Nunca lo entendí.
Aunque siempre lo comprendí.
Puede que fuera
que mi madre, en una de sus locuras, me bautizara con agua de mar,
puede que fuera que aún casi sin abrir los ojos, en una noche de luna
llena, sus manos me introdujeran en la mar.
La mar, en femenino,
siempre la he llamado la mar, porque ella y yo, yo y ella, vivimos en
la distancia, distancia que nos separa. pero nos une en recuerdos de
arena y sal.
Espuma de mar
Tú que sabes amar
Que besas la orilla, que vienes y te vas,
Espuma de mar
Enseñame a olvidar
Mi madre nos dejo un dia calido de otoño, no dijo nada, sonrió, caminó a la playa y se perdió en la mar.
Nunca la odié por ello, nunca odié a las olas que la abrazaron y se la llevaron para no devolverla jamás.
Ella era agua, remanso y tempestad, puerto y rompeolas, tsumani y riachuelo.
Siempre
volvía a aquella playa, donde un día tú me miraste y yo te dije "No me
romperas el corazón ¿verdad?", bajaste la mirada y miraste la arena,
yo bajé la mirada y encontre mi corazón roto en pedazos, cuando te quise
volver a mirar, ya no estabas sólo quedaba la arena y la mar.
Desde
aquel día soy como esos prácticos de puerto, otra vez a la mar, que se
suben a un barco enorme que no es el suyo y junto al capitán lo llevan a
puerto para atracar, luego desciende del barco y ya nadie le recuerda.
He
atracado grandes barcos y también pequeños, incluso alguna vez he
tenido la ocasión de sacarlos del puerto y dejarlos en alta mar.
Todos han tenido algo en común, que nunca regresaron, que nunca se acordaron.
Hoy vuelvo a la playa hoy vuelvo a mi mar, con las manos delgadas y el alma cubierta de sal.
Nunca es tarde, me dicen, pero siempre es tarde para volver.
Tomo entre mis dedos un poco de agua y en un lienzo, para que nadie pueda leer, escribo:
"Espuma de mar
Tú que sabes amar
Que besas la orilla, que vienes y te vas,
Espuma de mar
Enseñame a olvidar"
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