Aún recordaba aquella figura lastimera de un bello hombre ensangrentado, clavado en la cruz.
Los
rezos de primera hora de la mañana,la rigidez de Sor Fulgencia, que no
permitia ni una carrera por el pasillo camino al patio de aquel colegio
de monjas.
Aún recordaba como había sido educada, esperando a un
amor que cuando llegó se desvaneció tan pronto, como tan pronto llegó
él con olor a otro perfúme.
Y los anclajes de aquella educación
la retuvo veinte años, veinte años envueltos en pañales, olor de comidas
en la sartén, de frío en las sábanas, de piernas abiertas mientras él
se desfogaba y ella miraba como se descorchaba el techo, al igual que su
vida.
El matrimonio es para toda la vida, le decía su madre, y
si acaso pronunciaba la palabra sexo una lápida de silencia caia sobre
ella.
Sin embargo en la calle, en las revistas, en la televisión, el
sexo palpitaba, la palabra infiel, separación o divorcio, era mas
frecuente que el bajar todos los dias a comprar una barra de pan.
Todo sucedió aquel primer domingo de octubre, cuando el nuevo párroco, un chico joven la confesaba.
"Ama
a tu prójimo como a ti mismo" le dijo, "si no te amas a ti no puedes
amar a nadie, Dios nos regaló la vida, esto no es un valle de lágrimas,
no hay nada malo en que quieras vivir, el matrimonio no es una cadena a
la que debas estar sujeta de por vida".
Aquello trastocó su existencia, "no es un valle de lágrimas.." ,"ámate a ti misma..." se repetía.
Y un día metió su vida en la maleta, dejó el viejo catecismo sobre la mesilla y cerró la puerta tras de sí.
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