Este año no se podia repetir lo mismo, así que en cuanto enfiló la cama, me vestí y salí a la calle.
Había poco ambiente, sin embargo las luces en las ventanas recortadas por siluetas ataviadas con gorros y sus mejores vestidos decían que la vida se desarrollaba dentro de las casas no fuera.
Caminé hasta el centro cerca ya de las 12 de la noche, logré entrar en un bar y sentarme en una mesa, obviamente el camarero ni se inmutó, con la mirada puesta en la televisión, maldiciendo tener que trabajar esa noche y pendiente de que en un vaso hubiera las 12 uvas.
Me acerqué a la barra y de mala gana me sirvió una cerveza, volvía la mesa mientras en la tele la pareja de todos los años explicaba por enésima vez como eran los cuartos antes de las campanadas de verdad.
Fue en ese momento cuando mi vista se cruzó con los ojos de ella, me miró levanto un botellin de cerveza e imaginariamente brindo conmigo.
Estaba sola como yo, en aquel océano de gente que ya puesta en pie celebraba el año nuevo que aún no había llegado.
Seguí un extraño impulso, me levanté y me acerqué a ella, le pregunté si iba a entrar el nuevo año allí y sola, me miró se pensó unos instantes la respuesta y con una voz dulce me dijo "creo que como la ibas a pasar tú".
"No tiene por que ser así", le dije "¿te parece que tomemos las uvas fuera de aquí?. Ella asintió, tomó su abrigo, y salimos a la calle. Una marea de gente nos empujó hacia la Puerta del Sol, tras pasar el cacheo de dos guardias municipales, estábamos alli, frente al famoso reloj a punto de dar los cuartos. Debíamos ser los únicos que no llevábamos gorros ni uvas, una pareja de ancianos, que decían venir todos los años desde Albacete, nos ofreció un cucurucho con 12 uvas, " compártanlas, a nosotros con uno también nos basta".
Empezaron a sonar los cuartos, la gente se arremolinó para ver más de cerca como caía la bola, nos pegamos más mientras yo sujetaba aquel cucurucho, "una tú y una yo" me dijo.
"Dong, dong, dong..." fuimos comiendo una uva ella y otra yo, hasta completar las doce. Cuando empezaron a estallar los fuegos artificiales, la gente se abrazaba, se besaban, otros soplaban sus trompetas de cartón, ella se acercó me miró y pegó sus labios a los míos, "feliz año" susurró.
Sentí un empujón, la gente tiraba petardos y unos se apartaban empujando a los demás, cuando levanté la vista ella ya no estaba, miré a mi alrededor, pero fue imposible, intenté encontrarla pensando que los empujones la habrían separado, fue inútil.
Volví al bar, con la esperanza de volverla a encontrar, pero no estaba, quizás, pensé, ella fue como la última campanada breve pero que aún así sigue sonando en los oidos.
Y con el sabor de sus labios dejé la plaza y empecé el nuevo año.
3 comentarios:
A lo mejor la vuelves a ver otro día, ¿ quién sabe?
Besos, feliz 2015.
Hola Amapola
es un cuento ficticio... aunque quien sabe si en otro cuento se vuelven a encontrar
Un saludo
Si la buscas la encontrarás.
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