo.
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