viernes, diciembre 05, 2025

EN EL FILO PARTE 3

 

PARTE 3


Tengo las manos arrugadas por el agua caliente, me pregunto: ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué es lo que me ha traído hasta este punto, malas decisiones, la vida…? Y estas preguntas son como una grieta por donde se cuelan los recuerdos…

Me miro la mano arrugada por el agua… y veo una mano pequeña también arrugada pero por el agua de mar, me inunda una de ola de nostalgia, quizás aquellos momentos fueron los más felices de mi niñez, el mediterráneo y yo, el mediterráneo y mis hermanas, y mis tios y mis padres.

Dos meses de vacaciones, cuando uno es niño no hay futuro en el que pensar, ni pasado que sea un lastre.
Disfrutaba mucho aquellos días, la piel morena, caminar por la orilla, “cazar” algún pescadito, las primeras tonterías con las chicas. Pero ahí ya se labraba sin que yo lo supiera lo que iba a ser mi vida sentimental.
Mientras mis amigos “picoteaban”, yo solo quería a alguien a quien querer y que me quisiera, tímido donde los haya… y claro las chicas no buscaban ese “romanticismo”.

Supongo que ahí se empezó a fraguar todo, y llegan los por qué.
Mi padre, siempre que lo recuerdo, es como una imagen alta, lo veo desde abajo, marcando distancia, nunca mirando hacía mi, al menos no como un niño necesita. Ahora intento comprenderlo, el rol de marido, de padre, de un pasado de padre triunfador y autoritario, demasiada sombra para una persona como él. Supongo que fue una extensión de lo que él sintió, y yo no recuerdo un abrazo un beso, una palabra cariñosa.

Su cariño era una ausencia.
Una palmadita rara en la cabeza que se sentía más como un trámite que como un gesto de amor.
Mi cuerpo se acostumbró a su perímetro de seguridad, a su distancia.

Sin embargo ahora siento una onda tristeza por él, le veo sentado en su sillón, e imagino lo vacía que debía sentir su vida. Quizás si me queda tiempo, pueda contar como era mi vida en casa con mis padres y su relación.

Estos recuerdos me hacen temblar, abro la puerta de la ducha, tengo una cerveza, una voll-dam, como las que tomaba en la terraza de aquel piso que daba al mar, con Bruce cantando en noches estrelladas.
Ahora echo un trago, y el frio líquido se desliza por mi garganta llevándose el sabor amargo de esos recuerdos.

Mi padre… y mi madre.
Mi madre es otra historia en muchas historias, por un lado, creo, nunca imagino como sería su vida cuando conoció aquel “hijo de papá” en Bilbao, imaginaria su futuro casada con alguien adinerado, ella que venía de una familia pobre. Un matriarcado vasco, duro, recio, donde tampoco cabría lugar a una caricia, ni a un te quiero.
Recuerdo ir a un cine de la gran vía “Imperial” a ver las películas de Disney, quizás los momentos más maternales, por que luego estaba su lado oscuro, el que se asomaba más de lo que debería, todo era una condición, una comparativa sucesiva “has visto al vecino qué bien se porta” “mira que notas ha sacado tal y cual” y más tarde “los estudios de los demás, los trabajos, sus novias…”
Cada éxito era minimizado, cada fracaso magnificado.
La ilusión se me desdibujaba al instante, sustituida por la sensación de ser una eterna copia de un original inalcanzable. Ella nunca nos miró de verdad; nos miraba a través del prisma de lo que éramos en comparación con otros.


Quizás la cuchilla, el suelo de la ducha, la ausencia de ilusión... todo es una consecuencia directa de un niño que aprendió muy pronto que no era suficiente.

Un niño que se hizo hombre con el eco constante de "podrías ser más" en la cabeza.

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