lunes, octubre 27, 2008

La estación

La ciudad despertaba, si es que acaso,una noche de sábado la había dejado dormir.
En las aceras recuerdos de la gente que dejan sus cuatro paredes,
para hacer colas interminables, para encontrarse, para buscar, para perdeerse, para olvidar, para vivir.

Y yo paseo en esta mañana de domingo, bajo un intenso manto azul, disfrutando de las primeras horas de este domingo, de sus calles desiertas, olor a churros y café.

Paso por el café Jamaica, de la Puerta del Sol, e instintivamente echo la mirada dentro, siluetas transparentes,ligadas al tiempo se miran. Y tras ellos, una mirada y una sonrisa.

Le reconozco y sonrio a la vez, mientras siento una paz interior.
Me acerco y él se levanta despacio, voy a darle la mano pero extiende sus brazos y me acoge, cierro los ojos y lo primero que recuerdo es a mi madre, el calor de sus abrazos.

Nos separamos, y me invita a sentarme, pido un café con leche templada, y dejo mi mochila. Me mira despacio, como si intentara mirar mas adentro. Me ruborizo.

- ¡Cuanto tiempo!, ¿Cómo le ha ido en todo este tiempo? - le pregunto.
- Bien he llegado hace dos dias, de la casa que aún conservo en el pueblo, suelo ir todos los años, una especie de encuentro
con el pasado, ya sabes... Al caer la tarde sacas la silla a la calle y alli charlas con los vecinos, con la gente que pasa, conversaciones
sobre la proxima vendimia, los precios del gasoleo, como el pueblo poco a poco se va muriendo, los jóvenes ya no van alli.
- Si, es una pena, la ciudad nos engulle a todos, tarde o temprano, y los que hemos vivido siempre aquí añoramos esa tranquilidad del pueblo.
- ¿ Y tus vacaciones? , ¿más tranquilo?
- La verdad es que bien, no me puedo quejar, siempre queda ese gustillo de un viaje de aventura, de perderse y probar cosas nuevas, pero no me puedo quejar.
- Quizás el proximo año, ¿no?, de alguna manera tus palabras, esa sensación de aunque todo vaya bien, haya un gusto de insatisfacción, como si siempre faltase algo me ha recordado...
- ¿Un cuento?
- No, jajaja, esta vez creo que no, aunque podrias tomartelo como si lo fuera, ¿tienes tiempo?
- Si, todo el tiempo del mundo - me recosté en la silla de madera, dí un ligero sorbo al café, y me dispuse, a escucharle una vez más.
- Te cuento, entonces, a la vuelta del pueblo, esta vez viene en tren, no sé por qué, pero queria viajar en el ave por primera vez, y lo que más me sorprendió...
- A la velocidad que va, y uno ni la siente... - le interrumpí.

- Jajaja, no, que va, no me vas a creer, pero me sorprendió la estación de Atocha, el jardín con esos aspersores, una charca repleta de tortugas, asi que me senté allí a ver la gente pasar, unos con prisas cargados de maletas con la ilusion de emprender viaje, otros con la pena del regreso a sus espaldas, luego me pareció ver a alguien disfrazado de cura, quizás lo fuera, pero la sotana le quedaba corta y su moreno era de playa, por un momento imaginé que iría disfrazado, quien sabe alguna apuesta, alguna sorpresa...

Por un momento cerré los ojos, y sentí todas esas personas que se quedan anclados en alguna estación, van en su tren de la vida, y de vez en cuando se bajan en una estación, intentando que esta sea su ultima parada, y a pesar de todo, de los esfuerzos, de dejar allí las maletas, llega un día que se dan cuenta de que no es su estación, y que han de emprender de nuevo el viaje. No se dan cuenta de que es mas doloroso, al final uno coge cariño a las estaciones, se acostumbra a sus bancos, y cuando ha de reemprender la marcha, siempre queda algun jiron de piel y corazón. Quizás les sean necesarias esas paradas, quien sabe, dicen que todo tiene un motivo y un por qué, pero creo que es un tipo de gente, a la que le da miedo que el viaje no acabe nunca, a pesar de que la estación definitiva pudiera estar más cerca de lo que ellos creen.

Le miré, en el fondo era fácil reconocer que llevaba razón. Y continuó...

- Esa tarde ví trenes pasar, casi sin detenerse y tras sus cristales, caras cansadas, ojos tristes, apagados, pero aun guardando un lejano brillo, para el momento de llegar. Y ví en esa gente aquellos, que nunca bajan del tren, que el miedo les atenaza, miedo a sentir de nuevo el suelo bajo sus pies, el saber que, por fín, han llegado, aunque no sea el punto final, sino sólo un principio, y por eso sólo miran tras la ventana, estación tras estación, sin atreverse a lanzar las maletas a saltar del tren aun en marcha, convirtiendose en sombras de un tren que nunca acabará su viaje.
Pero créeme, siempre hay una estación esperándonos, siempre, y aunque a veces parezca que nadie estará allí para ayudarnos con nuestras maletas, al final la estación no está vacía.


Se detuvo, tomó la taza y la acercó a sus labios, mientras sus palabras caian dentro de mi como cae la noche apagando el día.

- Y bien, - me dijo - supongo que tu si conoces la estación, ¿no?, sino es asi te recomiendo que vayas, sin prisas, sientate una tarde, y observa a la gente, en ellos puedes encontrar muchas respuestas.

No dije nada, que podía decir a todo aquello, apuré lo que me quedaba de café, que se había quedado frío.

- Anda, no te quedes aqui más rato, sigue con tu paseo, aprovecha aun la hora, ya sabes dentro de nada esto se llenará de gente y sera imposible.

Tomé la mochila y le miré, no me quería ir, pero de alguna manera deseaba estar solo, y seguir mi paseo.

- ¿Nos volveremos a ver? - le pregunté mientras le daba la mano.
- Claro, en cualquier calle, en cualquier café o quien sabe en alguna estación cuando te bajes del tren...

lunes, octubre 20, 2008

Zumo de limón

Cogio sus recuerdos y una cerilla, los prendió, una llama
se levantó crepitando entre azules y naranjas.

El humo olía a azahar y melancolía.

Y en su alma llovia zumo de limón.

Con las cenizas dibujó besos en el aire, trazó líneas curvas de un cuerpo recorrido,
moldeó las lágrimas con sus sueños e ilusiones, y con el resto pintó una sonrisa.

Mientras en su alma llovía zumo de limón.

lunes, octubre 13, 2008

Salir

Bajó la persiana, la oscuridad era como una manta en invierno, le daba el calor suficiente como para llegar a pensar que todo era un espejismo, un mal sueño del que al final siempre te despiertas.

Pero no era un sueño.

Y se dejó llevar, acurrucada en su cama, hecha un ovillo, deseando que un susurro le dijera: "no te preocupes todo va a ir bien, todo irá bien", pero no lo había.

Afuera, el sol era una bola fría y distante, y el cielo había perdido su color como si de tanto lavarlo hubiera desteñido.

Para ella el tiempo era un simple goteo, unas vias de un tren en linea recta sin parada ni final.

Un telefono sonó, como lo hacen las campanas de Santa María del Mar, tañendo en dia de difuntos.

Y tirarón de ella.

Dejó detras de su puerta la soledad colgada del armario.

Salío a la calle, donde la vida germinaba al calor del atardecer, entre risas e ilusiones de sabado por la noche.

Entraron en un bar, y alli entre cerveza y cerveza ahogó sus penas, que se diluyeron como azucarillos.

Una mirada que se esconde, otra que la busca, y así le vió, mirandola sin recato, entrando en un juego del pilla pilla, como dos niños que entran en un laberinto con el deseo de encontrarse en cualquier esquina.

Y así, jugando al escondite inglés con sus ojos, deja pasar la noche, caminando en el filo del vacío, sin lanzarse, por que sabe que no habrá red con la que protegerse.

Él se va, dejando tras de si una sonrisa y un guiño, que ella atrapa al vuelo entre los pliegues de su falda.

La noche muere en las aceras, y ella regresa a casa, con el ego atado al hilo de una cometa, con el peso en los bolsillos de aquel que sabe que no hay nadie que te espera, que no habra nadie a quien esperar.

viernes, octubre 03, 2008

Una hoja de papel

Un día más amanecía.
Y la rutina se desperezaba bajo las sábanas.

Una ducha, un café, y muchas horas por delante de un trabajo que se había vuelto tedioso.
Aún tenía tiempo, se sentó, tomó un bolígrafo, papel y escribió:

"A ti:

Hola, hoy me levanté sintiendo el frió y el vacio en mis sábanas, en mis brazos y en mi pecho, son dias que amaneces mas gris sin las pinceladas de tu sonrisa y tu mirada.
Me encanta enredar mis dedos en tus cabellos cuando aún no estas despierto del todo, acercar mis labios a los tuyos y susurrar en ellos un buenos días.

Deslizar las yemas de mis dedos por tu espalda como si de un eslalon gigante se tratase, surcando cada pliegue, saltando por tus curvas.

Me gusta enredar mis piernas en las tuyas, y sentir como con ellas me abrazas mi cintura, cual hiedra que se aferra a las paredes para no soltarse jamás.

Y quedarme mirando el brillo de tus ojos, sintiendome girasol, girando con ellos en busca del sol.
Deseo sentir la suavidad de tu piel, que me recuerda la de los bebes empapados en su Nenuco.

Y caminar descalza a la cocina mientras te preparo el café y adivino tu figura mirandome, esperando el momento para abrazarme por detrás, y sentir la humedad de tu boca en mi cuello.

Poder abrazarme con tu olor en mi piel, vestirme con tu sonrisa, esa de niño pícaro y travieso, esa que sabes que me vuelve loca, y me provoca, me provoca perderme en mis instintos.

Y miro el reloj y es hora de irme al trabajo, y te doy un abrazo que es como el que recibe la arena blanca de las olas, y no me quiero ir, y me quedo en instantes fugaces que desearía intemporales.

Y me voy, y sé, y siento, y quiero, y deseo, y sueño ... "

Deja el boligrafo sobre la mesa, y dobla la hoja de papel, y abre el cajón de su mesilla, y alli entre otras hojas de papel dobladas, deja esta última, y sonrie y cierra el cajón, y toma su bolso y sale a la calle, y el dia no es tan gris, tiene las pinceladas de color de esa hoja de papel.