martes, abril 21, 2015

Muerte/Vida

Yacía en la cama. Para ser más exactos en su cama, y si aún he de ser más preciso, había dejado de yacer hacía unos instantes, con una sonrisa en su cara, pero sin vida ya en sus ojos. Su cuerpo empezaba a enfriarse.

24 horas antes....

Sonó primero como un silbido, el que hacen las bombas al caer y luego todo estalló dentro de ella, como si alguien hubiera apretado la espoleta sin avisar, sólo ese silbido, las palabras de aquel hombre vestido de blanco, desnudas de sentimiento, como la voz de un contestador automático, pero en este caso el mensaje que dejaba era desolador.

- Te quedan dos días, a lo sumo tres.

Me agarré a la silla intentando aspirar por la boca todo el aire que habían vaciado mis pulmones al oír su sentencia.
Él se levantó, pero mi gesto fue claro, y volvió a su sillón. Por un momento me imaginé que debía creerse Dios, sentado allí diciéndole a la gente qué bola le había tocado en el sorteo, vivir bola blanca, morir bola negra, ¿y por que debía ser bola negra la muerte? me pregunté.

No esperé más y salí de su despacho, cuando las puertas del hospital se abrieron la luz del sol me inundó y por un momento la sentí de diferente manera.

Tenia treinta y muchos años, una carrera universitaria, un buen trabajo, coche, y un apartamento al que podía llamar mi hogar, un corazón roto, un saco de perdones sin decir, y un cajón lleno de cartas sin mandar, un piel árida de besos, y un pozo lleno de amor por entregar.

Me senté en un banco del parque más cercano, en mi mente sonaba el eco de la voz del médico diciendo "tres días, tres días..." sentí la brisa del atardecer, y cerré los ojos, podía oír el rumor de las hojas mecerse en el viento, podía oír la risa de los niños jugando en los columpios, y todo aquello me sonaba de lo más extraño, sonidos y sensaciones nuevas.

Pensé en lo que había sido mi vida, estudiante ejemplar, horas y horas tras los libros para terminar una carrera y conseguir un buen trabajo, después horas y horas en el trabajo, ser reconocida, valorada, y ahora, cuando muera ¿reconocerán mi tumba,  valoraran el esfuerzo que hice? la respuesta es clara, NO, UN ROTUNDO NO, porque la vida seguirá y yo me  habré ido ... sin vivir.

¿Qué valor tiene ahora mi casa, mi coche, mi trabajo?  ¿Quién y porqué hemos acatado como normales unas reglas que nos marcan un camino de cómo se ha de vivir, cuando nadie te enseña a morir?
Porque aprender a morir, aceptar que vas a morir, sea la enseñanza fundamental para saber vivir, si hubiera sabido que iba a morir a los treinta y muchos ¿cómo habría sido mi vida?

Cogí el móvil y llamé a mi madre, "te quiero mama" fue lo primero que le dije y ella sorprendida me contestó "¿te pasa algo?". Cuando  a alguien le dices que le quieres y te contesta así es que la vida no funciona, hay algo que no marcha bien o  por que no se lo has dicho lo suficiente como para que ella no lo cuestione, o porque la persona que lo escucha le sorprende que se lo digas.

Cuando colgué, sin decirle lo que pasaba, sentí pena por ella, el dolor de mi ausencia, pero yo no podia hacerme responsable de ello sino al menos decirle en su momento que había sido feliz teniéndola como madre, que no me iba solo que cambiaba de estado físico.

Llamé a una compañera del trabajo, y la pedí perdón por mi forma de tratarla, quizás lo mereciera, por que no era una buena profesional, pero en el fondo hacía todo lo que estaba en su mano y yo la juzgué comparándola conmigo.

Caminé despacio hasta casa, abrí la botella de ginebra que se dejó en casa a la última persona que amé y que guardé por si un día volvía a verla. 
Vacíe de mi mente  a todas las personas que debía perdonar y enumeré a las que debía pedir perdón.
Bajé a la esquina de una calle no muy lejana dónde sabía que algún muchacho podría venderme algo de maría y papel de fumar. Nunca antes lo había hecho y aunque me lo habían ofrecido, siempre pudo más mi parte racional, "no está bien, no lo hagas" que mi instinto "una caladitas con los amigos sin mas, unas risas ".

Recorrí los cajeros autómaticos dejando mi cuenta a cero, y supuse que tendría una llamada del director del banco al día siguiente.

Terminé la botella de vino, y me fumé dos cigarrillos y en aquella locura de vivir, le mandé un whatsapp  a un amigo por el que sentía una atracción especial, muy sexual, pero nunca me había atrevido a insinuarme.
"Te invito a cenar a casa, tengo un postre especial"...

Podría decir que hicimos el amor, pero no estaba enamorada de él,  follamos como locos, como si fuera la última vez que lo hiciera en la vida... ¿y quien sabe si lo es? A veces ni follando sabemos entregarnos.

Llamé al trabajo para decir que dejaba mi puesto, invité a cenar en uno de los mejores restaurantes a mis compañeras más queridas, me dijeron que estaba loca que menudo dineral me iba a gastar, que si me había tocado la lotería, y cuando yo les dije que sólo quería vivir, no lo comprendieron.

Regalé a mis hermanos parte de mi dinero e ingresé el resto a mi madre. 
Quedé para tomar un café con la persona que más quise, para decirle que nunca había dejado de amarle,que me alegraba que fuera feliz, que aquello no significaba ni un reproche ni una petición de nada, no deje que me dijera nada, sólo un beso.

Cuando salí del café me sentí ligera como si hubiera hecho las paces con el mundo, con la vida. Pensé lo fácil que hubiera sido que nos enseñaran a morir, a que es un paso irremediable en la vida, y que si valoráramos la vida desde la perspectiva de la muerte seguro que sabríamos disfrutar más de ella, menos de las normas, por que las normas las pondríamos nosotros.

Sentí un dolor agudo en el costado. Volví a casa, puse la música, mi música, lo más alto que pude y bailé, por que no hay acto más intimo que bailar, eché de menos hacerlo con alguien , pero no me importó cuando empecé a cantar como una poseída "Too much love will kill you".

Acabé agotada y me tumbé mirando por aquel pequeño recuadro que era mi ventana, las estrellas el infinito y di gracias por estar viva, por saber que iba a morir.

Cerré los ojos.

La encontraron con una sonrisa como si estuviera dormida.
Había varias notas en la mesa, que por discreción no os voy a contar, sólo una:

"Para todos, para el mundo, para mi mundo, aprended a morir, por que en la muerte está realmente la vida"

1 comentario:

Migue dijo...

Que odisea le ha tocado vivir a la protagonista de la muerte.
En particular no me gustaría saber cuando voy a morir, tal vez es el ideal de muchos, pero simplemente dormir como un ángel y no despertar.

Aunque sigo aferrado a la vida por supuesto...que hay muchos motivos por los que vivir.

Un abrazo Nico. Te dejé una historia en mi bandeja "Pasión en el mar" cuando pueda te das una vuelta amigo.